domingo, 30 de abril de 2017

CENICIENTA: CAPITULO 9




¿A casa?


Quizá. Después del estrés de las últimas semanas, todo aquello le parecía un sueño del que podía despertar en cualquier momento.


Pedro metió las cosas por la puerta lateral y las dejó en el suelo de la habitación de invitados. Después, miró hacia la cama y frunció el ceño.


—Te ayudaré a hacer la cama, y después creo que deberías darte una ducha y acostarte —le dijo—. Pareces agotada.


—Estoy bien —protestó ella—. Yo haré la cama. Y tengo que pensar qué voy a cocinar más tarde.


—No, hoy cocino yo. Tú ocúpate del gato, iré a por las sábanas.


En cuanto terminaron de hacer la cama, él se marchó y la dejó a solas con el gato. De regreso a casa habían comprado una bandeja para excrementos con idea de que la gata la utilizara hasta que se acostumbrara al lugar y pudieran dejarla salir.


Después de prepararlo todo, y de que la gata comiera, el animal se detuvo junto a la cama y maulló.


Paula se sentó en el borde de la cama y suspiró.


—Pebbles, no sé si puedes subir a la cama —le dijo, pero la gata era sorda y tampoco le importaba lo que ella dijera. Al ver que maullaba otra vez, Paula la tomó en brazos y la dejó sobre la cama.


—Nada de rascarse aquí arriba —le advirtió, y miró hacia el baño. La idea de darse un baño caliente era tentadora, así que traspasó la puerta.


Dentro había champú, suavizante, jabón, un cepillo de dientes y dentífrico.


¡Todo un lujo! Y de un toallero colgaban las toallas que Pedro le había llevado junto a las sábanas.


Abrió el grifo y esperó para ver si salía agua caliente.


¡Sí! Era cierto, ¡había agua caliente!


Se quitó la ropa, se metió bajo el chorro de agua y permaneció quieta un instante. Después se echó un poco de champú en la mano y se lo extendió por el cabello.


Hizo lo mismo con la crema suavizante y, poco a poco, consiguió que su cabello recuperara el tacto de siempre. ¡Incluso había una maquinilla de afeitar en un lateral!


Se enjabonó el cuerpo y se depiló. Después, permaneció bajo el chorro de agua enjuagándose más tiempo del necesario, hasta que se sintió culpable. Cerró el grifo y se envolvió en las toallas.


Dos toallas, una para el cuerpo y otra para la cabeza. ¡Y había un secador de pelo conectado a la pared!


Minutos más tarde, sacó una camiseta del cajón donde las había guardado y la olió. Tenía impregnado el olor que se le queda a la ropa cuando tarda mucho en secarse. Más tarde, lavaría todas sus cosas. Si a Pedro no le importaba. Y estaba segura de que no le importaría. Después de todo, no querría que fuera con olor a podrido por allí.


Se sentó en la cama para ponerse los vaqueros y pasó la mano sobre la colcha.


Era tan suave que parecía una caricia sobre su piel. El colchón tenía la dureza justa y las almohadas la altura adecuada.


Podía meterse en la cama, cerrar los ojos y permitir que…


O podía quedarse contemplando el mar.


Se dirigió al salón, abrió la puerta y respiró la cálida brisa de verano.


Maravilloso.


La habitación de invitados estaba un poco apartada del resto de la casa y tenía una terraza privada. Parecía bastante limpia, así que agarró uno de los almohadones y se sentó con las piernas cruzadas sobre la pizarra. Apoyó las manos sobre sus rodillas, con las palmas hacia arriba, cerró los ojos y permitió que su mente vagara.


Sonidos.


El canto de los pájaros, el ruido de las olas, los coches. El ladrido de un perro en la distancia y, después, en un lugar más cercano, el sonido de un timbre.


Ella respiró hondo y soltó el aire, despacio, pero las voces cada vez se oían más cerca. Al oír las palabras, se quedó de piedra.





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