jueves, 2 de febrero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 22




Tres semanas más tarde, Paula apagó su ordenador portátil y miró hacia el despacho de Martin, donde estaba Pedro.


—Ya he terminado por hoy.


Él levantó la vista y le dedicó una de aquellas sonrisas que la hacían derretirse.


—¿Estás lista para irnos, princesa?


Ella asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Se había acostumbrado rápidamente a que formara parte de su vida. 


Pronto regresaría Martin de sus tres meses por baja de paternidad y Pedro se iría a la décima planta, dejando libre aquel despacho. El extorsionador pronto dejaría de ser la razón de tenerlo cerca. No había habido señales de aquel hombre desde que se casaran. Las tácticas de Pedro habían funcionado a la perfección.


Paula se agitó en su asiento. Le dolía la espalda y sabía lo que aquel dolor significaba. Pronto le diría a Pedro que tampoco se había quedado embarazada ese mes.


¿Cuánto tiempo más le daría?


Un movimiento llamó su atención. Pedro apareció en el umbral de la puerta. El traje italiano que llevaba acentuaba su altura, dándole un aire muy masculino.


—¿Ha hecho algún avance la policía para identificar a ese loco? —preguntó ella.


—Nada.


—¿Así que ha dejado de ser una amenaza?


—Un extorsionador es siempre una amenaza —dijo Pedro acariciándose la mejilla—. Y éste no es ningún estúpido. Cuanto más tiempo tarde en dar señales, menos atención le estará prestando la policía.


Se sintió frustrada. Estaba tan segura de que el hombre había desaparecido que había comenzado a relajarse.


—¿Así que crees que todavía no estoy segura?


Pedro avanzó hacia su mesa.


—¿Te estás cansando de mí, princesa?


Por suerte, no podía ver su rostro ni adivinar su deseo de que se quedara.


—Claro que no.


El calor de sus manos sobre los hombros, la hizo detenerse.


—Si intenta algo, lograré atraparlo, princesa. Te lo prometo.


Pedrole acarició el pelo y detuvo las manos en la nuca, comenzando a darle un masaje.


—Qué gusto —murmuró ella, dejando caer la cabeza hacia delante—. ¿Y si pasan años y años?


—Estás muy tensa. Relájate, te acabo de hacer una promesa.


—Te cansarás de preocuparte por mí.


—Bueno, no estarás tú sola. También habrá algunos bambinos


—No, no los habrá.


Sabía que debía dejarlo estar, pero no pudo.


—Un solo hijo. Y entonces, te irás —añadió Paula.


Las manos de Pedro se detuvieron.


—¿Es eso lo que te preocupa? Nunca te dejaré desamparada. Incluso cuando me entregues a mi hijo, te protegeré de cualquier peligro.


El corazón de Paula dio un vuelco y se acomodó en su silla.

—¿Te duele la espalda? —preguntó Pedro comenzando a darle un masaje más abajo.


Ella asintió, reacia a decirle el motivo, pero confiando en que él lo imaginara.


—Échate hacia delante


Paula colocó los brazos sobre la mesa y se inclinó sobre ellos, cerrando los ojos mientras se sacaba la blusa de la cintura de su falda. Él deslizó las manos bajo la blusa y comenzó a masajear los músculos junto a la columna. El dolor comenzó a desaparecer. Si todos sus problemas pudieran desaparecer de aquella manera... Sacudiendo los hombros, se incorporó.


—¿Mejor?


—Sí, gracias.


Apenas lo oyó cruzar el despacho. Sus pisadas eran tan silenciosas como las de un gato. Por los sonidos que oía, estaba apagando el ordenador. Suspirando, se puso la chaqueta y comenzó a recoger su bolso, pero se detuvo, volvió a sacar el ordenador y lo dejó de nuevo en la mesa.


—Tomémonos la noche libre y vayamos a cenar —sugirió.


