HABÍA perdido el juicio. ¿Paula Chaves? ¿Otra vez? Pedro apretó con fuerza el volante y sacudió la cabeza, sin poder comprender tanta estupidez. ¿En qué estaba pensando? En realidad no había pensado en absoluto. O por lo menos no con la cabeza. Otras partes de su anatomía siempre hablaban mucho más alto cuando estaba cerca de Pau. Desde el momento en que la había visto delante de la casa de su abuela, con las manos llenas de bolsas de comida, la había deseado con locura. Y después de conocerla mejor, de pasar tiempo a su lado, en la cama y fuera de ella, nada había cambiado. Pero ella seguía buscando lo mismo que unos años antes. Amor, familia, romance… Y lo había conseguido, al parecer, pero…
¿Dónde estaba su príncipe azul cuando más lo necesitaba?
Ocupado… Aquello no tenía sentido. ¿Cómo podía estar tan ocupado como para no estar con ella mientras operaban a su abuela? ¿Acaso no sabía lo mucho que Pau quería a Maggie? Él sí que lo sabía muy bien.
Al ver que ella no llamaba se había impacientado mucho y, en cuanto Pedro se había levantado de la siesta, lo había metido en el coche y había vuelto al hospital.
Decisión correcta. Nada más verla por la ventana se había dado cuenta de que no podía con ello sola. Necesitaba a alguien que estuviera a su lado… Necesitaba que le dieran un beso… Y él estaba allí. Ese prometido fantasma hubiera podido hacerlo de haberla acompañado. Pero, sobre todo, lo había hecho, tal y como le había dicho a ella, porque quería.
Probablemente debería haberse resistido. No solía encapricharse de mujeres comprometidas, pero… Era Pau.
¿Alguna vez había podido resistirse a ella?
Nunca.
***
Después de marcharse Pedro, había ido a ver a la abuela.
Al ver a la mujer que yacía en la cama después de la operación, se le cayó el alma a los pies. Su abuela nunca había sido muy corpulenta, pero parecía diminuta en aquella cama tan grande. Tenía los ojos cerrados, los labios pálidos, y sus mejillas eran casi del mismo color que la sábana. Pau se detuvo abruptamente junto a la puerta. Entrelazó las manos y respiró hondo. Tenía que estar tranquila para poder mostrarle su mejor cara. Pero la única cosa que la tranquilizaba en ese momento era la línea verde que se veía en la pantalla del monitor, la que probaba que su abuela seguía viva.
—Está muy bien —la enfermera pasó por su lado y anotó lo que veía en las máquinas.
—¿Quién está bien? —preguntó una vocecita ronca desde la cama.
—¡Abuela! —Pau corrió hacia la cama justo a tiempo para verla abrir los ojos.
Una sonrisa asomó a los labios de la anciana.
—Todavía sigo aquí —dijo, fingiendo estar molesta.
—Claro que sí —dijo Pau, tomando su mano y llevándosela a los labios. Estaba fría, pero la abuela le dio un buen apretón—. Y gracias a Dios por eso.
—A lo mejor no lo agradeces tanto cuando me vaya a casa —dijo Maggie. Su voz sonaba más grave que nunca.
—Oh, claro que sí —juró Pau. Se inclinó y besó a su abuela en la mejilla, contenta de descubrir que no la tenía tan fría como la mano. Maggie cerró los ojos.
La enfermera comprobó sus constantes vitales y entonces se volvió hacia Pau.
—Puede quedarse si quiere, pero dormirá durante un buen rato.
—No, no puede quedarse. Tiene que irse a casa. Tienes que ayudar a Pedro con Hernan.
—Pedro se las está apañando muy bien solo —admitió Pau—. Hernan y él vinieron cuando estabas en el quirófano.
—Es buen chico —dijo la abuela, sonriente.
¿Hernan o Pedro? Pau no lo sabía con seguridad.
—Vete a casa —le dijo su abuela, insistiendo.
—Todavía no.
—¿Estás preocupada por mí?
—Yo… un poquito —admitió Pau. No tenía sentido mentirle—. Pero intento mantenerme positiva —añadió, ofreciéndole una sonrisa.
—Llegará un día en que ya no podrás —la abuela soltó una carcajada.
—No.
—Te estoy complicando mucho la vida.
—Eres parte de mi vida —dijo Pau con firmeza—. Una de las mejores partes, en realidad.
