viernes, 10 de febrero de 2017

SEDUCCIÓN: CAPITULO 13





Pedro estaba sentado delante de la chimenea con expresión sombría. ¿Quién era ese hombre que había cautivado a Paula? Y «cautivado» era la palabra adecuada. No podía ser ningún empleado de la empresa porque la voz se habría corrido, allí era imposible guardar secretos. Por lo tanto, tenía que ser alguien que ella había conocido en otra parte.


 ¿Un vecino? ¿Un amigo de la universidad?


Estaba claro que ella no vivía ni había vivido con él, ¿Por decisión de ella o de él? En realidad, Paula le había contado muy poco al respecto, se había mostrado muy reservada, nada propio de ella.


¿O sí era propio de ella? Ya no lo sabía. A las mujeres no habían quien las entendiera.


Paula le había dicho que no creía que a él le gustaran las mujeres y él había admitido ser escéptico al respecto. La verdad era que durante los últimos diez años su comportamiento se había visto condicionado por el miedo, así de sencillo. Hasta ahora, había creído que enamorarse le dejaría indefenso y se negaba a que le ocurriera.


La hoguera lanzó unas chispas y Pedro se estremeció a pesar de que la habitación estaba caliente.


Y por ese miedo sus relaciones eran como eran. Pero todo se pagaba en la vida. No se había dado cuenta de la clase de hombre en que se había convertido hasta que ella se lo había dicho la noche anterior. No le quedaba más remedio que reconocer los sentimientos que habían crecido y madurado en él durante los últimos doce meses. Paula. Oh, Paula. No se había dado cuenta, hasta ahora, de lo importante que ella era para él.


Por supuesto, no podía negar estar loco de celos.


La tentación de entregarse a la autocompasión era fuerte y, durante unos momentos, se rindió a ella. Después, levantó la cabeza, acabó su copa de coñac y se puso en pie.


Bien, debía reconocer que había perdido a Paula y que tenía que seguir con su vida. Se llevaban bien y, en su opinión, creía que había una cierta atracción entre los dos; sin embargo, ella le había dejado muy claro que lo único que quería de él era amistad.


¿Qué pensaría Paula del mensaje que le había dejado en el contestador automático cuando lo oyera al día siguiente por la mañana? Paula entendería su implícito significado, por supuesto; pero al menos, de esa forma, le evitaría tener que repetirle que estaba enamorada de otro. No obstante, dejaba la puerta abierta para que ella acudiera a él en el futuro si, por fin, lograba olvidar a ese hombre.


Con súbita irritación, Pedro sacudió la cabeza. No sabía qué hacer respecto a sus sentimientos. Había sido mucho más sencillo cuando tomaba lo que quería cuando quería.


Salió del cuarto de estar y se acercó al cuarto de lavar para echar un vistazo a las perritas antes de subir a acostarse. 


¿Había decidido quedarse con ellos sólo para demostrarle a Paula que estaba dispuesto a asumir responsabilidades?


No.


La respuesta fue un alivio y se dio cuenta de que aquella pregunta le había estado rondando la cabeza todo el día. 


Los cachorros eran el comienzo de una nueva vida, tanto si Paula tomaba parte en ella como si no. Estaba harto de la vida que había llevado hasta ahora. Cierto que se había sentido libre y liberado de sufrimiento, celos, dudas y preocupaciones, pero le había dejado un amargo sabor de boca.


Estaba cansado de volver a casa del trabajo por las tardes y encontrarla vacía y silenciosa. Quizá todo ello había empezado cuando su padre sufrió el infarto, cuando se dio cuenta por primera vez de que sus padres eran mortales, de que algún día le dejarían. Desde luego, ni se había planteado quedarse en Estados Unidos cuando su padre le necesitaba tanto. Y entonces… había conocido a Paula.


En cualquier caso, una etapa de su vida se había cerrado.


Y ahora, lo que le había parecido algo aterrador, le parecía deseable. Los últimos doce meses le habían hecho cambiar paulatinamente, sin que él lo notara. Enamorarse de Paula no había sido algo instantáneo, sino progresivo. Era increíble. Paula era increíble. Y ahora se alejaba de su vida y él no podía hacer nada por evitarlo.


Pedro cerró los ojos durante un momento; después, se dio media vuelta y se dirigió hacia las escaleras mientras se preguntaba qué iba a hacer con su vida sin ella.


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