viernes, 26 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 5








En pocos segundos, sus lenguas estaban entrelazadas y ella hundía sus dedos en los cabellos de él. Él empezaba a sudar y su piel tenía un sabor salado en la comisura de los labios.


—Me gustaría poder embotellar esta sensación —dijo ella, abrumada por la fuerte química sexual—. Podríamos venderla y ganar un montón de millones.


—Un montón de millones es mucho dinero —murmuró él mientras fijaba su atención en la oreja izquierda de ella.


—Y eso —ella volvió a sentir escalofríos mientras él recorría con la lengua el lóbulo de su oreja—, sólo el primer año.


Él volvió a concentrarse en su boca y se deleitó en saborearla. Cuando introdujo el labio inferior de ella en su boca, Paula se quedó sin aliento. Y cuando la punta de la lengua empezó a recorrer la húmeda cavidad bajo el labio superior, ella le sujetó la cabeza con más fuerza. Después, él introdujo toda la lengua, con exigencia, y ella gimió.


Paula era plenamente consciente de su desnudez bajo la bata. De su trasero desnudo que descansaba sobre los pantalones de él. La suave lana le arañaba la piel, tan sensible estaba por los besos que no cesaban y las manos que seguían sobre su rostro y sus dorados cabellos.


Apenas le quedaban razones para sentirse feliz por ello. 


Frente a su «deseo», como él lo llamaba, ella no había podido resistirse a los besos. Tampoco era tan malo, ¿no? A fin de cuentas estaba prometida a ese hombre.


Todavía.


Una vocecita perdida en la oscuridad de su mente le recordó que estaba a punto de acabar con ese compromiso, pero ella la hizo callar. Porque ese hombre sabía cómo besar, y no había motivo alguno para negarse ese placer.


Lo malo fue que el beso empezó a no ser suficiente.


Para aliviar el creciente sufrimiento, ella juntó los muslos y empezó a moverse sobre él.


—Me estás volviendo loco —Pedro se separó de ella y la miró muy serio y con los labios húmedos.


—¿Qué has dicho? —ella le secó los labios con el pulgar. Al hacer una segunda pasada, él atrapó el pulgar con sus dientes.


Paula tembló una y otra vez a medida que la lengua de él le acariciaba el pulgar. El interior de su boca era caliente y húmedo y ella se inclinó hacia él para saborearla de nuevo.


—Paula, a lo mejor tenías razón… —él la agarró por los hombros.


—Sólo una vez más —ella lo empujó y, al caer, se llevaron con ellos la bata; Paula se quedó al descubierto hasta la cintura.


Desnuda de cintura para arriba.


Y congelada de cautela y deseo.


La mirada de él seguía fija en su rostro, pero al ver que ella no hacía ademán detaparse, empezó a descender.


Como si de una caricia se tratara, ella sintió esa mirada sobre el rostro, la nariz, la boca, las mejillas y el cuello.


Recorrió su escote y, al fin, se posó en sus pechos mientras ella sentía que le faltaba el aliento. Bajo el peso de su mirada, los pezones estaban cada vez más duros.


Ella los miró y vio cómo se oscurecían contra la palidez de sus inflamados pechos.


Y sin pensárselo dos veces, levantó los brazos para cubrirse con la bata.


—No lo hagas —él la atrapó por las muñecas—. No me los ocultes.


Ella sentía escalofríos ardientes por la columna. No quería ocultarle ninguna parte de su cuerpo.


—Shhh, no digas nada —dijo él cuando Paula hizo ademán de hablar y mientras la llevaba en brazos, escaleras arriba, como si no pesara nada.


Ella se sentía flotar en una nube de deseo. Una nube de sueños imposibles.


¿Sería posible que sus padres hubieran acertado? ¿Habían elegido al hombre adecuado?


Al llegar a la planta superior, él no dudó un instante y se dirigió hacia el dormitorio principal. Al pie de la enorme cama con forma de trineo, se paró.


Paula apoyó la cabeza contra su pecho, mientras oía el fuerte martilleo de su corazón. Lo que más deseaba en el mundo era desnudarse, completamente, ante él.


Lo miró y le dedicó una seductora sonrisa.


—Matias, ¿no vas a hacerme el amor?




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