jueves, 29 de junio de 2017

EN LA OSCURIDAD: CAPITULO 10




Sábado, 23:30 horas



Paula se hallaba debajo del chorro de agua templada, con las palmas de las manos apoyadas sobre los azulejos verdes y la cabeza levemente inclinada entre los brazos mientras disfrutaba de las sensaciones increíbles que vibraban por su cuerpo, cortesía de las manos enjabonadas de Pedro.


Alzó la cabeza y lo miró por encima del hombro.


—Para un chico que afirmaba querer uno rápido, te estás tomando tu maravilloso tiempo.


—Yo jamás dije que quería uno rápido… esta vez. Solo que estaba dispuesto a ello si el agua se enfriaba —adelantó las manos para deslizarías por sus pechos y provocarle los pezones—. Prefiero tomarme mi tiempo —bajó aún más una mano y ella le abrió las piernas.


—Por mí, perfecto.


Los labios vagaron por la parte de atrás de su cuello y por el hombro, despertando otra vez recuerdos de duchas juntos. 


Mientras una mano seguía excitándole los pechos, los dedos de la otra se introdujeron entre sus piernas para acariciarla con lentitud enloquecedora.


Cerró los ojos y sus sentidos se tambalearon con la mezcla del beso que le daba en la nuca y la excitación pausada e implacable que los dedos le provocaban en el sexo.


Su mente se quedó en blanco cuando curvó la mano sobre su trasero y luego la avanzó por sus pliegues empapados. 


Desde atrás la penetró con dos dedos, mientras continuaba con los de la otra mano con los enloquecedores círculos sobre la piel inflamada y excitada. Empujándose hacia atrás, onduló las caderas en busca de más y él le satisfizo tocándole los puntos precisos de las formas precisa.


Durante varios segundos permaneció al borde del precipicio, luego el orgasmo palpitó por todo su cuerpo, arrancándole un gemido largo y ronco que disminuyó junto con los espasmos hasta convertirse en un ronroneo de placer.


—Quédate ahí, tal como estás —susurró Pedro en su oído.


Como si fuera a ir a alguna parte. Como si ella fuera capaz de hacer otra cosa que tratar de recuperar el aliento. Se apartó de ella, forzándola a bloquear las rodillas para no caer. Un sonido de celofán al romperse la despertó lo suficiente como para mirar por encima del hombro. Pedro, mojado y excitado, con remolinos de agua cayéndole por el cuerpo musculoso, se ponía un preservativo. Paula alzó la vista y el fuego que ardía en sus ojos le provocó oleadas de calor por la espalda. Sin dejar de mirarla, le aferró las caderas y la penetró por detrás con una larga y profunda embestida.


Durante unos instantes eternos, se quedaron absolutamente quietos y ella absorbió las sensaciones carnales que rebotaban por su cuerpo. Luego Pedro comenzó a moverse contra su cuerpo, penetrándola más y más. Cerró los ojos y emitió un largo «oooohhh» de placer. En un momento, él se retiró casi por completo de su cuerpo para penetrarla luego con un embate hondo. La rodeó con una mano y descendió por su estómago hasta que con dedos seguros y hábiles la tocó en el núcleo más palpitante de su ser.


Pedro… —jadeó, arqueando el cuello, la espalda, ahogándose en la sensación.


El orgasmo la inundó con un torrente de placer convulsivo. Él gimió y la embistió hasta el fondo, haciéndole sentir los temblores que lo sacudieron mientras se liberaba dentro de ella.


Con respiración aún entrecortada, sintió que él se retiraba con gentileza de su cuerpo, oía que abría la puerta de la ducha para deshacerse del condón usado y volvía a cerrarla. 


Luego sintió que la giraba con las manos en los hombros.


—No me sueltes todavía, ¿de acuerdo? —pidió, luchando para abrir unos párpados pesados por la languidez posterior al coito—. Mis rodillas son gelatina y todo por tu culpa.


La ancló contra él con un brazo fuerte y luego le pasó con suavidad los dedos por los labios.


