jueves, 30 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 20






Desgraciadamente, ninguno de los dos había imaginado que se iban a tropezar con su padre.


—¿Se puede saber qué está pasando aquí? —preguntó—. ¿Te ha hecho algo, Paula? 


Paula se cruzó de brazos.


—No.


—Pues parece que sí.


—Señor Chaves, yo…


—Cállate. Estoy hablando con mi hija. ¿Qué ha pasado?


—No me ha hecho nada. En serio, papá. Es que necesitaba un poco de espacio, nada más. Cuando estoy con él no puedo pensar… pero no ha hecho nada malo, créeme.


Su padre la miró con condescendencia, como si ya supiera lo que le sucedía. Y aquello la molestó todavía más.


—¿Por qué no me podéis dejar en paz? ¿Por qué os empeñáis en hablarlo todo? ¡No todo el mundo quiere que analicen hasta el más pequeño de sus sentimientos para compararlos después con las malditas fuerzas cósmicas!


Paula se alejó y Pedro intentó acercarse, pero el padre de Paula se lo impidió.


—Déjala. Si la presionas en ese estado, será peor. Siempre ha sido igual. Es una mujer muy independiente; necesita tomar sus decisiones a solas.


En ese momento sonó el teléfono de Pedro.


—Contesta, no te preocupes.


—No, no será nada importante…


—Vamos, Alfonso. Después de lo que ha pasado, sospecho que tendremos tiempo de sobra para charlar.


—Eso espero.


—Venga, contesta de una vez. Seguramente se trata de alguna crisis nacional o de una huelga de trabajadores de tu empresa.


—No, los arquitectos no tenemos esos problemas.


—Ya



****


—¿Ya se te ha pasado el berrinche?


Paula hizo caso omiso del tono alegre de su madre.


—¿Sabes dónde está Pedro?


—Metiendo sus cosas en el coche. Nos ha pedido disculpas por tener que marcharse —explicó—. Me ha hecho un regalo de cumpleaños precioso… ¿lo has visto?


—¿Se marcha?


—Sí, parece que ha surgido algún tipo de problema en su hotel. Le he dicho que mañana te llevaríamos a Dublín, para que…


Su madre no terminó la frase. Paula salió corriendo de la habitación y no se detuvo hasta llegar al coche de Pedro.


—¿Pensabas marcharte sin despedirte?


—No sabía dónde estabas, así que me despedí de tus padres.


—Veo que has encontrado una excusa para marcharte…


—No, no es ninguna excusa. Gabe me acaba de llamar. Se ha producido un fuego en uno de los pisos superiores del Pavenham.


—¿Un fuego? ¿Es importante? Si los daños son graves…


—Gabe dice que no ha sido para tanto. Por lo visto, alguien se dejó encendido un calefactor y prendió un par de cosas. Pero quiero comprobarlo personalmente.


—Es decir, que has encontrado una excusa.


Pedro apretó los labios y la miró de soslayo.


—No quiero discutir contigo. Te estoy concediendo el espacio que querías. Tal vez sea lo que necesites.


—Sí, claro —ironizó ella—. Lo que pasa es que ahora conoces a mi familia y te has dado cuenta de que nuestros mundos no encajan.


Pedro ya había abierto la portezuela del vehículo, pero la cerró de golpe.


—Está bien. Vamos a tener esa discusión.


Paula retrocedió al ver su cara de ira.


—Esto no tiene nada que ver con nuestras familias, así que deja de utilizarlas tú como excusa. No sé cuál es tu problema, Paula, pero está en tu cabeza… y a mí me encantaría ayudarte, pero no me lo permites.


Pedro notó que ella dudaba y extendió un brazo con intención de acariciarla. Por desgracia, sólo consiguió que retrocediera un poco más y que alzara la voz.


—¡Basta ya, Pedro! ¡Me has estado presionando desde el principio! ¿Por qué no puedes dejar las cosas como están?


—¿A ti qué te parece?


Paula decidió devolverle la pelota.


