domingo, 30 de julio de 2017

BUENOS VECINOS: CAPITULO 7





El trayecto a Red Deer fue tranquilo, y cuando Pedro se detuvo ante un pequeño bungalow, experimentó una sensación incómoda. No había ningún coche en el patio. Las persianas de las ventanas estaban todas cerradas. Ninguna flor estival adornaba el exterior como en los patios adyacentes.


Pau permaneció en el coche mientras Pedro bajaba e iba a la puerta delantera. Llamó con la mano y luego al timbre. No obtuvo respuesta. Probó el picaporte; cerrado.


Al regresar al coche, suspiró y sus labios adoptaron una expresión sombría.


—No hay nadie. Y creo que no lo ha habido en bastante tiempo.


El rostro de Pau se demudó.


—¿Qué me dices de los amigos, de otra familia?


Él movió la cabeza.


—Ninguno que yo conozca. Hace años que no estoy en contacto con Barb.


Se preguntó qué hacer a continuación. La dirección era la única pista de la que había dispuesto. Ni siquiera sabía por dónde empezar a buscar, y seguía mostrándose reacio a recurrir a cualquier autoridad. Quizá no supiera mucho sobre bebés, pero cuanto más miraba a Daniela, más convencido quedaba de que era su sobrina. ¿Cómo hacerle algo así a la única familia que tenía en el mundo?


No podía. Así que dependía de él que se le ocurriera alguna idea.


—Pedro, mira —Pau señaló la casa de al lado. Una mujer mayor, ligeramente encorvada y con cabello gris rizado, había salido. Se detuvo al ver el coche, luego recogió una lata para regar y se dirigió hacia un grifo situado en el costado de la casa.


—Vale la pena intentarlo —admitió él y volvió a bajar del coche—. Buenos días —saludó. La mujer alzó la vista y cerró el grifo cuando él se acercó.


—Buenos días —lo observó con ojos curiosos.


—Busco a Barbara Paulsen. Vive aquí, ¿verdad?


—¿Y usted es?


Pedro tragó saliva. Debía dar una respuesta verdadera que tranquilizara a esa mujer que en ese momento lo miraba con bastante suspicacia.


—Familia, pero no la he visto en años. Ésta es la última dirección que tengo de ella, pero no hay nadie en casa.


La contestación pareció apaciguar a la mujer.


—Vive aquí. Aunque no la vemos mucho. Es reservada. Apenas he visto a ese bebé que llevó a casa. Ha sido un verano estupendo y el año pasado plantó muchas petunias y claveles. Este año, nada.


Pedro sintió un nudo en el estómago. Dejarle un bebé a un desconocido, cambios de comportamiento… no le gustó nada.


—No sabría dónde puede estar, ¿verdad?


—Lo siento —la mujer dejó la lata en el suelo—. La vi marcharse ayer por la mañana, pero desde entonces no he vuelto a verla. Puedo decirle que ha pasado a verla… —dejó que las palabras flotaran en el aire otoñal.


—Dígale que Pedro ha estado aquí y que me gustaría verla —le sonrió, pensando que en ese momento le iría bien cualquier aliado que pudiera conseguir.


—Lo haré.


Le dio las gracias y regresó al coche. Seguían en el mismo punto, salvo que en ese momento sabía que no había vuelto a casa después de dejar a Daniela en la puerta de su casa el día anterior por la mañana.


No se podía hacer nada más salvo volver al rancho y tratar de trazar un plan en el camino. Lo primero era el bienestar de Daniela. No quería ir a la policía, pero como siguiera encontrando callejones sin salida, no le quedaría más alternativa.


Al sentarse al volante miró un momento al asiento trasero.


—Daniela sigue durmiendo. Volvamos a casa.


Paula asintió.


—Me gustaría ponerme en marcha. Hay varias cosas que puedo traer que harán que cuidarla resulte mucho más sencillo. Para empezar, un cochecito, que me permitirá sacarla a dar paseos, y algo mejor que un asiento de coche en el que dormir.


Él asintió y puso marcha atrás en el momento en que sonaba el móvil de Pau.


Mantuvo la vista en la carretera mientras ella hablaba por teléfono. Verla esa mañana había conseguido que el día pareciera más soleado. Durante un breve momento. Luego se había dado cuenta de semejante estupidez y la había desterrado.


Pero agradecía la ayudaba que le estaba prestando. 


