—Ésa era la última caja —dijo Pedro al tiempo que cerraba el maletero del coche—. Mañana las llevaré al albergue de Marshallton.
Paula se hallaba de pie en el porche. Los rayos del sol tardío teñían de dorado su cabello castaño claro. Parecía tan pequeña, frágil y sola como un alma que errara en busca de un paraíso seguro. Pedro sintió deseos de abrir los brazos y decirle que se acercara, que podía encontrar refugio allí, con él. ¿Sí, podía ofrecerle dicho refugio, pero, lo aceptaría?
Pedro titubeó junto al coche, observándola mientras lo esperaba, con la cabeza gacha y los ojos clavados en el suelo. Las dos gatas merodeaban por entre sus tobillos y los dos perros montaban guardia a su lado. La dulce Paula, con un corazón tan grande como el cielo de Crooked Oak. Pedro nunca había conocido a nadie que amase a los animales tanto como ella.
¿Cómo iba a estar cerca de aquella mujer amable, tierna y cariñosa, sin hacerle el amor?
Pedro había evitado deliberadamente las relaciones duraderas y a las mujeres que esperaban más de lo que él podía darles. Le gustaban las mujeres... Diablos, las adoraba. Y ellas parecían sentirse atraídas hacia él como las abejas a la miel. Pedro le había comentado una vez que Benjamin atraía al bello sexo por su atractivo y su condición de estrella del béisbol. Y que Pedro atraía a las mujeres por su carácter chapado a la antigua, de caballero sureño, teñido de cierto atisbo de peligro que picaba su interés.
Paula Chaves era diferente. No se parecía en absoluto a las mujeres con las que había salido. Era callada, tímida y algo ingenua. Y despertaba en él un deseo cuya intensidad lo desconcertaba. Pedro se enorgullecía de dominar todos sus actos y sus emociones. Pero la atracción que sentía hacia Paula empezaba a minar su voluntad de hierro.
— ¿Puedo ayudarte en algo más? —preguntó, reacio a marcharse.
Ella alzó la cabeza y fijó en él la mirada. Incluso desde lejos, Pedro pudo ver la humedad de las lágrimas que empañaban sus ojos.
«Por Dios, cariño, no llores» quiso decirle. «Leonel no hubiera querido que sufrieras tanto. Y yo no soporto verte así.»
—No, ya no queda nada más que hacer. Hoy, al menos —Paula esbozó una débil sonrisa.
—Bueno, entonces me voy ya.
«No permitas que me vaya» rogó Pedro en silencio. «Pídeme que me quede. Piensa en un motivo para retenerme aquí».
Se dio media vuelta.
—Espera —Paula dio unos pasos vacilantes al frente, y luego se detuvo en el filo del porche.
El giró rápidamente la cabeza y avanzó hacia el sendero de ladrillo.
— ¿Qué sucede?
—Necesito, necesito hablar contigo —Paula entrelazó las manos ante sí, como si se esforzara por no alargar los brazos hacia él.
—Claro, cómo no —Pedro subió los escalones y se detuvo justo delante de ella. Tan sólo unos centímetros los separaban—. ¿De qué quieres hablar? —su mirada siguió la de ella, y se percató de que la señora Dobson, que vivía en la casa de enfrente, estaba barriendo el porche. Los pueblos pequeños estaban llenos de gente curiosa incapaz de no meter la nariz en los asuntos de los demás. Sin duda, la señora Dobson repararía en su presencia e informaría a sus amigas y sus vecinas. Personalmente, a Pedro le importaba un rábano lo que los demás dijeran o pensaran, pero era consciente de que a Paula sí le preocupaba. Al fin y al cabo, ella tenía que seguir viviendo y trabajando en Crooked Oak, y criaría a su hijo en el pueblo.
—Entremos —Paula retrocedió y abrió la puerta principal.
El la siguió, pero antes de entrar se giró e hizo una señal de saludo a la señora Dobson, quien le correspondió con una sonrisa.
— ¿Cómo está usted, señora Dobson? —le preguntó en voz alta.
La mujer de cabello blanco se sonrojó, pero esbozó una sonrisa afectuosa.
—Muy bien, Pedro. Celebro ver que cuidas de Paula.
