viernes, 14 de julio de 2017

¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 14





Al día siguiente por la tarde, Paula estaba ayudando a Mariana a colorear el dibujo de una ovejita que acababa de hacer cuando Eleanora entró como una exhalación en el salón.


Pedro está al teléfono con el médico de cabecera. Dice que si quieres oír lo que tiene que decir...


Cuando Paula se puso de pie no estaba muy segura de querer correr hacia el teléfono o intentar evitar la verdad el tiempo que pudiera.


Aquel gesto era muy propio de Pedro. Quería que ella escuchara el veredicto de labios del propio médico para que no le cupieran dudas.


¿Conocería ya él el veredicto?


Paula agarró el teléfono inalámbrico de manos de Eleanora y se metió en la cocina para tener un poco de intimidad.


—Estoy aquí —le dijo a Pedro con el corazón latiéndole a toda prisa.


—Paula, soy el doctor Liebermann. La recepcionista está
enviando por fax a Pedro el informe del laboratorio mientras hablamos.


Pedro guardaba silencio, pero ella sabía que estaba allí...
esperando.


Paula se las arregló a duras penas para pronunciar las palabras que podrían cambiar para siempre sus vidas.


—Adelante.


—Gracias a vuestras muestras puedo asegurar con un noventa por ciento de fiabilidad que Pedro es el padre de Abril y que tú eres la madre de Mariana.


Paula sabía que las conclusiones del informe no significaban
para Pedro un impacto tan grande como para ella. Aquello era lo que él pensaba desde el principio. Confirmaba con rotundidad que su esposa no había tenido ninguna aventura. 


Sin embargo, a Paula acababa de caérsele el mundo encima y se vio obligada a tomar asiento en una de las sillas de la cocina.


—Paula, ¿estás bien? —preguntó la voz de Pedro con tono de preocupación.


—No, no estoy bien. Nada está bien.


—Iré a la casa enseguida.


—No. Dame un poco de tiempo. Necesito asimilar esto. Necesito pensar en qué voy a hacer ahora.


Paula colgó el teléfono, lo dejó sobre la mesa y se lo quedó
mirando fijamente. Tecnología punta. La ciencia del nuevo milenio. Se suponía que el progreso tenía que servir para mejorar las cosas.


Escuchó la risa de Abril que venía desde el salón y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Paula parpadeó con fuerza pero no pudo evitar que le resbalaran por las mejillas. Abril, su querida Abril.


Su niñita. Siempre sería su niñita.


En aquel momento se abrió la puerta de la cocina y apareció
Pedro.


—Lo sé —se limitó a decir.


Paula ahogó un sollozo en la garganta mientras sentía un dolor que amenazaba con partirle el corazón. Sí, claro que Pedro sabía. Sabía perfectamente. No supo si fue ella o fue él quien se acercó, pero un momento más tarde, Paula estaba entre sus brazos, que la estrechaban con fuerza contra sí. Mientras ella lloraba, Pedro le acariciaba la espalda de arriba abajo en un gesto tranquilizador.


—Lo sé —repitió él sin tratar de decirle que todo iba a salir bien.


Porque no era así. Paula acababa de perder una hija. Ya no era la madre de Abril. Así de simple.


—No puedes intentar buscar ahora respuestas, Paula. Date
tiempo.


Pero ella no estaba escuchando las palabras que quería oír.


Palabras del tipo: «Abril sigue siendo tu hija. Nunca la apartaré de ti».


Entonces se dio cuenta de que Pedro no podía pronunciar
aquellas palabras del mismo modo que tampoco ella podía decirlas respecto a Mariana.


¿Qué iban a hacer?


Lo primero que tenía que conseguir ella era recuperarse. No podía esperar que nadie la llevara de la mano en todo aquel asunto porque tenía que protegerse a sí misma y a las niñas. 


No conocía las intenciones de Pedro, y mucho menos los sentimientos que albergaba en su corazón. Podrían convertirse en enemigos en lugar de ser dos adultos que miraran en la misma dirección.


Paula se liberó de su abrazo, dio un paso atrás y se secó las
lágrimas de las mejillas. No podía ser débil y no se mostraría vulnerable ante Pedro. Eric había jugado con todas sus debilidades, incluidos los que ella consideraba como sus puntos fuertes: La sinceridad, la lealtad y la capacidad de comprometerse. Su marido se había burlado de todo aquello hasta convertir su matrimonio en una farsa. Hasta que lo único que Paula pudo sentir fue responsabilidad y lástima.


—Necesito tiempo para pensar en esto —repitió—. No podemos empezar a tomar decisiones hasta estar seguros de que son las correctas.


—Tal vez, pero hay algo que tendrás que decidir más tarde o más temprano. Tienes que mudarte a Pensilvania, Paula. Eso no tiene vuelta de hoja.


—Si tu madre está pensando en vender Willow Creek tú podrías trasladarte a Florida.


—Todavía no ha decidido si vender o no. Ahora mismo una
mudanza no está entre las opciones.


—Entonces tenemos un problema —aseguró ella.


—Voy a decirle a mi madre el resultado del laboratorio —dijo
Pedro sin abandonar la expresión de preocupación—. ¿Estás bien?


—No voy a hundirme otra vez. Voy a ayudar a las niñas a
terminar sus dibujos y luego cenaremos.


Pedro la estaba mirando como si sintiera compasión de ella, y eso era algo que Paula no podía soportar.


Sin intentar convencerlo de que tenía sus emociones bajo control, se dirigió al salón para estar con Abril y con Mariana. Necesitaba aferrarse a Abril del mismo modo que necesitaba conocer a su hija tan bien como a la que había criado.







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