miércoles, 15 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 11




Tino’s estaba lleno de gente. Incluso en un día entre semana, el ruido era ensordecedor. El local estaba abarrotado y la gente bebía sin parar. Milos se abrió paso entre la multitud, dirigiéndose hacia la barra.


—Yo buscó las cervezas.


Pedro le dejó ir. Se apoyó contra la pared, justo al lado de la puerta, y metió las manos en los bolsillos. En otra época solía pasar casi todas las noches allí, o en algún otro de los garitos de moda de la ciudad. Entró por fin y se preguntó si aguantaría siquiera a que Milos regresara con las bebidas. 


Miró a su alrededor… La misma vieja historia de siempre… Las chicas, exhibiéndose, y los chicos al acecho… De repente entendió por qué le gustaba más quedarse en su tienda, con la sierra y la lija, haciendo muebles. Se sentía viejo. Y también molesto. Milos se abría camino entre la gente, cervezas en mano, e iba directo hacia una chica que no parecía mucho mayor que Hernan… Pedro apretó los dientes. No por la chica, sino por Milos. Llevaba toda la tarde enfadado, desde el mismo momento en que había abierto la puerta y se había encontrado con su querido primo.


—Hola —Milos le había dicho—. ¿Me recuerdas?


Pedro hubiera querido decir que no.


—La tía Malena me dijo que te había enviado un correo —le había dicho Milos al ver que él no reaccionaba—. Bueno, supongo que puedo dormir en una esquina por aquí —había añadido, al ver que Pedro no tenía intención de invitarle a pasar.


Se había tentado de hacerlo. No quería dejar a nadie en la calle, pero lo que no soportaba era que su familia siempre diera por hecho que podía presentarse en su casa cuando quisiera. Era por eso que no quería más familia. No necesitaba más gente haciéndole la vida imposible. Además, esa noche tenía otros planes. Se suponía que iba a cenar con Pau.


Habían cenado juntos, pero esa no había sido la velada que había imaginado. Ella se había pasado todo el tiempo hablando con Milos. Y su primo se había pasado toda la comida flirteando con ella. Y entonces Milos la había invitado a salir…


Pedro había sentido ganas de agarrar a su primo por el cuello, pero no quería pensar en los motivos que le habían hecho sentir eso. Ella estaba prometida. No podía salir con nadie, y mucho menos con su primo mujeriego.


Encogió los hombros, trató de estirarse un poco contra la pared. El sitio estaba repleto de chicas guapas. Una de ellas, parada cerca de la barra, era pelirroja, igual que Pau, aunque tenía el cabello un poco más oscuro. Y había otras dos que tenían las mismas piernas largas, la misma figura esbelta… Pero no hacía más que recordar cómo la había visto la noche anterior, en camiseta y braguitas… Recordaba cómo había reaccionado su propio cuerpo, cómo reaccionaba cada vez que estaba cerca de Paula Chaves. 


Irritado, se apartó de la pared. Milos se había parado a mitad de camino y le había dado una de las cervezas a la chica.


De repente Pedro sintió una mano suave sobre el brazo. Se dio la vuelta. Era una morena sonriente que batía las pestañas sin cesar.


—Hola, soy Marnie. ¿Estás de paso por aquí?


—Algo así —dijo Pedro.


—Yo también —se acercó más y se rozó un poco contra él—. Vámonos de aquí —sugirió, mirándole con unos ojos azules luminosos.


—Gracias, pero tengo que irme —sin mirar atrás, dio media vuelta y salió por la puerta.


Volvió a pie a la casa, caminando por la acera que daba a la orilla del mar. Todo estaba tranquilo, en silencio… Nada que ver con el bullicio de las calles comerciales. Podía oír las olas rompiendo contra la costa y a lo lejos podía ver una boya, flotando en el agua. Se oía el ruido de los motores de uno de los últimos aviones que despegaban del aeropuerto de John Wayne esa tarde. Había dado ese paseo con muchas mujeres. Pero en el silencio de la noche solo los recuerdos de una de ellas le acompañaban. Y esos recuerdos le ponían nervioso, ansioso… Se fue a casa y se puso a trabajar en la estantería de libros para el abogado. 


Trató de perderse en el trabajo… Al final se rindió y se fue a la cama. Se acostó boca arriba y cerró los ojos para no mirar por la ventana hacia el apartamento del garaje. Trató de no pensar en la mujer que estaba allí… El reloj marcó la una de la madrugada. La una se convirtió en las dos. Y aún seguía despierto. De repente oyó unos golpecitos sigilosos en la puerta de atrás. Seguramente Tino’s había cerrado ya y Milos debía de haber olvidado la llave.


Pedro soltó el aliento, contó hasta tres y se levantó de la cama. Encendió la luz y abrió la puerta de par en par.


—Siento molestarte —dijo Pau.


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