—A partir de ahora, me verá mucho por aquí.
—Me alegra saberlo —respondió la señora Dobson.
Pedro entró en el vestíbulo, donde Paula lo esperaba con la cabeza gacha y los ojos tímidamente alzados.
—No he podido quitarme a las vecinas de encima desde que Leonel murió. Son algo pesadas, pero tienen buen corazón.
—Sí, lo sé. Crecí en el pueblo, ¿recuerdas?
—Cierra la puerta, por favor.
Pedro así lo hizo.
—Quieres hablar de algo en concreto?
Ella se frotó las manos repetida y nerviosamente.
—Mientras estés en Crooked Oak, finalizando el período de servicio de Leonel, necesitarás un sitio donde vivir.
—Es cierto —¿por qué lo decía? ¿Qué intentaba insinuar?—. Pienso llamar a una inmobiliaria mañana. Sofia me ha dicho que me quede en su casa todo el tiempo que necesite, pero necesito un hogar propio.
Paula lo miró insegura.
—Pedro, yo... yo... —se retiró de él. Sus pequeños hombros
empezaron a temblar. Con el corazón latiéndole en los oídos, Pedro se acercó a ella y la rodeó con sus brazos.
—No estás sola, Paula —le susurró acercando los labios a su oído—. Sé lo difícil que será para ti vivir sin Leonel, pero te prometo que me tendrás a tu lado durante todo el embarazo. Quiero ayudarte en todo lo que pueda.
Ella asintió.
—Lo sé.
Pedro siguió abrazándola con suave firmeza, y rezó por que su cuerpo no reaccionara al rozarse con la esbelta mujer que tenía abrazada.
—Los dos queríamos a Leonel y los dos lo echaremos de menos. Tengo la intención de velar por sus asuntos, y eso incluye garantizar que a su esposa no le falte de nada.
—Necesito que me prometas que no le dirás a nadie que tú eres... que Leonel no es... La gente no lo entendería.
—Creí haber dejado perfectamente claro que no voy a decirle nada a nadie —Pedro le posó un beso en la sien, y luego le frotó la mejilla con la suya. El cabello de Paula olía a sol y a flores. Notó que su cuerpo se tensaba. Dejó de abrazarla y retrocedió. Lo último que necesitaba Paula era sentir el contacto de su erección. La agarró por los hombros y le dio media vuelta para que lo mirase a la cara.
—Quiero ayudarte, hacer que todo te resulte más fácil. Nadie tiene por qué saber nada.
Paula inspiró profundamente. El temblor de cuerpo cesó, y por fin sonrió a Pedro.
—No debemos olvidar que tu estancia en Crooked Oak será sólo temporal. Tienes un trabajo y una vida hecha en otro sitio, mientras que yo lo tengo todo aquí. Nuestro único vínculo es un hijo —alzó las manos y las posó en el pecho de Pedro, sobre la suave y fría tela de su gabán—. Sé que, al haber muerto Leonel, te sientes responsable de mi hijo, pero comprendo que no puedo esperar que seas un padre para él. Leonel me dijo que no querías casarte ni tener hijos.
—No, no quiero casarme ni tener hijos —Pedro le pasó las manos por los brazos, acariciándola tiernamente—. Pero tienes razón. Me siento responsable de tu hijo —la soltó bruscamente—. Jamás tuve en cuenta esta posibilidad cuando Leonel me pidió que donara mi esperma para que pudierais ser padres.
—Lo siento, Pedro —Paula le tocó el brazo.
«No me toques» quiso gritar él. «Y no me mires con esos grandes ojos azules que me piden tanto...»
—Sí, yo también lo siento. El destino nos ha jugado una mala pasada, y tendremos que sobrellevarlo como sea.
—Quisiera poder decirte que no te necesito, pero mentiría. Te necesitaré durante los próximos meses. Si pudieras... si aceptaras...
—Dilo. Haré cualquier cosa que necesites de mí.
—Sé mi amigo. Sé el padrino de mi hijo.
—Por supuesto. Claro que sí. ¿Algo más?
—Encuentra al asesino de Leonel y entrégalo a la justicia.
—Esa será mi principal prioridad como sheriff.
