jueves, 30 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 18




—¿Te importaría decirme a qué viene esa expresión de suficiencia?


Paula frunció el ceño cuando oyó la pregunta de Pedro, formulada en un susurro.


—Calla. Se supone que estás relajado y que respiras lentamente.


—Y lo estoy. Pero, ¿por qué sonríes?


Paula miró al fondo de la clase para asegurarse de que su madre no estaba mirando. Después giró la cabeza hacia él, pestañeó y sonrió con más malicia todavía.


—Porque después de esto, vas a romper tú norma.


—De eso nada.


Ella le pegó en el pecho con un dedo.


—Ya lo veremos.


—Eh, se supone que no debes tocarme. Tu madre no ha dicho nada de tocar. Eres tú quien está rompiendo las normas.


En ese momento se oyó la voz de su madre. Hablaba con voz lenta y baja, con la evidente intención de contribuir al relajamiento de sus alumnos.


—Ahora, quiero que los hombres estiréis las piernas.


Pedro estiró las piernas y movió los dedos de sus pies descalzos. Hasta entonces estaba siendo bastante fácil.


—Muy bien, perfecto —continuó—. Que las mujeres se levanten y se sienten a horcajadas sobre sus parejas. Y cuando estén sentadas, que los hombres doblen las rodillas hacia delante para que se puedan apoyar… pero quiero que reduzcáis el contacto al mínimo y que no os toquéis con las manos.


Pedro frunció el ceño cuando Paula se levantó la falda y se sentó sobre él. Le resultó tan erótico que tuvo que apretar los dientes para contenerse y olvidar lo que aquella falda ocultaba. Aún recordaba que habían hecho el amor por primera vez en una posición muy parecida.


—Relájate, Pedro —murmuró Paula.


Él entrecerró los ojos.


—Seguid respirando profundamente. Mirad a los ojos de vuestro acompañante e intentad llegar a su alma y sentir el nexo que os une.


Pedro miró los ojos verdes de Paula y sonrió. Eran preciosos.


—No descuidéis la respiración…


La situación empezaba a ser complicada para Pedro


Intentaba concentrarse en la tarea de respirar mientras mantenía la mirada, pero su corazón había empezado a latir más deprisa. Además, la sonrisa maliciosa de Paula también había desaparecido. Parecía tan excitada como él.


Justo en ese momento, notó un destello breve en sus ojos.


Se preguntó qué sería y Paula sacudió levemente la cabeza, como si quisiera decirle que no era nada de importancia.


Pero no la creyó.


—Seguid mirando los ojos de vuestras parejas. Quiero que busquéis tres palabras que describan lo que veis en ellos y que se las digáis para que sepan que sabéis quiénes son. 
Pero hacedlo por turnos. Una palabra uno, otra palabra otro y así sucesivamente. Relajaos y mantened la respiración.


Paula cerró los ojos unos segundos y Pedro sonrió cuando los abrió otra vez. Aquella mujer los estaba obligando a ser sinceros. Exactamente lo que él quería.


La miró y dijo:
—Problemas.


Paula rió en voz baja, entrecerró los ojos y replicó:
—Obstinación.


Su madre, que había empezado a pasear por la clase, se inclinó sobre ellos y recriminó su actitud.


—Nada de críticas. Quiero que seáis agradables, que bajéis la guardia… y que sigáis respirando lenta y profundamente.


Pedro apretó los labios para no soltar una carcajada. Cuando la madre de Paula se alejó, siguieron con el juego.


—Belleza.


—Maravilla.


Pedro sintió una oleada de calor en el pecho.


—Deseo.


—Yo también.


—Eso no vale. Son dos palabras.


La madre de Paula volvió a intervenir.


—Ahora vamos a profundizar la confianza. Chicas, llevad las manos a la cara de vuestro compañero y acariciadles después el cuello, los hombros y los brazos con la punta de los dedos. Quiero que sintáis su energía en las yemas —ordenó—. En cuanto a los chicos, seguid respirando a fondo y casi en estado de meditación, sin romper el contacto visual.


