domingo, 25 de junio de 2017

EL SECRETO: CAPITULO 25





LA EXCITACIÓN era tan grande que Paula no comprendía cómo no había alcanzado el climax todavía. Su corazón latía con tanta fuerza que apenas respiraba.


De pronto alcanzó el firmamento y su cuerpo estalló mientras la lava líquida corría por sus venas. Clavó las uñas en los hombros de Pedro, en busca de apoyo.


Apenas se había recuperado cuando Pedro la levantó en el aire, colocó sus piernas alrededor de su cintura y se enterró en ella. Paula soltó un jadeo y notó la contracción de sus músculos.


Hundió la cara en el pecho de Pedro. Se sentía en la gloria. 


Sentía que eran un solo cuerpo, una sola persona.


‐Estás tan caliente ‐dijo Pedro‐. Nunca te había sentido tan caliente.


‐Nunca había estado tan enamorada ‐respondió.


Empezaron a moverse de un modo rítmico, despacio. Paula sintió que formaban parte de la naturaleza. Eran criaturas de la noche. No imaginaba que la vida pudiera proporcionarle una felicidad mayor.


Y cuando Pedro se descargó en ella, Paula también se rindió. Pedro abrazó a Paula hasta que sus cuerpos se relajaron. Apartó el pelo de la cara con ternura mientras sostenía su cuerpo desnudo, húmedo.


‐Me marcho por la mañana ‐dijo y notó cómo se ponía tensa‐. Voy con Víctor y me ausentaré un par de días. Tres, a lo sumo.


‐¿Vas a dejarme aquí? ‐preguntó, perpleja.


‐Quiero que te quedes aquí. Estarás segura ‐explicó—. Los otros velarán por ti.


‐Pero ¿por qué vas con Víctor? ¿Y adonde vas?


‐Vamos a Jujuy ‐anunció‐. Iremos más deprisa sin ti.


‐Pero me aseguraste que iríamos juntos. Dijiste que haríamos este viaje juntos...


‐Quieres encontrar a Tomás, ¿verdad? ‐ella no contestó, pero Pedro conocía la respuesta‐. Víctor conoce alguna gente. Tiene contactos con tipos peligrosos. Estoy dispuesto a arriesgarme.Pero no dejaré que tú corras ningún riesgo.


‐No quiero que hagas nada peligroso. Quizá deberíamos contactar con Alonso.


‐Vamos, no seas cobarde. Sabes que no podemos esperar. Ambos estamos preocupados por el chico. Y queremos asegurarnos de que está a salvo. Vamos, dijiste que confiarías en mí.


‐¡Se supone que formamos un equipo!


‐Y es cierto.


‐Un equipo no abandona a la mitad de su gente cuando la otra mitad está en peligro.


Pedro quería sonreír, pero no se atrevía. Ella estaba muy enfadada, pero le emocionaba su insistencia. Pero nunca pondría en peligro su bienestar.


‐Somos un equipo. Pero, a veces, los roles no son equivalentes. Si lo piensas, has llevado la voz cantante durante nuestra estancia en Mendoza. Nuestra vida se ajustó a tus necesidades —vio cómo abría la boca y levantó la mano—. Y lo acepté. Nunca lamenté mis decisiones. Pero estamos en mi terreno y aquí mando yo.


‐Pero soy fuerte, Pedro. Y soy lista. No tienes que dejarme en segundo plano ‐imploró con sus grandes ojos verdes, deseosa de acompañarlo.


‐Tienes que confiar en mí porque nadie te amará jamás tanto como yo —dijo.


‐Todavía me amas ‐susurró con lágrimas en los ojos.


‐Por supuesto. Mi vida es tuya ‐se inclinó y la besó‐. Confía en mi. Nunca te abandonaré, nunca te traicionaré y nunca te pondré en peligro. Y vendré a buscarte en cuanto sepa algo.


‐Está bien ‐asintió Paula con la voz entrecortada‐. Puedes marcharte por la mañana. Pero tendrás que hacerme el amor esta noche una vez más.



****

Pedro se había marchado hacía dos días.


Uno de los hombres cabalgó hasta ella. Creyó, por un momento, que era Pedro y se incorporó. Pero era otro gaucho.


Ella entrecerró los ojos, pero estaba cegada por el sol. El gaucho estaba empapado en sudor y la camisa se ceñía a su cuerpo. Paula no lo conocía, pero se parecía a Pedro.