Cualquier atracción que hubiera sentido la noche anterior en la intimidad de la cocina era fácil de aplastar. Él no estaba interesado. Desde luego, no en Paula. Era una mujer que tenía escrito complicación en la cara y Pedro evitaba las complicaciones como si fueran la peste.


Y el fragmento que le había contado sobre su padre… no podía repetirse. Había sentido un extraño ánimo al oírla expresar semejante confianza en su temperamento. Pero desconocía la realidad. No sabía de dónde procedía.


Suspiró mientras ella seguía hablando por teléfono. Le gustara o no, por el momento Daniela era su responsabilidad. 


Si quería algo sencillo, se encontraba en la situación equivocada.


La voz de Pau se coló a través de sus pensamientos.


—Está aquí mismo —dijo—. Oh, Oh. Comprendo. Llegaremos pronto —cerró el aparato—. Pedro, tengo buenas y malas noticias.


La miró inquieto. Vio que se mordía el labio inferior y experimentó el impulso momentáneo de eliminar a besos la preocupación que la embargaba, devolverle la sonrisa luminosa y relajada que recordaba.


Volvió a centrar la atención en la carretera.


—Adelante.


—Sé dónde está Barbara.


A pesar del alivio, supo que ésa era la buena noticia y que aún le faltaba por oír la mala y que no iba a gustarle.


—¿Y bien? ¿Dónde está?


—Fue ingresada en el hospital —guardó el móvil en el bolso y se irguió—. Ésa era mi amiga… a la que llamé ayer. Primero te llamó a ti, ya que eres el familiar más próximo. Al no poder localizarte, tuvo la inspiración de recurrir a mí.


¿Hospital? ¿Es que estaba enferma? ¿Barbara lo había buscado porque se hallaba enferma? Ninguno de los escenarios que pasaron por su cabeza fueron buenos. No dejó de pensar en la nota y en lo que había escrito de que no podía hacerlo.


—¿Está bien? —inquirió preocupado.


—Fue ingresada en el pabellón psiquiátrico.


Estuvo a punto de salirse de la carretera.


—¿Qué? —las manos comenzaron a temblarle sobre el volante y aparcó en el arcén.


En ese momento supo qué lo había inquietado sobre Barbara al leer la nota, la sensación incómoda que no había conseguido descifrar. La madre de ella había fallecido mientras él había estado trabajando en Fort St. John. La siguiente vez que regresó a casa y tomaba unas cervezas con unos amigos, había oído los rumores acerca de la muerte.


En aquel entonces apenas había prestado atención; los cotilleos de los pueblos pequeños no eran lo suyo. Pero en ese instante lo recordó y el recuerdo sólo incrementó su miedo.


—¿Está bien? —espetó, temeroso de la respuesta, la mente en la niña inocente que iba en el asiento de atrás y en el enorme dilema que planteaba todo eso.


—¿Te refieres físicamente?


Él asintió, bloqueando las imágenes que amenazaban con anegarle el cerebro con sus terribles posibilidades.


—¿Pedro, qué sucede? Te has puesto pálido como una hoja de papel.


¿Cómo explicarle que ya se sentía culpable por haber guardado silencio durante todos esos años? De niños, era comprensible. Habría causado problemas en casa, unos problemas que intentaba evitar. Pero siendo adulto, podría haber ido a ver a Barbara y… ¿quién sabía? Habría estado lejos de la furia severa de su padre y de las miradas atemorizadas de su madre. Podría haber tenido familia.


Quizá eso no hubiera significado nada para su padre, pero sí para él. Cuando la madre de Barbara murió, había dejado que la vergüenza y el bochorno dominaran su sentido común.


Si no hubiera sido tan débil, quizá ella no se hubiera visto empujada hacia lo que en ese momento sospechaba.


Y no podía contarle nada del asunto a Pau. Apretó los dientes. Después de tanto tiempo, lo carcomía.


—Yo… el pabellón de psiquiatría —repitió con énfasis—. Eso no es bueno.


—Tú figuras como el familiar más próximo, recuerda. Al menos ahora sabemos dónde está. No obstante, se pondrán en contacto contigo.


—¿Sí? —giró la cabeza y estudió su perfil. Algo la atribulaba más que la situación. Lo había vislumbrado varias veces en las últimas veinticuatro horas. Como si recordara algo desagradable.


Pau asintió sin mirarlo.


—Oh, sí. ¿Una madre que acaba de dar a luz que aparece en urgencias y requiere una evaluación psiquiátrica? —finalmente lo miró con intensidad—. ¿No lo ves? Ya no puedes protegerla. Lo primero que querrán saber es dónde está el bebé.





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