—Ten cuidado, Pedro —Paula le apretó el brazo—. No podría soportar que te pasara algo.
Las palabras de Paula golpearon a Pedro en el bajo vientre con la fuerza de un martillo. Tendría que ser ciego y estúpido para no darse cuenta de que se preocupaba por él. Pero, ¿había algo más que simple preocupación por el mejor amigo de Leonel? ¿Por el padre biológico de su hijo?
****
mientras la oscuridad del anochecer comenzaba a proyectarse en la habitación. Lucy y Ethel permanecían acurrucadas en el respaldo del sofá, mientras que Ricky gruñía suavemente hecho un ovillo delante de la chimenea.
Y Fred se había acomodado al lado de Paula.
Necesitaba recuperar el rumbo de su vida, hallar el modo de seguir adelante sin Leonel. Por el bien de su hijo y de su propia cordura.
Necesitaba volver al trabajo. Sólo Scooter Bellamy, su ayudante, se ocupaba del refugio para animales, y su labor era a todas luces insuficiente. Estar de nuevo con los animales, brindarles cariño y ayudarlos a encontrar nuevos hogares, ocuparía su tiempo y la distraería. Cuanto menos pensara en la situación, tanto mejor.
Pedro Alfonso formaría parte de su vida durante el año siguiente. Más le valía aceptar el hecho y verlo del mejor modo posible. Le gustase o no, necesitaba a Pedro.
Alargó la mano y descolgó el auricular del teléfono. Fred gruñó, acomodó su cuerpo regordete y enterró el hocico en la pierna de Paula.
— ¿Diga? —respondió Sofia.
—Sofia, soy Paula. ¿Está Pedro ahí?
—Sí. Acabamos de cenar. ¿Quieres hablar con él?
—Sí, por favor.
—¿Va todo bien? —Inquirió Sofia—. Te noto un poco rara.
—Todo va bien. Simplemente, necesito hablar con Pedro.
—Muy bien.
Paula esperó, con el corazón martillándole el pecho, las palmas de las manos sudorosas y la boca seca. ¿Y si estaba cometiendo un error? ¿Y si luego lamentaba haber dado un paso tan atrevido?
«Deja de darle tantas vueltas. Por una vez en tu insulsa vida, haz lo que deseas hacer.»
— ¿Sí? —dijo Pedro.
—Pedro, soy Paula. Te he encontrado un sitio donde vivir.
— ¿En serio?
—Sí.
— ¿Dónde?
—En el apartamento que hay encima de mi garaje —Paula contuvo el aliento, aguardando su reacción.
—Creía que ya estaba ocupado.
—No, está vacío. La inquilina se casó el mes pasado y lo dejó libre. Aún no he tenido ocasión de volver a alquilarlo.
— ¿Estás segura? —Pedro soltó una risita—. No habrá peligro de que los vecinos murmuren, ¿verdad?
Ella se echó a reír.
—Todo Crooked Oak ha rezado por que volvieras y solucionaras lo de Leonel. No creo que nadie se extrañe si te mudas cerca de su viuda embarazada para velar por ella. Dijiste que es eso lo que deseas hacer, ¿verdad?
—Sí, Paula, quiero cuidar de ti... por Leonel.
—Entonces, ¿te instalarás en el apartamento?
—Desde luego. ¿Por qué no? Eso facilitará las cosas. Me tendrás cerca siempre que me necesites. ¿Cuándo quieres que me traslade?
— ¿Te parece bien mañana? Está amueblado. Sólo tendrás que llevarte el equipaje que hayas traído de Virginia.
—Hablaremos sobre el importe del alquiler, y...
—Es gratis —dijo Paula.
—Lo siento, pero no puedo aceptar.
—En ese caso, podrás pagármelo haciendo algún que otro trabajo en la casa...
— ¿Como cortar el césped o limpiar las persianas?
—Por ejemplo.
—Muy bien. Nos veremos mañana por la tarde —Pedro hizo una pausa y luego agregó—: ¿Qué te parece si mañana cenamos fuera? Podríamos ir a Marshallton.
— ¿Y si cenamos aquí, en casa?
—De acuerdo. Iré a cenar y después podrás enseñarme el
apartamento. ¿Te parece bien a las seis?
—Sí. Perfecto.
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