Paula llevó las manos a su cara y vio que Pedro entreabría los labios al sentirla. Apenas lo estaba tocando, pero sus sensaciones eran tan intensas que la abrumaban. Le parecía increíble que se hubiera excitado tanto sin la menor de las caricias.


A continuación, descendió por su cuello y sintió que Pedro tragaba saliva. Él parpadeó lentamente y la miró. 


Nunca se había sentido tan excitada por un hombre; no deseaba otra cosa que arrojarse al mar del deseo, hundirse en él y no regresar nunca a la superficie. Pero eso la asustaba. Tenía miedo de que el mundo perfecto de Pedro la hubiera afectado tanto que ya no sabía nadar.


Pedro notó su preocupación y frunció el ceño.


Ella sonrió para tranquilizarlo.


Cuando llegó a la base de su cuello, sintió su pulso y notó que su respiración se había acelerado. Después, continuó hasta sus hombros.


Él soltó un gemido como si quisiera decir que la deseaba. 


Ella cerró las manos sobre sus brazos para hacerle ver que el sentimiento era recíproco.


—Ahora quiero que los chicos os hagan lo mismo a vosotras. Pero no olvidéis la respiración, chicas… es importante.


Pedro pensó que la devolución de las caricias iba a ser una tortura para él. Ya lo había excitado bastante; y aunque se tenía por un hombre perfectamente capaz de controlar sus emociones, Paula lograba que se sintiera más débil que nunca.


Eso debería haberle molestado, pero no le molestaba.


Paula tomó aliento y suspiró suavemente, inclinando un poco la cabeza, cuando Pedro le puso las manos en la cara. Ella arqueó las cejas y volvió a suspirar cuando notó su contacto en el cuello; sobre todo, porque Pedro decidió romper ligeramente las normas y extendió las manos de tal forma que le acarició la parte superior de los senos.


La respiración de Paula se volvió más rápida, y las pupilas de sus ojos, más grandes.


Pedro también estuvo a punto de gemir. La conocía lo suficiente como para reconocer sus reacciones y saber que estaba al borde del orgasmo. De haber podido, habría introducido una mano entre sus piernas, habría sentido su humedad y la habría acariciado.


Sin poder evitarlo, bajó la mirada y la clavó en su falda; ella sonrió y él se encogió de hombros, como insinuando que todo eso era culpa suya. Acto seguido, bajó las manos por sus brazos y le acarició los senos con los pulgares. Sus pezones se pusieron duros bajo la blusa.


Paula soltó un grito ahogado y, para sorpresa de Pedro, le apartó las manos y se levantó. Todos los alumnos se giraron a ver lo que pasaba.


—Levántate —dijo ella, frunciendo el ceño.


Pedro se levantó y miró a su madre con expresión de disculpa mientras Paula lo arrastraba hacia la salida.


—Lo siento mucho. Por favor, seguid… no os preocupéis por nosotros.


Paula no lo soltó cuando salieron de la sala. Cerró una mano en el cuello de su camisa y lo llevó por el pasillo.


—Sabía que tu plan apestaba. Pero nada, tenías que insistir…


—¿Adonde me llevas?


Ella no contestó.


—¿Qué vamos a hacer, Chaves?


—Solventar el problema. Eso es lo que vamos a hacer.


Paula lo besó con pasión y Pedro no hizo nada por resistirse. A fin de cuentas, estaba de acuerdo con ella. Ya habían demostrado lo que tenían que demostrar, y los dos habían ganado esa partida.


Pero cuando Paula se levantó las faldas y apretó el pubis contra él, gimió. Estaba tan excitado que corría el peligro de no poder contenerse y de tomarla allí mismo, a pesar de que alguien podía aparecer en cualquier momento.


—No podemos hacer el amor aquí. ¿Dónde…?


Paula miró a su alrededor con el ceño fruncido, pero sus ojos se iluminaron como si hubiera tenido una idea.


—¿Te importa ir descalzo?


—No si a ti tampoco…


En ese momento, Pedro habría sido capaz de caminar sobre cristales si se lo hubiera pedido.


—Entonces, sígueme.


Paula lo tomó de la mano, lo sacó del edificio y lo llevó al bosque. Pedro lamentó no saber adónde se dirigían; de haberlo sabido, habrían llegado mucho más deprisa.









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