jueves, 27 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: EPILOGO




Paula apoyó la cabeza en la pared y se frotó las sienes. La boda de la tía Mirta había sido magnífica. Le había sorprendido enormemente que la mitad de la población de Marshallton asistiera a la ceremonia.


En el momento en que Paula se sirvió una taza de café sentada en la mesa de la cocina, Pedro entró por la puerta tarareando la canción «Aquí viene la novia».


Pedro, cállate —dijo Paula riendo.


—Vaya, parece que la señorita Malena Alfonso ha sobrellevado mejor que su madre esta gran boda.


Pedro miró a su hija, de quince meses, durmiendo plácidamente en una cuna portátil.


—¿Crees que Hawaii estará preparado para recibir a la tía Mirta? —preguntó Paula antes de beber un sorbo de café.


—Cariño, temo que nuestro estado número cincuenta deje la Unión después de la visita de la señora y el señor Tomas.


Pedro contempló durante unos momentos el rostro angelical de su hija.


—Espero que nuestra casa esté terminada antes de que los novios vuelvan del viaje de luna de miel —dijo Paula.


—He hablado con Corbison esta mañana y me ha dicho que, como muy tarde, está acabada para el fin de semana que viene. Por lo tanto, estaremos allí antes de que Mirta y Tomas vuelvan.


—Nuestra casa, qué maravilla —dijo Paula lanzando un suspiro—. La casa de mis sueños, construida donde estaba la casa de mis padres.


—¿Quieres que vayamos ahora a verla?


—Estoy demasiado cansada para ir a ninguna parte. Lo que necesito es echarme un rato.


—¿Por qué no subes a descansar? Yo te acompañaré y te quitaré el vestido — dijo Pedro mirando a su esposa con deseo.


—¡Pedro, eres insaciable!


—¿Te estás quejando? Creo que es un día especial para la gente que se ama y creo que todos los amantes deberían hacer el amor, ¿no estás de acuerdo conmigo?


—Si es una proposición, no me importaría aceptarla.


Pedro comenzó a acariciar los pechos de su esposa.


—¿Vas a dar de mamar también al hermano de Malena? —preguntó Pedro.


—Sabes que sí. Dios mío, dentro de seis meses voy a tener un hijo —comentó Paula mirando a Pedro a los ojos—. Estás contento, ¿verdad? Es increíble que me haya quedado embarazada otra vez tan pronto.


Pedro le apretó los pechos con ternura y le besó la garganta.


—¿Pedro?


—Paula, cariño, ya le quiero —respondió él dando unas palmaditas en el vientre de Paula—. Le quiero tanto como a su hermana.


Pedro levantó a Paula en sus brazos y atravesó así la cocina y el pasillo que daba a las escaleras. Pato y Lisa, que estaban supervisando la limpieza de la compañía que habían contratado, sonrieron a Pedro y asintieron cuando éste miró en dirección a la cocina, diciéndoles:
—Cuidad de Malena un rato.


Pedro subió las escaleras con Paula a cuestas, entró en el dormitorio y se sentó en la cama con Paula encima.


Pedro la besó apasionadamente. Besó a la mujer que le había sacado de una vida de soledad y desesperación.


—Te deseo, Paula —le susurró al oído—. Por favor, ayúdame a quitarte este maldito vestido.


Se desnudaron apresuradamente, con urgencia.


—No esperes, Pedro. Te quiero ya —dijo ella tirando de él, dirigiéndole hacia dentro de sí.


Sus cuerpos se unieron y Paula lanzó un gemido de placer.


Mientras comenzaban a moverse rítmicamente y al unísono, Pedro buscó los turgentes senos y los acarició con la lengua. Paula se aferró a sus hombros y gritó.


—Más rápido, más rápido —jadeó ella.


—¡Ahora!


Pedro empujó profundamente y su cuerpo entero se sacudió espasmódicamente.


—Sí, sí. Oh… sí.


El éxtasis sobrecogió a Paula haciéndole sentir que su cuerpo estallaba en mil pedazos.


Ambos permanecieron unidos durante un rato hasta que sus cuerpos y respiraciones se relajaron. Luego, se quedaron tumbados abrazados.


—¿Qué piensas? —preguntó Pedro al cabo de un rato mientras le acariciaba los pechos.


—Estaba pensando en lo maravilloso que es que la tía Mirta y Tomas sean tan felices como nosotros.


—Nadie puede ser tan feliz como nosotros —dijo Pedro besándole tiernamente los labios.


—Tienes razón… Oh, Pedro, te amo.


—Y yo también te amo.


Sí, Paula Chaves Alfonso amaba y era amada. No a todas las mujeres se les presentaba la oportunidad de convertir sus sueños en realidad.










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