lunes, 16 de enero de 2017

UN SECRETO: CAPITULO 2






Pedro estaba de pie en las escaleras de piedra de la histórica iglesia en la que el alma de su padre estaba a punto de ser entregada al cielo… o al infierno, según la opinión que cada uno tuviera de Enrique Alfonso.


Él había querido a su padre, pero su relación no había sido fácil. Comenzó a sentir calor ya que el sol de mediodía le estaba dando directamente en la espalda. Respiró profundamente y se desabrochó el primer botón de la camisa.


La fragancia de las rosas que había en el cementerio de la iglesia le recordó a Paula. La imagen de ella tumbada en su cama aquella misma mañana se apoderó de su mente y pensó en la tentación que aquella mujer suponía para él. 


Sintió hambre de ella, hambre de la pasión que compartían, una pasión que le tenía cautivado a pesar de aquel breve periodo de desconfianza por el que había pasado tras la desaparición del avión de su padre.


Oyó la música del órgano de la iglesia y sintió la tensión apoderarse de su pecho.


Se giró para mirar al grupo de hombres que había alrededor del coche fúnebre. A excepción de Raul, todos los demás también habían asistido al funeral de su madre, celebrado hacía veintiocho años. Pudo ver el ataúd con los restos de su padre. De su padre. Una emoción demasiado intensa como para describirla se apoderó de él. Su padre…


—Ya deberíamos comenzar —dijo Raul.


Pedro se dio la vuelta para mirar al intruso al que su padre siempre había puesto por delante de él y al que había tratado como si hubiera sido su hijo mayor.


—Dame un minuto para despedirme de mi padre —espetó.


Algo brilló en los ojos de Raul y Pedro lo miró. Lo último que quería era la compasión de Raul Perrini. Pero la expresión de los ojos de éste se desvaneció al instante y su mirada volvió a tener su característica inexpresividad.


Pedro se dio la vuelta, inclinó la cabeza y rezó en silencio. 


Cuando finalizó se acercó con decisión al ataúd.


Raul lo siguió y le puso una mano sobre el hombro.


—Tengo que hablar contigo —le dijo.


Pedro se puso tenso y vaciló durante un momento antes de asentir con la cabeza.


—Claro.


Entonces se alejaron un poco y Raul lo miró directamente a los ojos.


—Lo primero que quiero que sepas es que no hay nadie que sienta más que yo la pérdida que has sufrido.


Pedro se preguntó si Raul lo sentía tanto debido al rumor que se había vertido sobre que su padre había cambiado el testamento poco antes de morir. Bajo las cláusulas del testamento original, Raul, en vez de los propios hijos de Enrique, era el mayor beneficiario de las acciones de Enrique y seguramente estuviera perturbado ante la posibilidad de obtener menos. O quizá temiera que Karen no heredara ningún activo de su padre.


—Garth le dijo a Karen que Enrique había cambiado su testamento —dijo Raul.


Garth Buick era un viejo amigo de Enrique y el representante de Alfonso Diamonds.


—Le ha advertido a Karen que no espere demasiado. No después de su deserción al irse a la casa Hammond.


Por su experiencia personal, Pedro podía hacerse una idea de cuál había sido la reacción de su padre. Hacía diez años, Enrique había puesto a Raul a la cabeza de Alfonso Diamonds y él se había marchado a Sudáfrica para trabajar para De Beers, ya que necesitaba estar un tiempo alejado de Raul, de Enrique y de la empresa. Su padre había enfurecido ante lo que había calificado como una «deserción».


Cuando finalmente Pedro regresó, mayor y más sabio, su padre lo había recibido con una frialdad que le advertía que su deserción no había sido olvidada, ni perdonada, aunque lo había nombrado jefe de las joyerías Alfonso, una filial de la empresa. El pasado siempre se había interpuesto entre ambos; era un abismo demasiado profundo. Hasta que Pedro había dado algunos pasos para acercarse y le había dicho a su padre dos semanas antes de Navidad que quería una mayor participación en la empresa. Éste había parecido satisfecho.


Por lo que si Enrique había cambiado su testamento en diciembre, seguramente la herencia de su hijo habría aumentado… a expensas de la parte que le correspondía a Raul.


Lo que no haría que la ya tensa relación que mantenía Pedro con su cuñado mejorara. Pero mandaría un mensaje claro sobre la confianza que su padre había depositado en él y lo pondría en una posición más fuerte para ser votado director general de Alfonso Diamonds en la reunión que se iba a celebrar el lunes siguiente.


