De pie junto a la puerta abierta de su habitación, Paula observó las llanuras que se extendían fuera mientras intentaba no echar de menos a Pedro, tarea harto difícil.
Había ido a trabajar, pero le estaba resultando imposible. No podía dejar de pensar en él.
Sin duda, debía de estar confundido y defraudado, después de que lo hubiese recibido con besos, para más tarde darle la noticia de su embarazo.
¿Cómo podía haber sido tan irresponsable? Siempre había estado orgullosa de su prudencia, pero en esos momentos sólo deseaba volver a besar a Pedro. Deseaba tener su boca en la piel. Deseaba…
«Ya es suficiente».
Enfadada consigo misma por su debilidad, se apartó de la puerta, se sentó al escritorio y se conectó a Internet. Se descargó el correo electrónico y el corazón le dio un vuelco al ver que le había escrito su prima, Isabella Casali. Por fin un mensaje de Monta Correnti.
Paula sonrió aliviada mientras lo abría. Había estado muy preocupada.
Querida Paula:
Siento no haber respondido a tus correos antes. Papá no está bien, así que yo me estoy encargando del restaurante y he estado muy ocupada, agobiada con tanto trabajo.
Espero que tanto tú como el bebé estéis bien. ¿Todavía sigues en esa granja en el interior de Australia? Debe de ser increíble. Un mundo completamente diferente.
Deja que te diga que sigo encantada con Max. Es maravilloso. Estoy tan feliz… No puedo creer que sea tan dulce conmigo. Su amor sigue pareciéndome un milagro.
Un milagro. A Paula le alegró que Isabella hubiese escogido esa palabra y se sintió muy contenta por su prima, aunque también sintió celos.
Lo siento, pero no he visto a tu madre. He estado demasiado ocupada.
Por el momento, no hemos tenido noticias de los gemelos. Como ya sabes, yo quería ir a Nueva York a verlos, pero papá no me lo ha permitido. No puedo seguir escribiendo porque tengo demasiadas cosas que hacer y hay un problema en la cocina.
Intentaré escribirte otro día. Mientras tanto, cuídate mucho.
Ciao,
Isabella
Pau suspiró aliviada. Por fin había tenido noticias de casa.
Después de tantos años en Australia, todavía pensaba en Monta Correnti como en su casa.
Deseó que hubiese bastante más armonía en su familia.
Pensó en su madre: radiante, bella, independiente, pero todavía resentida con su hermanastro Luca.
Era una pena. ¿Por qué seguía enfadada, después de tanto tiempo? ¿Por qué no podía perdonar?
Sin pensarlo, marcó el número de teléfono de su madre, pero le saltó el contestador automático. Dejó un breve mensaje:
—Estaba pensando en ti, mamá. Te quiero. Estoy bien. Por favor, llámame cuando tengas un rato. Ciao.
****
Durante los días siguientes, Paula vio muy poco a Pedro, que parecía estar bastante ocupado con el trabajo de la granja. Ella estuvo trabajando mucho también, dando algún paseo por las mañanas y descansando un poco por las tardes. Se dijo a sí misma que estaba encantada de poder centrarse por completo en los libros que había comprado.
Era bueno que Pedro tuviese trabajo. Lo mejor era que mantuviesen las distancias. Era justo lo que ella necesitaba para centrarse en su trabajo y en su bebé, las dos cosas más importantes de su vida.
Lo demás, incluido Pedro, era una distracción. Sólo habría deseado no tener que repetírselo a sí misma tantas veces a lo largo del día. Todos los días.
Veía a Pedro durante las comidas, por supuesto, y seguían cocinando por turnos. Charlaban de sus vidas, tan diferentes, y a ambos les gustaba conocerse un poco más, pero Pedro no había vuelto a intentar coquetear con ella. No había vuelto a haber besos robados, miradas brillantes ni ningún roce.
Paula todavía no podía creer que echase tanto de menos todo aquello. Pedro seguía pareciéndole muy atractivo, no podía evitarlo.
Una tarde estaba respondiendo a un correo electrónico cuando oyó los pasos de Pedro en la galería. Se quedó inmóvil, escuchando con toda su atención.
Él pasó por delante de su habitación, pero se marchó a la de él y unos segundos después Paula oyó cómo abría la ducha.
No pudo evitar imaginárselo desnudo debajo del agua.
Sintió calor por dentro. Se imaginó que le acariciaba la espalda desnuda, luego el pecho.
No consiguió volver a la realidad hasta que oyó que cerraba el grifo.
¿Cómo era posible que se le olvidase tan pronto que era una mujer de cuarenta años, embarazada, que había decidido ser madre soltera?
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