—¿Crees que te lo preguntaría si lo supiera? Todo esto es como un juego para ti, ¿no es cierto? Puede que yo sea lo que deseas, Pedro, pero no soy lo que necesitas. No podría encajar en tu mundo perfecto. ¿Es que todavía no te has dado cuenta?


Pedro rió con incredulidad.


—¿Mi mundo perfecto? ¿Crees que mi vida es perfecta? ¿De dónde te has sacado esa idea?


—¡Por supuesto que es perfecta! ¡Eres un Alfonso! Hasta a tu propia hermana le costó seguir tus pasos. A ti todo te resulta tan fácil que…


—¿Fácil? ¿Crees que todo me resulta fácil? ¿De verdad piensas que no me esfuerzo en cada cosa que hago, que no me he esforzado contigo? Porque te diré una cosa, Paula… nunca había dedicado tanta atención a una mujer. Nunca.


—Pero sólo porque soy una especie de desafío para ti. Tú no quieres el caos que yo llevaría a tu vida. Y lo llevaría, créeme. Mi vida siempre ha sido un desastre. Y me gusta tal como es.


—¿Ahora crees saber lo que necesito? Muy bien, Chaves, adelante; atrévete y dime lo que necesito.


—¡No necesitas esto!


—Lo que no necesito es una discusión absurda. Pero cada vez que intento hablar contigo, te niegas a contestar.


—E insistes en presionarme.


Pedro tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por contenerse. 


Miró a su alrededor, contempló los árboles de los alrededores, esperó un poco más e intentó hablar con calma.


—Es verdad, te he presionado; pero no me has dejado otra opción. He tenido que pelear en cada centímetro del terreno desde que nos volvimos a encontrar e hicimos el amor.


—Descuida, ya no tendrás que pelear por nada. Esto es el final.


Pedro tomó aliento.


—No, no es el final —afirmó—. Pero no volveré a presionarte. Te voy a dar todo el tiempo y el espacio que necesites. Y cuando te tranquilices un poco, tal vez quieras hablar conmigo y decirme lo que te pasa.


—No es un problema de espacio… —dijo ella, con voz temblorosa.


—Ah, ahora lo entiendo. No sabes lo que quieres, ¿verdad? Pensándolo bien, puede que el problema sea yo; puede que necesites a un hombre más fuerte… porque por mucho que intente refrenarme, me importas tanto que siempre querré saber lo que te sucede y siempre interpretarás que te presiono.


Pedro, ¿no podríamos recuperar lo que teníamos? ¿No podríamos volver a los días cuando jugábamos, reíamos y hacíamos el amor?


Pedro se acercó a ella.


—Cuando descubras lo que quieres, búscame —respondió—. Y si no lo descubres, al menos sabré a qué atenerme.


Él la abrazó, la besó con todas sus fuerzas y la soltó inmediatamente.


—Eso es por si no vienes a buscarme.


Paula se quedó plantada en el sitio. Él se dio la vuelta, entró en el coche, cerró la portezuela y se marchó sin mirar atrás. 


Segundos después, empezó a llover de nuevo; pero ella siguió allí, mojándose, hasta que oyó una voz a su lado.


—Te he traído una tila.


Era su madre.


—No creo que esta vez me haga efecto, mamá…


—Estás enamorada de él, ¿no es cierto?


—Sí —confesó, sollozando—. Perdida y locamente enamorada.


—¿Y él?


—Creo que también me ama, pero le cuesta tanto comunicarse conmigo como a mí hablar de mis emociones —respondió.


En ese momento, Paula comprendió que había cometido un error terrible. Esa era la debilidad de Pedro, la más común del mundo. Cuando se enamoraba, tenía tanto miedo de que le hicieran daño que se cerraba sobre sí mismo. Y si estaba tan enamorado de ella como ella de él, su dolor tampoco sería más pequeño.


No, Pedro no era perfecto; sólo era un ser humano.


Su madre la tomó del brazo y dijo:
—Por cierto, ¿has visto el regalo de cumpleaños que me ha traído?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario