martes, 11 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 5





Durante la hora de viaje que se tardaba en llegar a los viñedos de Willow Creek, el tiempo empeoró. Comenzó a nevar y la nieve se confundía con el granizo, así que Pedro tuvo que concentrarse en la conducción. Pero no tanto como para no darse cuenta de que Paula no dejaba de mirar hacia el asiento de atrás, en el que Abril iba dormida en la silla de viaje de Mariana.


—¿Quieres que suba la calefacción? —preguntó al ver que Paula se abrazaba a sí misma.


—No. Estoy bien.


—El tiempo aquí es muy distinto al de Florida.


—Sí, lo es.


Hablar del tiempo no los llevaría a ninguna parte. Pedro casi
podía sentir la tensión de Paula. La veía en sus hombros, en el modo en que inclinaba ligeramente la cabeza hacia un lado. Tras unos minutos de silencio, Pedro decidió adentrarse en territorio desconocido.


—Háblame del padre de Abril.


—¿Por qué? —preguntó Paula a la defensiva.


—Porque podría ser el padre de Mariana.


Paula se quedó mirando los limpiaparabrisas, que se agitaban furiosamente para limpiar los copos de nieve y el granizo.


—Era asesor financiero.


Pedro ya sabía eso, y también otros datos básicos.


—¿Qué le pasó? —preguntó.


Sabía que Eric había muerto de cáncer, pero tenía curiosidad por saber cómo comenzó todo y cómo lo había llevado Paula.


—Desarrolló un cáncer de páncreas. Había nacido en un
pueblecito de Pensilvania con muchas fábricas químicas y una tasa muy elevada de cáncer. Pero según los médicos eso es pura coincidencia. Murió cinco meses después de que le diagnosticaran la enfermedad.


—Eso es muy duro.


Paula no contestó. Siguió mirando fijamente por la ventana, y Pedro se preguntó qué estaría viendo, ya que no había más que agua y nieve.


—¿Estaba muy unido a Abril?


—No sé qué importancia tiene eso.


—Quiero saber cómo ha crecido Abril. El papel que Eric y tú
habéis jugado en su vida.


—He querido a Abril con todo mi corazón desde el momento de su concepción —respondió ella con la voz inflamada—. Sólo tenía seis meses cuando Eric enfermó.


—No estuvo contigo aquella noche —insistió Pedro—. La noche que te pusiste de parto.


Paula se quedó callada el tiempo suficiente como para que él no la creyera cuando contestó.


—Viajaba mucho. Estaba fuera de la ciudad por asuntos de
trabajo.


La delicadeza no era el fuerte de Pedro, pero se jugaba demasiado como para presionar a Paula o buscarse en ella una enemiga. A pesar de la tensión que había entre ellos y de su actitud a la defensiva, el cuerpo de Pedro respondía ante ella. O tal vez fueran sus hormonas o lo que fuera que hacía que un hombre deseara a una mujer. No había sentido aquellas descargas eléctricas, la necesidad física ni el deseo de tocar a alguien de manera íntima desde que Fran había muerto. El hecho de sentirlo ahora con aquella mujer no tenía sentido y complicaba todavía más la situación. En cualquier caso, él siempre había presumido de saber controlar sus emociones y también sus actos.


Podía controlar el deseo exactamente igual que las demás cosas. La mano invisible de Fran sobre su hombro lo ayudaría, porque no estaba dispuesto a olvidarla ni a ella ni a lo que habían compartido.


—Me dijiste que tu esposa y tú llevabais casados un año cuando ella se quedó embarazada, ¿verdad? —le preguntó Paula desviando la conversación hacia él.


—Sólo pasé con ella veintiún meses. Muy poco tiempo.


Pedro esperaba que ella indagara más, pero para su sorpresa no lo hizo. Guardó un silencio incómodo, y él deseó tener el poder de leerle la mente.


Cuando llegaron a Willow Creek, Pedro se dio cuenta de que
Paula leía el cartel de entrada al camino privado. Resultaba difícil ver nada en medio de la oscuridad, la nieve y el granizo, pero él estaba tan familiarizado con su propiedad que conocía cada uno de sus rincones.


—¿Es muy grande Willow Creek? —preguntó Paula.


—Unos cincuenta acres. Los árboles que hay alrededor del
camino son arces plateados que plantó mi abuelo.


El camino fue siguiendo por los viñedos durante algunos
kilómetros hasta que dejaron el edificio de las bodegas a la derecha y se encontraron con una casa de ladrillo de tres plantas y un amplio porche iluminado.