—Me alegro de que pienses eso —dijo la abuela y entonces sacudió la cabeza—. Probablemente cambiarás de idea cuando yo salga de aquí. ¿Cuándo salgo de aquí?
—No lo sé todavía —dijo Pau con sinceridad—. Te quedan un par de días más en el hospital. Y después tendrás que hacer un poco de rehabilitación. El doctor Singh dijo que vendría a hablar contigo por la mañana.
No mencionó el ofrecimiento de Pedro. No era el momento.
Y con un poco de suerte no tendría que decírselo nunca. A lo mejor la abuela se daba cuenta por sí sola de que era una mala idea regresar a su apartamento encima del garaje y sugería la posibilidad de marcharse a San Francisco con ella. Como si sus pensamientos lo hubieran provocado, el teléfono móvil le empezó a sonar.
—Es Adrian —le dijo Pau a su abuela y después habló por el auricular—. Hola. El momento perfecto. La abuela ha salido de cirugía. Está muy bien.
—Estupendo. Y yo ya he resuelto lo del vestido.
—¿Tú…? ¿Qué?
—Hoy comí con Margarita en Lolo’s. ¿La recuerdas?
Sí que la recordaba. Margarita era una joven ejecutiva agresiva que trabajaba con Adrian.
—Te dije que necesitabas un traje para la fiesta —dijo Adrian—. Y ella me dijo que conocía un sitio perfecto donde comprarlo. A la moda, sofisticado, elegante…
Ahí estaba de nuevo. La palabra de siempre…
—Puedo comprarme mis propios vestidos, Adrian. Aquí hay muchos sitios donde puedo mirar.
—Claro. Pero pensaba que ibas a estar todo el tiempo en el hospital. No quería ponerte presión. Margarita se ofreció a escoger un modelo para ti.
Pau sabía que solo trataba de ayudar. Respiró hondo, consciente de que la abuela escuchaba en todo momento, aunque tuviera los ojos cerrados.
—Seguro que puedo arreglármelas sola, pero, por favor, dale las gracias a Margarita de mi parte.
—¿Estás segura? —le dijo Adrian.
—Si tengo algún problema, te lo haré saber.
—Por favor —dijo Adrian—. Si no lo has encontrado para el fin de semana, y todavía no puedes venir a casa, yo iré para ayudarte a escoger uno.
—¿Harías eso? —le preguntó Pau, esperanzada.
—Veré qué puedo hacer. Te llamaré mañana. Dile a tu abuela que le deseo lo mejor, que se recupere pronto. Te quiero.
—Yo también —dijo Pau y terminó la llamada. Trató de concentrarse en el lado positivo de la conversación. Recordó a su prometido, su pelo rubio, su cara de rasgos finos y aniñados.
—Es todo un detalle que se ocupe de Hernan —dijo de repente la abuela, empeñada en hablar de Pedro.
—Sí.
—Ha sido una gran ayuda para mí desde que se mudó. Venderle la casa ha sido lo mejor que he hecho en muchos años.
Pau discrepaba un poco, pero no quería entrar en una discusión con la abuela en ese momento.
—Esperaba que Pedro y tú… terminarais juntos.
Era la primera vez que le decía algo así.
—No —dijo Pau con firmeza.
—Bueno, evidentemente solo era una esperanza. ¿Él no te gusta?
—Ha sido muy bueno contigo —Pau sonrió cortésmente.
—Sí, pero me refería a…
—A Pedro no le gustan los compromisos a largo plazo.
—A lo mejor solo necesita una buena razón para lanzarse a la piscina —sugirió su abuela, sonriente.
—La vida no es un cuento de hadas —dijo Pau al final—. Ni un musical de Broadway.
—Por desgracia, tienes razón. Pero tienes que admitir que todas esas canciones vienen bien.
—Sí.
Pero todo tenía un límite. Pau se puso en pie y le dio un beso.
—Tengo que irme. Pedro lleva todo el día con Hernan. Ya es hora de tomar el relevo.
—Eres una buena chica —la abuela sonrió.
—Claro que sí —Pau sonrió.
—Adrian debería darse cuenta.
—Adrian se da cuenta —dijo Pau.
—Eso espero, de verdad.
Me fascina esta historia. Muy buenos los 3 caps.
ResponderBorrarMe encanta la abuela, quiere unir a toda costa a Pedro y Pau jajaja. Muy linda la historia.
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