‐Señora Alfonso ‐el gaucho desmontó de su caballo‐. Tiene que acompañarme. Nos vamos enseguida. Pedro quiere que se reúna con él por la mañana.


‐¿Vamos a viajar toda la noche? ‐preguntó.


‐Es sencillo ‐respondió despreocupado.


‐¿Los dos solos? —Paula no ocultó su miedo.


‐No, los otros vendrán con nosotros ‐dijo e hizo un gesto a los dos jinetes que aguardaban junto al lago—. No se preocupe. No estará a solas conmigo.


‐No. Estaré sola con tres desconocidos.


‐No se preocupe. Pedro está enamorado de usted. Me ha confiado esta misión porque soy tan fuerte como él ‐dijo.


—Supongo que se conocen muy bien —aventuró Paula.


‐Ya lo creo ‐el gaucho le tendió la mano‐. Soy Orlando Alfonso, su hermano pequeño. Y eso la convierte en mi hermana.


El hermano de Pedro. No sabía si debía llorar o reír. Apretó la mano de Orlando


‐Hola, Orlando.


‐Hola, Paula. Recojamos tus cosas. Tenemos que irnos.


Cabalgaron toda la noche. Paula dormitó parte del trayecto, apoyada en Orlando, y tardó unos instantes en darse cuenta de que se habían detenido. Notó unas manos fuertes y parpadeó, medio dormida.


‐¿Pedro?


‐Sí, no es un sueño ‐dijo‐. Estás conmigo.


Ya era de día. Miró a su alrededor y asumió que estaban en una pequeña población, frente a un edificio anodino.


‐¿Qué hora es? ‐preguntó.


‐Poco más de las siete de la mañana ‐informó Pedro.


‐¿Has averiguado algo de Tomás? ‐preguntó.


‐Sí ‐dijo y, sin decirle nada más, empujó a Paula hacia la puerta del edificio.


Estaba oscuro y Paula notó la mano de Pedro en su espalda. 


Estaba asustada. Bizqueó y advirtió la presencia de dos personas en el interior de la casa. Había un hombre alto, de pelo castaño, y un niño.


‐Buenos días, Paula.


‐¿Alonso? ‐reconoció la voz al instante.


‐Me alegro de verte ‐dijo‐. Te estábamos esperando.


¿A quién se refería? Miró a Alonso y al muchacho. Paula sintió frío, después calor. Empezó a temblar. Volvió a mirar al chiquillo. Era Tomás.


Se quedó boquiabierta. No era un bebé. Era un chico con el pelo negro, la piel dorada y los ojos verdes.


Paula estaba cegada por las lágrimas. Se volvió y hundió la cara en el pecho de Pedro.


Temblaba entre fuertes espasmos.


—Paula —dijo Alonso‐. Te presento a Tomás. Tiene cinco años y estaría encantado de que pudiéramos proporcionarle una cama, una casa y unos padres.


Paula estaba en una nube. Se giró y abrió los ojos. El chico seguía ahí, mirándola.


‐Paula ‐dijo Pedro‐. Es nuestro hijo.


‐¿Estás seguro de que es...?


‐Sí, completamente.


Paula sintió que le faltaba el aire. No llegaba oxígeno a sus pulmones.


‐¿Cómo lo sabes? ‐preguntó.


‐Hemos hecho la prueba del ADN —dijo Alonso‐. Los resultados llegaron anoche.


‐Pero tú me dijiste... que Tomás no podía ser...


‐Me equivoqué. Estaba tan delgado, que calculamos mal la edad. El médico que trabaja para nosotros nos dijo que era un año más pequeño de lo que era en realidad.


¿Quién sería ese médico?, se preguntó Paula.


‐Alonso no había salido del país ‐la informó Pedro, atrayéndola hacia sí‐. Él ha estado trabajando con el gobierno, haciendo los trámites para que nos devolvieran al niño, pero no quería reunirse con nosotros hasta que no tuviera todas las respuestas.


‐¿Y cuándo te hiciste un análisis para la prueba de ADN?


‐En Mendoza. Después de hablar con Alonso, fui a la consulta del doctor Domínguez y me hice un análisis de sangre. Alonso ya tenía una muestra de sangre de Tomás.


‐¿Por qué no me dijiste todo esto?


‐Porque no quería crearte falsas esperanzas y, francamente, no sabía qué creer.









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