domingo, 28 de mayo de 2017

EXITO Y VENGANZA: CAPITULO 12




A las tres menos cuarto de la mañana, Paula dejó de intentar dormirse. Su bata de fino algodón descansaba a los pies de la cama y se la puso sobre el camisón a juego y bajó, descalza, las escaleras. La casa estaba en silencio y oscura, pero sus dedos consiguieron encontrar el interruptor de la luz de la cocina.


—¡Eh! —una sobresaltada voz masculina y el ruido sordo de un líquido al derramarse le indicaron que no estaba sola.


Tras pestañear varias veces para habituarse a la luz del fluorescente, vio a Matias junto al fregadero con un vaso vacío en la mano. Un cartón de leche había aterrizado sobre ese fregadero, pero una buena parte del contenido había salido despedida hacia arriba y formaba un charco a los pies de Matias.


—¡Lo siento! —Paula se acercó apresuradamente—. No te muevas o esparcirás la leche por toda la cocina —ella tomó un rollo de papel de cocina y se arrodilló para empapar el líquido del suelo—. ¿Te has hecho daño?


—Sobreviviré a un baño de leche —gruñó Matias—. Me has sorprendido, eso es todo.


—Lo siento también por eso —ella se puso en pie con el papel goteante y lo escurrió en el fregadero—. No podía dormir.


—Yo tampoco.


—Lo siento —¿cuál sería la causa del insomnio de él?


—Eso tampoco es culpa tuya —contestó él mientras limpiaba el cartón de leche con la bayeta.


Paula continuó con su operación de limpieza en el suelo. 


Aunque sentía ser la causante de todo ese lío, se alegraba de tener una oportunidad para hablar con él después de lo sucedido. No le gustaba la incomodidad que se había instalado entre ellos.


—Ya puedes moverte —dijo ella tras dejar limpio el suelo y arrojar el papel de cocina a la basura.


Él se volvió hacia ella.


—Vaya —Paula agarró de nuevo el rollo de papel—. Creo que aún no he terminado —dijo mientras alargaba el brazo para secar unas gotas de leche sobre el torso de él.


Sobre su torso desnudo. Un torso que se mostraba en toda su masculina perfección gracias a que él llevaba como única vestimenta unos pantalones de pijama de talle bajo. Los pantalones eran muy bonitos, de algodón color verde oliva con rayas, y caían tan bajos que ella tenía la boca seca y las hormonas disparadas.


Paula se dio cuenta de que estaba parada, mirándolo fijamente.


Y de que él miraba fijamente cómo ella lo miraba fijamente.


La temperatura de la cocina había subido tanto que las gotas de leche sobre su pecho desnudo estaban a punto de hervir. 


Ella carraspeó y secó la leche con el papel de cocina. El contacto le produjo a Pedro un escalofrío en la nuca y ella observó cómo los pezones de color cobrizo se endurecían.


Paula disimuló un quejido e intentó romper la tensión sexual con su habitual parloteo nervioso.


—Siento de veras haberte asustado, Matias —dijo mientras continuaba con su labor de secado—. Y siento que no puedas dormir. Y luego siento lo de la leche  derramada, por no hablar de esos maravillosos músculos sobre ese pedazo de pecho…


A medida que el sonido de su propia voz alcanzaba su cerebro, ella se quedó helada y bajó la mirada al suelo.


—Por favor, dime que no he dicho en voz alta lo que creo que he dicho en voz alta.


—Paula, Paula, Paula—él rió mientras alargaba una mano para tomar la de ella y guiarla hasta los músculos de su abdomen.


Ella separó los dedos y el papel de cocina cayó al suelo. La punta de los dedos absorbió el calor de la piel y él siguió deslizándolos hacia abajo, más y más. Ella notó el suave vello bajo el ombligo y sus dedos acariciaron la cintura de su pijama.


Con la mano libre, él le sujetó la barbilla y la miró a los ojos. 


El calor aumentaba. Y el deseo.


Y nuevamente apareció esa innegable y extraña, pero tan bienvenida, sensación de que aquello era lo correcto.


—Paula —insistió él mientras le acariciaba con el pulgar el labio inferior—. ¿Nunca te han dicho que no hay que llorar por la leche derramada?




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