Necesitaba escuchar la risa de Pedro para dejar de sentir la tristeza que la había invadido durante todo el día. Necesitaba animarse y salir con Pedro a cenar la animaría.


—Estoy cansada. Todo es trabajo y nada de diversión. Ya está bien de ser tan aburrida —dijo sonriéndole.


—No eres aburrida —dijo y dejó de ponerse la chaqueta—. ¿Por qué haces todo esto? —preguntó con curiosidad agitando la mano en el aire.


—Porque necesito terminar mi informe.


Colocándose el cuello, Pedro entró en su despacho.


—Me refiero a trabajar aquí en Chavesco. ¿Por qué te dedicas a los negocios? Recuerdo que cuando eras una adolescente, querías ser maestra.


Paula retiró la mirada.


—¿Cómo pueden los jóvenes de quince años estar seguros de a lo que quieren dedicarse?


—Tu madre pensaba que se te daban bien los niños. 
Recuerdo que te conseguía empleos cuidándolos.


—Mi padre se enojaba porque su hija cuidara niños. No entendía por qué lo hacía. Después de todo me daba una generosa asignación.


—¿Te hizo cambiar de idea sobre tus estudios?


Paula sacudió la cabeza.


—No, fui yo la que tomó la decisión. Aunque te cueste creerlo, sé tomar mis propias decisiones.


Ahora parecía molesta. No había sido su intención molestarla.


—Créeme, lo sé —dijo tratando de calmarla antes de continuar con el tema que le interesaba—. Pero recuerdo que te gustaban los niños. Las veces en que David Matthews ha traído a sus hijos, tú te has encargado de entretenerles.


Recordaba haberla visto jugar a la pelota con los gemelos en el jardín, ante la horrorizada mirada del jardinero.


—Al final, decidí hacer algo diferente con mi vida.


Su voz era calmada y Pedro se arrepintió de haberle dado importancia a algo que parecía no tenerla. Paula había madurado y sencillamente había cambiado de planes, abandonando sus sueños de adolescente.


—Entiendo —dijo encogiéndose de hombros y levantándose—. Algún día tendrás tus propios hijos, así que ¿para qué cuidar a los hijos de otros, verdad?


La tensión en el rostro de Paula lo alertó. Reparó en sus palabras y se dio cuenta de su falta de tacto. No tendría a su propio hijo puesto que había convenido en entregárselo a él.


Aunque le había dicho que se mantendría cerca hasta que su asaltante fuera detenido, en realidad sabía que ello podía llevar años. Pronto, todo acabaría. Aquel hombre actuaría. A los extorsionadores les gustaba atemorizar a sus víctimas.


Una vez estuviera a salvo, Pedro sabía que no seguiría viviendo con Paula y que no habría más hijos. Tan sólo tendrían uno y él se lo quedaría, dejándola con un hogar vacío. La miró preocupado. Cuando propuso aquel acuerdo, lo había hecho con la mujer de mundo, Paula Chaves, no la joven virginal que después había descubierto. Se le había olvidado su pasión por los niños.


¿O no? Quizá la hubiera elegido inconscientemente sabiendo que le gustaban los niños, porque quería que su hijo se sintiera amado desde el seno materno.


Otra imagen se le vino a la cabeza al recordar el dolor que Paula había sentido al perder a su madre ¿Sería capaz de soportar otra pérdida? ¿Qué precio tendría que pagar ella por su venganza, al tener que entregarle a su hijo?


Preocupado, miró a la mujer por la que empezaba a sentir algo. Era tan femenina y deseable... Aquella dulzura estaba calmando su alma atormentada.


Pero, ¿en qué estaba pensando? No tenía otra elección. Por el bien de su familia y el suyo propio, tenía que seguir adelante con su plan. Trató de ignorar la voz que en su cabeza le decía que le partiría el corazón dejar a su bebé.


De repente, no le gustaba la persona en la que se estaba convirtiendo


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