—Es muy grande —murmuró Paula.


—Sí lo es. Así que hay sitio de sobra para Abril y para ti.


Pedro encendió la luz interior del coche y miró hacia la niña. La pequeña tenía los ojos abiertos.


—Entremos a ver a mi madre —le dijo con una sonrisa—. Seguro que te tiene algo preparado de comer por si tienes hambre. A lo mejor ha hecho galletas.


—¿Puedo comer galletas? —preguntó Abril mirando a su madre.


—Claro —respondió Paula sonriendo a su hija.


Pero Pedro notaba que seguía tensa.


Él había llamado a su madre desde el aeropuerto para avisarla de que habían llegado. Confirmando su sospecha de que probablemente estaría esperándolos nerviosa y preocupada, su madre abrió la puerta de entrada antes de que salieran del coche. Cuando Pedro se dio la vuelta para sacar a la niña de la silla vio que Paula ya le había
desabrochado el cinturón y la tenía en brazos.


Sabía que era inútil ofrecerse a llevarla. La mirada de los ojos de Paula indicaba a las claras que podía encargarse perfectamente de cuidar y proteger a su hija.


Con su hija en brazos, indiferente a la nieve que le caía sobre el cabello, Paula se aproximó a la puerta de la casa, se quedó delante de la madre de Pedro y finalmente, tras unos segundos de incómodo silencio, dijo:
—Hola. Soy Paula Chaves.


—Yo soy Eleanora Alfonso —respondió la otra mujer
asintiendo brevemente con la cabeza.


Pedro se reunió con ellas en el porche tras sacar las maletas.


—Entrad, hace mucho frío —dijo su madre mirándolo a él y
cerrando tras ellos la puerta al frío y el viento de febrero.


Pedro trató de mirar la casa a través de los ojos de Paula. Y se dio cuenta de que le parecería absolutamente pasada de moda. El papel pintado del salón era el mismo que hacía diez años, blanco y con flores rosas. Era una estancia amplia con grandes butacones y un sofá lleno de cojines a juego con el papel de pared.


Pedro sabía que Paula encontraría también la cocina pasada de moda. Todos los electrodomésticos, a excepción del microondas, tenían casi veinte años. Pero su madre mantenía los muebles de madera de cerezo relucientes como espejos, y tanto el suelo de gres como la vieja encimera estaban tan inmaculados como el resto de la casa.


Pedro hizo las presentaciones con toda la naturalidad que pudo.


—Mamá, ya conoces a Paula. Y esta es Abril —dijo mirando a su madre.


La expresión de Eleanora no dejaba dudas de que estaba dispuesta a aceptar a Abril como su nieta, pero sabía que era demasiado pronto.


Se limitó a tenderle la mano extendida a Paula.


La joven se la estrechó haciendo equilibrios con Abril en brazos para que no se le cayera.


—Esa ropa no sirve para el mes de febrero en Pensilvania —
aseguró la anciana mirando a la madre y a la hija—. Espero que hayáis traído algo más abrigado.


Paula estiró los hombros y abrazó a Abril con más fuerza.


—Pensilvania es muy diferente a Florida. He traído la ropa más de invierno que tenemos.


Viendo que las líneas de la batalla comenzaban a trazarse, Pedro trató de apaciguar un poco los ánimos.


—Le he dicho a Abril que a lo mejor habías hecho galletas.


—Claro que sí —respondió Eleanora suavizando la expresión—.¿Quieres venir conmigo para que te dé una?


Abril observó a aquella mujer que tendría unos sesenta y tantos años, el pelo rizado y canoso y gafas de montura plateada. Sin contestar, se dio la vuelta y hundió el rostro en el hombro de su madre.


—Es tímida con los desconocidos —aseguró Paula acariciándole la espalda a su hija pero sin animarla a que fuera con Eleanora.


—¿Por qué no vienes a la cocina conmigo y buscamos esas
galletas? —le preguntó Pedro a la niña.


—Quiero que venga también mamá —respondió Abril con una firmeza que él sabía que era inamovible.


—Claro. Mamá te llevará. Vamos, seguidme.


Eleanora pareció decepcionada, pero cuando Pedro pasó a su lado le murmuró:
—Dale tiempo.


Luego encabezó la comitiva, preguntándose cómo encajaría
Mariana en aquella mezcla y si habría sido una buena idea reunirse todos.




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