miércoles, 1 de febrero de 2017

LA VENGANZA DE UN HOMBRE: CAPITULO 19




—No lo sabía.


Sentado al borde de la cama, con el rostro entre las manos, Pedro se sentía como si le hubiera acusado de algún delito.


—De veras que no lo sabía.


—No podías saberlo, no te lo dije —dijo Paula.


Deseaba poder sentir arrepentimiento de lo que acababa de ocurrir entre ellos. Eso haría más fácil asimilar la reacción de humillación que veía en Pedro. Pero no podía. De hecho, estaba deseando que volviera a ocurrir, deseaba volver a sentir aquella agradable y cálida sensación de placer. 


Sospechaba que había mucho más por descubrir y sabía sin ninguna duda que Pedro podría mostrárselo.


—¿Por qué?


—¿Por qué, qué?


—No juegues conmigo, maldita sea. Está bien, así que no supiste cómo decirme algo tan íntimo. Lo que no acabo de entender es que... —se detuvo sacudiendo la cabeza—. ¿Cuántos años tienes?


—Veintidós —contestó ella.


—Lo sé.


Al verlo molesto, trató de contener la risa.


—Me lo has preguntado.


—Ha sido una pregunta retórica. Créeme, sé cuántos años tiene mi esposa.


Acababa de referirse a ella como su esposa. Por primera vez desde que se había apartado, le subió el ánimo. Se estiró y la sábana se deslizó, descubriendo la curva de uno de sus senos.


—¿Cómo se las arregla una joven de veintidós años para permanecer virgen en el mundo en el que vivimos?


—¿Es ésa una pregunta retórica también?


—No —respondió—. Esta vez quiero una respuesta.


—Una falta de ocasión.


—¿Una falta de ocasión? ¿Es ésa la única respuesta que se te ocurre?


—Trata de hacer cualquier cosa con tu padre pegado a la espalda. Cualquier empleado irá a informarle de tus movimientos.


—Ese motivo no pareció reprimir a Catalina.


—Catalina es una exhibicionista, nunca le ha importado lo que pensara la gente. Yo quería intimidad.


—¿Y los chicos en la universidad?


—Eran demasiado jóvenes.


—¿Y en el trabajo?


—Ya los conoces. La mayoría están casados o son demasiado viejos.


—Demasiado jóvenes, demasiado viejos —dijo Pedro perplejo.


Aquel comentario la hacía parecer demasiado quisquillosa, como si llevara toda la vida esperando a don perfecto. 


Paula cambió de postura, incómoda por el rumbo de aquella conversación.


Pedro bajó la vista y se dio cuenta de que la sábana había caído unos cuantos centímetros más.


Paula evitó subirla. No quería parecer una virgen asustada. 


Podía mirar todo lo que quisiera. Desafiante, dejó que cayera unos centímetros más.


Pedro levantó la mirada y se encontró con sus ojos. Estaba pálido y su rostro mostraba una expresión interrogante.


Al menos sabía que aún la deseaba. Se sintió satisfecha, pero la incertidumbre de su mirada la aturdía. 


Evidentemente, Pedro debía estar pensando que no quería repetir la experiencia. No podía sentirse tan mal. De hecho, le había parecido una experiencia maravillosa hasta que él la había dado por finalizada tan bruscamente.


Respiró hondo, buscando las palabras para hacerle comprender.


—Hay momentos en que es difícil admitir que no tienes experiencia. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Acercarme a cualquier desconocido y decirle que nunca antes lo había hecho y que me enseñara con cuidado lo que debía hacer?


—No seas tonta —dijo con voz cortante.


—No lo soy. Estoy intentando hacerte comprender mi dilema.


—Pero no he tenido cuidado —protestó Pedro y se pasó las manos por el pelo—. ¡Demonios! Has tenido que elegirme a mí para resolver tu dilema.


Eso le dolió.


—Por si no lo recuerdas, no he tenido otra opción —señaló Paula—. Amenazaste con romper el matrimonio de mi hermana si no hacía lo que querías.


—Nunca pensé que fueras...


—¡No pensaste! —dijo Paula incorporándose, sin prestar atención a que la sábana se caía—. Ése es tu problema, planeaste todo esto, pero nunca consideraste las consecuencias ni a quién podías hacer daño.


—Nunca pensé que pudieras ser tan inocente —dijo bajando la mirada y sonrojándose.


Ella enderezó la espalda, mostrando sus pechos turgentes y observó con satisfacción cómo Pedro volvía a bajar la vista.


—Pues sí, lo soy. Soy inocente de todo, excepto de ser una Chaves.


—Paula...


—No entiendo por qué estás dándole tanta importancia a esto —dijo ella interrumpiéndolo—. Mi virginidad no se interpondrá en tu camino hacia lo que buscas.


—Ya no —dijo en un extraño tono de voz—. Pero no le restes importancia. Creo que nunca en mi vida le había hecho el amor a una mujer virgen. Y eso es lo que me molesta. Es algo que deberías haber reservado para tu marido, a la vista de que habías esperado tanto.


—Tú eres mi marido —señaló Paula, molesta por tener que recordárselo.


De pronto se dio cuenta de que si se paraba a analizar su comentario, se daría cuenta de que él era el único hombre al que había deseado.


—Y ése es un punto de vista tan antiguo, que haces que parezca un dinosaurio —añadió bruscamente.


—¿Un dinosaurio?


—Sí, una de esas criaturas que vivieron en la tierra hace millones de años.


—¿Me estás comparando con un Tyrannosaurus Rex? —dijo arqueando una ceja y un brillo divertido apareció en sus ojos—. No soy ningún dinosaurio. Soy simplemente un italiano.


Paula comenzó a reírse y sintió deseos de lanzarse entre sus brazos, besarlo y comenzar de nuevo.


—Espero que esta reacción que has tenido al enterarte de mi condición, no te haga tener escrúpulos.


Al oír sus palabras, Pedro frunció el ceño.


—¿Qué quieres decir?


—Volveremos a hacerlo, ¿verdad?


Él se quedó pensativo, apartando la mirada. Cuando volvió a mirarla, sus ojos se habían vuelto sombríos.


—No deberíamos. Si tuviera algo de honor, no deberíamos. Pero por alguna razón sé que no podré detenerme, por mucho que lo intente.


—Bien —dijo Paula acercándose a él—. Entonces, ¿podemos intentarlo de nuevo? Quizá más lentamente esta vez.





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