miércoles, 19 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 1





Sólo quedaba una limusina en el cementerio Memphis Memorial Gardens. El largo funeral había acabado, pero Pedro Alfonso no podía marcharse. Aunque acababan de enterrar a su único hijo, no había derramado una sola lágrima.


Controlaba su dolor como un hombre que se enorgullecía de tener una voluntad de hierro. Sin embargo, no podía evitar un terrible sentimiento de culpa… estaba seguro de ser el responsable de la muerte de su hijo.


Julian Alfonso puso la mano en el hombro de su hermano mayor.


—No tiene sentido que permanezcas aquí más tiempo. Ya no puedes hacer nada por Santiago.


—Hice muy poco por él cuando estaba vivo.


Pedro contempló la tumba abierta que contenía el pequeño ataúd con el cuerpo inerte de su hijo de seis años y deseó haber sido un mejor padre.


—Le diste a Santiago todo —dijo Julian—. No había nada en el mundo que no tuviese.


—Sí, le compré todo lo que el dinero puede comprar —respondió Pedro apartándose de su hermano—. Santiago lo tenía todo, excepto el tiempo y la atención de sus padres.


—Te estás torturando sin necesidad. Carolina no tiene la culpa y tú tampoco. Fue un accidente.


Julian se secó el sudor de la frente con una mano.


—Debería haber pedido la custodia de mi hijo cuando nos divorciamos. Sabía perfectamente lo irresponsable que era Carolina.


Pedro dio la espalda a la tumba con fingida calma.


—Sin embargo, estaba demasiado ocupado construyendo un imperio económico y no tuve tiempo para mi hijo.


—Southlands Inns habría pertenecido a Santiago en su día. Estabas construyendo un imperio para él.


—Mentira —dijo Pedro caminando hacia la limusina—. Lo hice por mí mismo. El dinero y el poder es todo lo que me motivaba. ¿No es eso lo que nos enseñó papá? No merece la pena tener lo que no vale dinero.


Julian siguió a su hermano y entró en la limusina detrás de él.


—Volverás a casarte y tendrás más hijos. ¡Vamos, hombre, sólo tienes treinta y siete años!


—No quiero volver a tener hijos y tampoco quiero ya tener un imperio económico.


Pedro hizo un gesto al chofer para que se pusiera en marcha.


—¿Qué estás diciendo?


—Estoy diciendo que tan pronto como lo deje todo arreglado para que te pongas tú al frente de Southland Inns, me marcharé.


—¿Adónde y por cuánto tiempo?


—No lo sé —respondió Pedro—. Unos meses, unos años… el resto de mi vida…






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