domingo, 15 de enero de 2017

PELIGRO: CAPITULO 33





Paula abrió la puerta de su apartamento y entró. Todo seguía en su sitio, a excepción de las plantas, que se habían secado. A continuación, se dirigió al apartamento de Tamara. 


Llamó a la puerta y esperó.


—¿Quién es? —preguntó su vecina desde el otro lado de la puerta.


—Tamara, soy yo, Paula.


La puerta se abrió enseguida.


—Dios mío, eres tú. ¡Qué alivio volver a verte! Pasa y nos pondremos al día.


Paula lanzó una mirada hacia la puerta de su apartamento.


—Espera que cierre la puerta. He echado un vistazo rápido para comprobar que todo seguía igual.


Una vez dentro del apartamento de Tamara, se sirvieron café y se sentaron en el salón.


—¿Has visto el periódico? —preguntó Tamara—. Toda la ciudad está conmocionada.


—No. Acabo de llegar a la ciudad después de dos días conduciendo. Hace días que no leo un periódico.


—¿Conduciendo?


Paula asintió.


—¿Tienes un coche nuevo? —preguntó Tamara sorprendida.


—Más o menos. Es mío a medias —dijo señalando hacia el aparcamiento.


—¿El soldado y tú os habéis comprado un coche a medias?


—De hecho, nos hemos casado.


Tamara se quedó mirándola, en silencio durante largos segundos.


—¿No hablas en serio, verdad?


—Sí, nos casamos en Dallas. Vamos a celebrar la boda en cuanto Pedro deje el ejército y quiero que tú seas mi dama de honor.


Tamara rompió a llorar.


—Sólo lo conoces desde hace unas semanas. Esto es muy raro en ti, Paula. Tú siempre has sido muy prudente. ¿Por qué te has casado con un hombre al que apenas conoces?


Paula sonrió.


—Cuando lo conozcas, lo entenderás.


El día de la segunda boda de Paula resultó ser un día fresco y soleado. Decidieron que era lo suficientemente cálido como para hacer la celebración al aire libre. Alma le había advertido que todos los Alfonso estarían allí, además de amigos y vecinos.


Paula hacía varias semanas que no veía a Pedro, aunque habían hablado por teléfono cada día. Según le había dicho Alma, había llegado la noche anterior y le había hecho prometer que no la despertaría la noche antes de la ceremonia.


Alma, Linda, la esposa de Julian, y Gladys estaban en la habitación de Paula, ayudándola con los últimos retoques del peinado, del vestido y del velo, mientras Carina, la esposa de Julio, las observaba junto a sus gemelos, que dormían plácidamente. Paula había conocido a los otros dos hermanos de Pedro el día anterior, cuando llegaron. Julio y Paula hablaron largo y tendido y ella tuvo la oportunidad de darle las gracias por lo que había hecho por ella.


Paula miró maravillada a todas las mujeres Alfonso. Ahora era una de ellas, aunque Alma era la única de ellas que sabía que ya estaban casados. Tamara entró.


—Todo está listo. ¿Estás nerviosa?


Paula sacudió la cabeza.


—En absoluto. Estoy deseando ver a Pedro.


—Ya veo por qué te enamoraste de tu soldado.


—Ex soldado.


Tamara sonrió.


—Todos los Alfonso son encantadores y tienen un gran carisma —dijo mirando a su alrededor a las otras mujeres—. Hay que ser una mujer fuerte para tratar con ellos, te lo aseguro.


Las demás rompieron a reír.


Cuando Paula salió al pasillo, Javier Alfonso estaba esperando.


—Me siento muy honrado de que me hayas pedido que sea tu padrino.


—Eres el único padre que conozco. No podía haber encontrado a nadie mejor.


—Ten cuidado —dijo Gladys saliendo al pasillo y empezando a bajar la escalera—. No podemos dejar que se sienta demasiado orgulloso o luego no habrá quien lo aguante.


Cuando Paula vio a Pedro, todo el mundo a su alrededor desapareció. Facundo y él estaban junto al altar, ambos muy guapos con esmoquin.


Tamara caminó hasta el altar al compás de la música y Paula la siguió sin apartar los ojos de Pedro. Tan pronto como él la vio, sonrió con tanta alegría que Paula estuvo a punto de llorar y parpadeó repetidamente para evitar hacerlo cuando llegara a su lado.


Tan pronto como llegaron junto al altar, Javier puso la mano de Paula sobre la de Pedro.


—Cuídala bien, hijo. Se merece todo el amor que puedas darle.


—Bienvenida a mi mundo, señora Alfonso —susurró Pedro limpiándole las lágrimas.



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