—Pero seguro que Karen seguirá heredando las joyas de mi madre y una considerable suma de acciones, ¿no crees? Mi padre nunca le dejaría menos —comentó.


Aunque, si era sincero, tenía que reconocer que aquellas acciones le habían dejado sin dormir algunas noches, ya que su hermana y Raul juntos formaban un bloque contra él; tenían demasiados votos. El futuro director general de Alfonso Diamonds quizá dependiera de si Karen heredaba algunas acciones o no… o de a quién votara.


—Pronto lo sabremos —respondió Raul, frunciendo el ceño—. Karen piensa que Mateo Hammond va a asistir al funeral. Sé que tú y yo hemos tenido nuestras diferencias, pero es importante que hoy nos mostremos unidos.


Pedro se quedó mirando a Raul. Desde que su hermana había regresado a Australia, se había hecho cargo de las relaciones públicas de la empresa. Había tenido problemas con su trabajo debido a la crisis que siguió al accidente de avión de su padre… y de Marise Davenport, su supuesta última amante. Su afligido y ofendido viudo, Mateo Hammond, había comenzado a comprar mercancía de Alfonso Diamonds y a desencadenar rumores de una compra de la empresa…


—Sí, Mateo Hammond estará en el funeral. Se regodeará sentado en la primera fila. Les ha estado contando a los periodistas que hoy estaría aquí… «para asegurarse de que el malnacido sea enterrado» —contestó Pedro.


Sabía que su padre tenía muchos enemigos, pero le dolía que Mateo, hijo del único hermano de su madre, compartiera esa opinión. Mateo Hammond era un traidor, al igual que su padre, Oliver.


—Ya va a comenzar el funeral —comentó, dándose la vuelta.


Los encargados de la funeraria sacaron el ataúd de Enrique del coche, lo dejaron en el suelo y depositaron sobre él la corona de flores que había elegido Karen. Lirios blancos. 


Su tía Sonya le había dicho que habían sido las flores favoritas de su madre. Al olerlos, Pedro recordó un tiempo en el que en el hogar de los Alfonso había risas y alegría… felicidad. Pero aquél era un tiempo pasado.


Al instante la realidad se apoderó de la situación. Le fue duro pensar que nunca más volvería a oír la áspera voz de su padre y que ya no podría demostrarle que era capaz de dirigir la empresa tan eficientemente como él.


Se colocó al principio del ataúd y Raul lo hizo en el extremo opuesto. Garth Buick se situó detrás de Raul mientras Kane, un primo de Pedro, lo hizo a su vez detrás de éste. También se encontraban allí los dos hermanos mayores de Enrique, el padre de Kane, Vincent, y William Alfonso, que también se acercaron para llevar a hombros el ataúd.


Pedro esbozó una mueca al ver a William Alfonso. Dos meses atrás su tío le había vendido su diez por ciento de acciones de Alfonso Diamonds a Mateo Hammond… y había creado bastantes disturbios en la oficina general de las empresas.


—Bien, vamos allá —dijo, agachándose para agarrar la manivela que tenía más cerca.


Los demás hicieron lo mismo y todos levantaron el ataúd para llevarlo al altar.


La música del órgano alcanzó su punto culminante cuando entraron en la iglesia. Pedro miró fugazmente hacia la primera fila y no vio a Mateo Hammond. Trató de encontrar a Paula, pero tampoco la vio, aunque sabía que debía de estar allí. Durante un fugaz momento pensó en la pasión que habían compartido la noche anterior, en el beso que le había dado aquella mañana, y se relajó. La generosidad de Paula como amante y la tranquilidad que le ofrecía sin pedir nada a cambio habían logrado que aquel día fuera más llevadero para él.


Dejaron el ataúd en el altar, donde el cura estaba esperándolo para comenzar la misa. Karen le hizo señas desde la primera fila y tanto Raul como él se sentaron en el banco.


Una vez sentado al lado de su hermana, con Raul al otro lado de ella, Pedro miró a su alrededor. Pero siguió sin ver a Mateo Hammond ni a Paula.


—Está justo al fondo —le susurró Karen.


—¿Quién? —preguntó Pedro, frunciendo el ceño.


—Paula —contestó Karen, levantando una ceja—. La estabas buscando a ella, ¿no es así?


Pedro no contestó ni miró para atrás para confirmar las astutas sospechas de su hermana.


Mientras escuchaba al cura, no pudo evitar preguntarse cómo se había enterado Karen. Su hermana siempre había sabido cómo interpretar a las personas, pero él pensaba que había hecho un buen trabajo escondiendo su aventura con Paula. No entendía cómo lo había descubierto.




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