domingo, 7 de mayo de 2017
PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO 2
Dos horas más tarde estaba sentada en la cocina de la casa de Juana en Suffolk. Su amiga había ido a recogerla y le estaba preparando un café.
Y el aroma era repugnante.
—Lo siento… No puedo.
Se dirigió corriendo al baño y vomitó. Cuando se incorporó, Juana estaba detrás de ella, mirándola a través del espejo.
—¿Estás bien?
—Sobreviviré. Es culpa de los nervios. Lo quiero, Juani, y lo he estropeado todo. Se ha ido, y no me gusta nada.
Juana la miró, abrió el armario que había sobre el lavabo y sacó una caja.
—Toma.
Ella miró la caja y soltó una risita.
—¿Un test de embarazo? No seas tonta. Sabes que no puedo tener hijos. Me he hecho muchas pruebas. No hay manera. No puedo concebir.
—Las palabras «no puedo» no existen. Yo soy la prueba de ello. Hazme caso.
Salió del baño y cerró la puerta. Paula se encogió de hombros y leyó las instrucciones del test. Era una estupidez.
No podía estar embarazada.
—¿Qué diablos voy a hacer?
—¿Quieres quedarte con él?
Ni siquiera tenía que pensar en ello. A pesar de estar sorprendida por el resultado del test de embarazo, sabía la respuesta.
Negó con la cabeza.
—No. Pedro siempre ha insistido en que no quiere tener hijos y, en cualquier caso, tendría que cambiar mucho para aceptar ocuparse de un hijo mío. ¿Sabes que me dijo que no podía marcharme porque tenía un contrato?
—A lo mejor se aferraba a su única esperanza.
—¿Pedro? No seas ridícula. Él no se aferra a nada. Y
probablemente no sea una opción. Me dijo que, si no iba con él, se había acabado. Pero tengo que vivir en algún sitio, no puedo quedarme contigo y con Pablo, y menos cuando tú también estás embarazada otra vez. Creo que con un bebé tendrás suficiente —soltó una carcajada—. No puedo creer que esté embarazada, después de todos estos años.
Juana sonrió.
—Pasa en las mejores familias —dijo Juana con una sonrisa—. Has tenido suerte de que tuviera un test de sobra. Estuve a punto de hacérmelo por segunda vez porque no podía creerlo la primera. Ahora ya lo hemos asumido y hasta me hace ilusión tener otro hijo, y los niños también están encantados. Bueno, ¿y dónde quieres vivir? ¿En el campo o en la ciudad?
Paula trató de sonreír.
—¿En el campo? —preguntó dubitativa—. No quiero regresar a Londres, y sé que es una tontería, pero quiero un jardín.
—¿Un jardín? —Juana ladeó la cabeza y sonrió—. Dame un
minuto.
Paula oyó que hablaba por teléfono desde la habitación contigua y después vio que regresaba con una sonrisa en los labios.
—Solucionado. Pablo tiene un amigo que se llama Joaquin Blake que va a irse a trabajar a Chicago durante un año. Había encontrado a alguien para que se ocupara de su casa, pero le ha fallado, y está desesperado por encontrar a otra persona.
—¿Y por qué no la alquila?
—Porque tendrá que regresar de vez en cuando. Pero es una casa enorme. Tendrás cubiertos todos los gastos, y lo único que tienes que hacer es vivir allí, no hacer fiestas salvajes y llamar al fontanero si fuera necesario. Ah, y ocuparte del perro. ¿Te gustan los perros?
—Me encantan los perros. Siempre he querido tener uno.
—Estupendo. Y Murphy es fantástico. Te encantará.
Y la casa también. Se llama Rose Cottage y tiene un jardín
maravilloso. Lo mejor es que está a sólo tres millas de aquí, así que podremos vernos a menudo. Será divertido.
—¿Y qué hay del bebé? ¿No le importará?
—¿A Joaquin? No. Le encantan los bebés. Además, casi nunca está en casa. Venga, vamos a verlo ahora mismo.
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