domingo, 30 de julio de 2017

BUENOS VECINOS: CAPITULO 6





Unas ojeras marcaban los ojos de Pedro cuando abrió la puerta a la mañana siguiente. Se lo veía menos que magnífico embutido en unos vaqueros y una camiseta que habían conocido mejores tiempos. Tenía el pelo revuelto, como si se hubiera levantado de la cama unos momentos antes. La idea hizo que la sangre de Pau bullera en sus venas.


Entró para huir del frío. La casa de Pedro, a pesar de su condición destartalada, estaba cálida y resultaba acogedora, y olía a un delicioso café recién hecho.


—¿Una noche dura?


Él enarcó una ceja y suspiró.


—Algo así. ¿Cómo lo has sabido?


Ella sonrió y le señaló la camisa.


—Suéltalo.


Él ladeó la cabeza para mirar la tela.


—Estoy lo bastante cansado como para no sentirme divertido —le ofreció una sonrisa irónica—. Apenas pude dormir unas horas. ¿Y tú?


Pau tampoco había dormido mucho. Había permanecido despierta en la cama largo rato, preguntándose cómo se estaría arreglando con Daniela y si la pequeña se habría dormido al final. Cuando al fin se sumió en una duermevela inquieta, había caído en una serie de sueños de Pedro y Guillermo, entremezclados. Su cabeza no paraba de lanzarle advertencias en contra de involucrarse, pero su corazón insistía en contar otra historia, la de una niña inocente atrapada en una situación imposible.


—Me preocupé un poco por vosotros dos. ¿Cómo se encuentra Daniela ahora?


—Durmiendo.


No pudo evitar sentir un gran alivio. Necesitaban encontrar a la madre del bebé y enderezar otra vez las cosas. Aunque era escéptica de que ese día fueran a localizar a Barbara en su casa.


—Tienes un aspecto terrible, Pedro —lo siguió a la cocina, con cuidado de no hacer ruido con los pies enfundados en calcetines—. ¿Has conseguido descansar algo?


Él se encogió de hombros y fue hacia la cafetera.


—Un poco y a ratos. Fue más duro que lo imaginado.


—¿Por qué no te vas a dormir? Me quedaré y cuidaré de Daniela —las palabras salieron con más seguridad que la que sentía.


Él le entregó una taza de café y volvió a oírlo suspirar. La noche anterior había pasado por su cabeza quedarse en la casa con Pedro y echarle una mano, ya que era seguro que Daniela se despertaría durante la noche. Después de todo, era lo que hacían los bebés. Pero eso también significaría estar con él. La reacción visceral que le había inspirado la noche anterior había sido inesperada. Había sido atracción, elemental, sorprendente y poderosa. Quedarse a dormir allí no habría sido una buena idea, por lo que al anochecer había regresado a la casa de los Cameron.


—Estoy bien. Ya he dormido poco con anterioridad, Pau. En cuanto haya comido algo, podremos ir a la casa de Barbara. Cuanto antes hablemos con ella, mejor.


—¿No quieres ir solo?


—He pensado que tener a Daniela con nosotros podría ser una buena idea.


Tal vez Barbara comprendería que había cometido un error y el bebé volvería con su madre.


Sea como fuere, Barbara querría ver a su hija y comprobar que se hallaba bien.


Mientras ella bebía el café, Pedro se preparó una tostada que untó generosamente con mermelada. En el último minuto se le ocurrió ofrecerle a Pau el plato, pero ella ya había tomado algo de fruta y yogur, por lo que declinó. La serenidad de la mañana ofrecía un cierto grado de intimidad. 


Los últimos meses los había pasado en una soledad absoluta. Compartir un café con alguien a la mesa de la cocina era un grado de intimidad que parecía desconocido. 


Pero, sorprendentemente, agradable. Quizá ya se había lamido las heridas en privado el tiempo suficiente.


Daniela seguía durmiendo cuando Pedro regresó de cumplir con sus obligaciones, de modo que Pau la sujetó bien con las correas de seguridad para fijarla en el asiento del coche.


—Deberíamos cubrirla con una manta, ¿no? —la miró esperando una confirmación.


A pesar de su falta de experiencia, ella recurrió al sentido común.


—Es una mañana fresca. La manta es una buena idea —cuando iba a fijar el asiento en el habitáculo, recordó otra cosa de sus clases prenatales—. Los bebés deben ir en el asiento de atrás, Pedro. Pero tú sólo tienes una furgoneta, ¿no?


—¿Quieres decir que no puedo llevarla en ella? —se detuvo con una mano en la manivela de la puerta del vehículo y con la otra se mesó el pelo.


—Tiene algo que ver con los airbags.


—No estoy hecho para esto —musitó él—. No imagino en qué pensaba Barbara cuando dejó a Daniela aquí —Pau no dijo nada—. ¿Y bien? ¿Cómo voy a meterla en la furgoneta?


—No lo sé —apretó los dientes, odiando reconocer que de verdad lo desconocía.


—Creía que las mujeres sabían sobre estas cosas.


—Vaya comentarlo sexista, si alguna vez he oído uno. Y de paso, no es la primera vez que lo sacas. Odio desilusionarte, Pedro, pero el hecho de haber nacido mujer no significa que venga programada para estar al tanto de las necesidades de un bebé.


—Todas las chicas que conocí en el instituto hacían de canguro.


—A mí no me conociste en el instituto —cerró la boca y se dijo que debería haber permanecido en silencio. ¿Empezaría a hacerle preguntas? Y si lo hacía, ¿se las contestaría? Se mordió la lengua. No, no lo haría. No merecía saber sobre Guillermo. Ése era un tesoro que mantenía guardado junto a su corazón.


Él mostró sorpresa.


—Lo siento. Supongo que di por hecho que todas las mujeres quieren hijos. No pretendía tocar un punto delicado.


Eso le dolió. Ningún bebé había sido más querido que el suyo. Parpadeó con velocidad y giró, abriendo la puerta delantera del vehículo.


—Espera aquí, iré a buscar mi coche —indicó, consciente de que su tono era menos que cordial, aunque importándole poco, irían a buscar a Barbara, Daniela regresaría al lugar que pertenecía y ella podría volver a dedicarse a soslayar a Pedro tal como había hecho con anterioridad.


Al regresar, lo ayudó a fijar el asiento en la parte de atrás y cubrió a la pequeña con una manta para mantenerla cobijada. Parecía una muñeca de porcelana, toda rosada y blanca, con pestañas delicadas mientras dormía. Pedro se detuvo un instante para observar a la pequeña y Pau vio que la expresión se le suavizaba al mirarla. Al descubrir que lo observaba, giró, sacando el torso de la parte posterior antes de cerrar la puerta. En el otro lado, Pau tocó el suave cabello negro y se cuestionó las circunstancias que la habían metido en medio de semejante situación. Pedro podía ser irascible, pero se esforzaba y Pau supo que haría lo correcto con Daniela.


Lo inteligente sería resolverlo lo antes posible y seguir adelante.


Señaló el lado del conductor.


—¿Quieres llevarlo tú? Sabes adonde vamos.


Al recibir un gesto brusco de asentimiento, le entregó las llaves. Si no tenían suerte en la casa de Barbara, regresarían al rancho y ella iría a Calgary. Podía pasar por la casa de sus padres mientras éstos se hallaban en el trabajo. 


Antes no había conseguido convencerse de deshacerse de las cosas de Guillermo, pero ése era un buen momento. 


Alguien debería aprovecharlas.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario