sábado, 25 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 2




Pedro la maldijo para sus adentros y volvió a meterse las manos en los bolsillos. Paula le ponía tan nervioso que no podía estarse quieto. Y eso era verdaderamente excepcional en él.


—¿Por qué no echas un vistazo al hotel y te lo piensas? —preguntó—. Por favor…


—Me agrada que lo pidas con tanta amabilidad, pero francamente, si hubieras esperado veinticuatro horas, habría pasado a verlo de todas formas. Ya había tomado la decisión.


—Podrías habérmelo dicho por teléfono…


—Pensé que te lo había dicho —afirmó, encogiéndose de hombros—, pero supongo que se me pasaría porque en ese momento estaba trabajando. Y de todas formas, te pedí que me llamaras mañana.


Pedro la miró durante un buen rato, hasta que el silencio incomodó a Paula y la empujó a preguntar:
—¿Qué pasa?


Él negó con la cabeza.


Paula sintió que otra carcajada se formaba en el fondo de su garganta. Aquello era surrealista. Parecía increíble que el hombre que le había regalado la mejor experiencia sexual de su vida fuera Pedro Alfonso.


Pero de haberlo sabido en su momento, se habría acostado con él de todas formas. Pedro había encendido su pasión con una simple mirada, y la había llevado a un estado de placer tan continuado e intenso que muy pocas mujeres llegaban a alcanzarlo. Además, ella era de ascendencia irlandesa y las irlandesas aún tenían mucho camino por recorrer en cuanto a la vivencia del deseo; su tradición condenaba el placer por el placer, de modo que Paula pensaba que aquella noche fantástica había sido su contribución a la causa del feminismo. Su madre habría estado orgullosa de ella.


Echó otro trago de tila y esperó a que él hablara. No le importaba de qué; si hubiera empezado a recitar los resultados de la liga de fútbol, Paula habría escuchado con atención. Tenía una voz profunda, preciosa, que le hizo estremecerse cuando habló con él por teléfono; pero en ese momento no cayó en la cuenta de que Pedro y el amante de aquella noche eran la misma persona. Al fin y al cabo, habían pasado varios meses desde entonces.


Su misterioso hombre de Galway estaba relajado, vestía con ropa informal, era extraordinariamente divertido y resultaba más sexy que el pecado.


En cambio, Pedro Alfonso, del estudio de arquitectos Alfonso e Hijo, llevaba un traje de ejecutivo y había sonado brusco e impaciente durante la conversación telefónica. Entre ellos no había más punto en común que el atractivo físico, pero eso bastaba para que Paula estuviera decidida a relajarlo un poco más.


Él entrecerró sus ojos de color avellana y apretó los labios de tal forma que el hoyuelo de su barbilla se marcó más. 


Después, alzó la cabeza y preguntó:
—¿Trabajar contigo es tan difícil como hablar contigo?


—No sabía que yo fuera difícil —comentó con inocencia.


—¿Te viene bien que quedemos mañana, a las nueve?


—No lo sé, tendré que comprobar mis compromisos…


Paula volvió a sonreír cuando Pedro volvió a apretar los labios. Caía en sus provocaciones con tanta facilidad que no se podía resistir a la tentación. Y por otra parte, el proyecto del Hotel Pavenham era tan interesante que la boca se le había hecho agua al saberlo.


—Sí, a esa hora me viene bien —añadió.


—Perfecto —dijo él, relajándose un poco—. Supongo que sabes dónde está…


—Es el viejo mausoleo de Aston Quay, ¿verdad?


—El mismo.


—Pues sí, sé dónde está.


Paula tomó un poco más de tila y esperó; por el movimiento de Pedro, que cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, era evidente que había algo más.


Estaba tan tenso que pensó que la tila le vendría bien. O un valium. O el único método natural que se le ocurría para aliviarlo.


De repente, tuvo calor.


—¿Eso es todo? —preguntó.


—No —dijo él—. ¿El hecho de que durmiéramos juntos va a suponer un problema en el trabajo?


Ella no pudo resistirse a tomarle el pelo.


—No recuerdo que durmiéramos mucho…


Pedro intentó adoptar un tono profesional.


—Este proyecto es tan valioso que…


—Que han invertido millones, sí, ya lo mencionaste por teléfono —lo interrumpió, mirándolo a los ojos.


—No me refería a eso. Iba a decir que es muy importante para mí.


—¿Por qué? ¿Qué tiene de especial en comparación con el resto de los proyectos de tu empresa?


Él frunció el ceño y apartó la mirada.


—Eso no importa.


—Yo diría que sí…


—No quiero que el trabajo se mezcle con…


—¿Prefieres que no aparezca mañana a las nueve? Veo que no confías mucho en mi capacidad profesional.


Pedro bajó la voz y adoptó un tono de resignación.


—Mira, Mickey D. y sus amigos de Apocalypse me están volviendo loco desde hace seis meses. Trabajar con ellos es muy difícil, y no quiero que la situación se complique con otra persona difícil a quien tendré que ver casi todos los días.


—No me conoces. Estás sacando conclusiones apresuradas, Pedro.


—Como bien sabes —puntualizó—. Y el problema es justo el contrario, Paula… que sé más de ti de lo que nunca he sabido sobre una mujer con quien voy a trabajar. No puedo permitir que el negocio y el placer se mezclen.


Paula intentó mantener la calma.


—Comprendo. Necesitas a alguien que trabaje contigo, no contra ti —afirmó.


—Exacto.


—Alguien que pueda diseñar los interiores del hotel sin apartarse del marco arquitectónico.


—En efecto.


Cuando Paula lo miró a los ojos, vio que Pedro alzaba rápidamente la cabeza como si hubiera estado admirando su cuerpo. Por lo visto, no era más inmune que ella a la atracción física.


Se humedeció los labios con la lengua y se mordió el labio inferior, lo cual provocó que él frunciera el ceño. A continuación, inclinó la cabeza hacia un lado, contempló las motas doradas de sus ojos marrones y volvió a hablar.


—Buscas un diseñador a quien puedas guiar desde un punto de vista artístico. Una persona maleable…


Paula enfatizó la palabra maleable de tal modo que los ojos de Pedro brillaron peligrosamente; pero antes de que pudiera decir nada, se acercó a él y procedió a cerrarle un poco la corbata, apretándosela al cuello.


—Estaré a las nueve, Pedro, y me reuniré con tu cliente porque me ha ofrecido un trabajo que me interesa. Sin embargo, no voy a permitir que nadie me manipule… ni siquiera un hombre tan hábil con las manos como tú.


Pedro estuvo a punto de gemir.


—Y ahora, si no te importa, debo dejarte. Tengo que volver con mis hojas doradas —continuó, sonriendo—. Es un trabajo que exige gran concentración y mucho tacto.


—Paula…


Ella hizo caso omiso y empezó a subir por el andamio.


—Adiós, Pedro. Te veré mañana por la mañana.


Ya estaba a mitad de camino del techo cuando oyó la voz de Pedro, que se dirigía a la salida:
—Eso es más de lo que conseguiste la última vez.


Cuando Paula llegó a lo alto, decidió dejar el trabajo para más tarde, sacó el teléfono móvil y llamó a su amiga Lisa.


—Hola, soy yo. ¿Te acuerdas del Festival de las Ostras de Galway?


—Claro. Fue cuando conociste a aquella maravilla de hombre…


—Sí. ¿Y recuerdas lo que nos prometimos? ¿Que lo sucedido en Galway se quedaría en Galway?


—Por supuesto…


—Pues me temo que ha surgido un problema.




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