—No te soltaré —confirmó.


Logró alzar los párpados a media asta.


—Según recuerdo, eras muy bueno en la ducha…


Calló al ver la expresión que tenía. Parecía aturdido… algo comprensible si el orgasmo había alcanzado la misma intensidad de la escala Richter que el suyo, pero también parecía… ¿confuso? Lo vio fruncir el ceño y estudiarle la cara, acariciándole las facciones como si tratara de descubrir quién era ella y cómo había terminado desnuda en la ducha con él.


—¿Estás bien? —se sintió impulsada a preguntarle.


La mirada de Pedro, oscura e intensa, encontró la suya. 


Luego parpadeó y la expresión se le aclaró.


—Unas cien veces mejor que bien. ¿Y tú?


Subió las manos por su torso y le bajó la cabeza para un beso apasionado.


—Muy bien. Al menos por ahora. Pero he de advertirte que voy a querer repetirlo.


Le pasó la lengua por el labio inferior y luego le mordisqueó la piel sensible.


—No sé cuándo he recibido mejores noticias.


—¿No te hace querer huir?


—Tienes que estar bromeando.


Se reclinó en el círculo de sus brazos y le sonrió.


—Bien. Porque la noche aún es joven y acabo de darme cuenta de que tengo que compensar varios meses de insatisfacción.


—No me lo creo —enarcó las cejas.


—Me temo que sí —pero le agradó la expresión que puso de «tu novio debía de estar chiflado», aunque no quería pensar en ello, y mucho menos hablar de Gaston. Le dedicó una sonrisa traviesa—. Hasta que llegaste esta noche, podías resumir mi situación con dos palabras… «sola» y «excitada».


La sonrisa de él le quitó el aliento.


—Sola y excitada —repitió, bajando las manos para acariciarle el trasero—. Una enfermedad que ataca a miles de personas desprevenidas cada año. Por suerte para ti, conozco la cura.


—Soy afortunada.


Le apretó el trasero con gesto juguetón.


—Yo también. Así que empecemos.


—¿Empezar?


—Diablos, no pensarás que he terminado, ¿verdad?


—No —respondió con una risa—. Pero creo que ya hemos dejado atrás el punto de partida. ¿Qué viene a continuación?


En respuesta, los situó a ambos para que el chorro de agua cayera sobre sus cabezas y entre sus cuerpos.


—Un enjuague rápido.


—Muy rápido… el agua se está enfriando.


Entre risas y besos, se enjabonaron y enjuagaron rápidamente. Después de cerrar los grifos, ella apenas tuvo tiempo de escurrirse el pelo y de envolverse en una toalla cuando Pedro recogió la linterna, la tomó de la mano y la condujo de vuelta al dormitorio.


—¿Y ahora qué? —repitió Paula.


—Ahora te relajas en la cama durante unos minutos mientras yo preparo el siguiente paso para tu cura, que, coincidencia, es casi idéntica a la cura de «reafírmale que es poderosamente sexy».


—Comprendo. De modo que, en otras palabras, eres bueno para todos mis achaques.


—Sí. Lo que me convierte en un tipo realmente afortunado —le dio un beso delicado y luego la empujó hacia la cama—. Túmbate. Relájate. Vuelvo en cinco minutos.


Como aún tenía las rodillas flojas, tumbarse le sonó muy bien. Con un suspiro de placer, lo observó abandonar la habitación y llegó a la conclusión de que ningún hombre había estado jamás tan atractivo solo con una toalla alrededor de las caderas.


«Es una pena que solo lo tengas para esta noche», susurró una voz en su interior.


Y al instante, el suspiro de placer se convirtió en otra clase distinta de suspiro.


«Sí», se dijo, era una pena que únicamente lo tuviera para esa noche.


Pero, siendo como eran sus naturalezas tan diferentes, era mejor que nada. Y tenía toda la intención de aprovechar al máximo las horas que les quedaban. Todo estaría bien mientras no olvidara que Pedro y ella, una vez más, recorrían caminos que iban en direcciones opuestas.






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