viernes, 3 de febrero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 24






—No dejes que tu padre te moleste.


Una suave luz iluminaba las cortinas y Pedro estaba bajo las sábanas, junto a ella.


—No, no lo permitiré. Nunca cambiará, ya lo he asumido. No me queda otra opción más que apartarme de él. Y no quiero eso.


Apartando la colcha, Paula apoyó la cabeza en su pecho desnudo. El sonido de los latidos de Pedro le resultaba reconfortante.


—Pero hoy me ha demostrado que no me respeta. Quizá ha llegado el momento de dejar la seguridad que me proporciona Chavesco y abrir mis alas y volar.


—Te admiro, Paula Alfonso —dijo Pedro besándola en la cabeza—. Eres una mujer increíble, ¿lo sabes?


Algo en su interior se derritió y lo abrazó.


—Gracias.


Sus ojos se encontraron con los de él y se sintió comprendida.


—Hagas lo que hagas, será un éxito. Ya te lo recordaré algún día —dijo Pedro sonriendo.


Pero ni aquella sonrisa pudo evitar la sensación de pavor que la invadió.


—Pero no estarás aquí. Tengo que aprender a arreglármelas sola —dijo mientras desaparecía la felicidad que había sentido hacía un momento.


—¿Quiere eso decir que tampoco me necesitas en tu cama? ¿Que has descubierto cómo satisfacer tus deseos a solas?


—¡No! —dijo mirándolo arrepentida—. No me refería a ahora mismo. Estaba pensando en voz alta acerca del futuro.


—Claro, el futuro. Yo tendré a mi hijo o hija y tú tendrás un gran puesto en alguna compañía importante.


Se sintió dolida y deseó gritar que eso no era lo que quería. 


Lo amaba. ¿Por qué demonios no la amaba él también?


Pedro se movió, colocándose sobre ella.


—Ya está bien de hablar, pongámonos en acción.


El tono de crispación en su voz la hizo agitarse bajo su peso, en un intento de escapar, reticente a hacer el amor así.


—Pedro, quizá no...


—¿Te duele la cabeza? —dijo levantándose para que pudiera apartarse, pero se quedó quieta mirando sus ojos burlones.


—¿Dónde está el respeto que me has prometido hace unos minutos? —replicó ella, apoyando las palmas de las manos contra el pecho de Pedro—. Quiero que el hombre que comparte conmigo la cama me trate con respeto —añadió arqueando una ceja.


Paula lo empujó, haciéndolo caer sobre las almohadas y rápidamente se arrodillo junto a él.


—¿Entiendes? —dijo comenzando a desabrocharse los pequeños botones de su camisón.


Él tragó saliva.


—Sí, princesa. Entiendo perfectamente.


—Bien —dijo pasando una pierna por sus caderas y colocándose a horcajadas sobre él.


Su cuerpo se agitó bajo ella y Paula sonrió. El calor comenzó a invadir cada una de sus terminaciones nerviosas, haciendo desaparecer el dolor que le había causado su comentario burlón. La excitación comenzó a ir en aumento y sintió la erección de Pedro entre sus muslos. Aquella pasión prometía hacer desaparecer cualquier pensamiento, cualquier obstáculo que se interpusiera entre ellos.


Envalentonada por su respuesta, se inclinó sobre él, tomó sus muñecas y estiró sus manos hacia el cabecero de la cama.


—Sujétate, no quiero perderte en el camino —dijo Paula con una sonrisa pícara.


—¡Dios mío!


Los ojos de Pedro se abrieron en una combinación de sorpresa y asombro.


Una sensación de seguridad en sí misma hasta entonces desconocida, se apoderó de ella al ver la expresión de Pedro. Tomó la suave tela de su camisón y lentamente comenzó a subírselo, dejando su piel al descubierto. Aparte de la fuerte respiración de Pedro, el único sonido en la habitación era el roce de la seda contra su piel.


Por un momento, se preguntó qué era lo que estaba haciendo y si sería capaz de continuar con aquel acto de seducción. Recordó la vez que lo había llevado a cabo anteriormente con él y cómo la había rechazado. Pero esta vez era diferente. Esta vez era una mujer y no una joven insegura. Y esta vez, Pedro era libre para amarla. No era el momento de echarse atrás. Respiró hondo y acabó de quitarse el camisón.


Por la expresión de Pedro al ver su piel desnuda, adivinó que estaba haciendo lo correcto. Se incorporó, agarró los calzoncillos de Pedro y comenzó a bajárselos, luciendo una sonrisa en sus labios.


Luego, se inclinó hacia delante y rozó con sus senos el pecho de Pedro, haciendo que sus pezones se pusieran erectos.


Pedro levantó las caderas rítmicamente y ahogó un gemido. 


La tomó por la nuca y la hizo inclinarse para besarla en los labios. Sus bocas se volvieron más exigentes y sus cuerpos comenzaron a vibrar.


—¿No te he dicho que te sujetes al cabecero? —murmuró Paula junto a su oreja.


—¡Bruja! —dijo tomándola con fuerza por la nuca—. No puedo apartar las manos de ti —añadió deslizando una de sus manos por la espalda, atrayéndola aún más.


De un rápido movimiento, Pedro rodó colocándose sobre ella y apoyó el rostro en el hueco entre la mejilla y el hombro de Paula, mientras se hundía en ella.


Paula gritó, sintiendo un estremecimiento en todo su cuerpo. 


Él gimió mientras sus embestidas se hacían más intensas y de repente, explotó.


—Paula, eres muy especial —murmuró después de un largo silencio, estrechándola entre sus brazos.


Sin decir palabra, se acurrucó junto a él. Le llevó un buen rato recuperar la normalidad después del modo en que habían hecho el amor. Tumbada en la oscuridad y entre los brazos de Pedro, trató de dormirse. Pero el haber descubierto que estaba enamorada de él se lo impidió.


Porque el amor implicaba confianza y ella le había mentido.


Sentía ansiedad en su corazón. No tenía ninguna duda de que en cuanto le revelara su engaño, lo perdería. Pedro no se quedaría con una mujer como ella.






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