Pedro se abrochó el albornoz. Se pasó los dedos entre el cabello mojado y miró a Paula. Estaba tumbada boca abajo y la sábana solo le cubría el trasero. Se fijó en su melena, en la espalda y en las piernas que lo habían atrapado por la noche. Sonrió de satisfacción.
Afuera, el sol se alzaba en el cielo, sobre el río. Pedro agarró el teléfono inalámbrico y salió al balcón donde había servido la mesa para el desayuno. No había permitido entrar al botones. No quería interrupciones, nada que estropeara esos momentos que pasaban a solas. Muy pronto volverían a la vida real.
Sin dejar de mirar a Paula, llamó a su casa y esperó a que su madre contestara. Paula se despertaría nerviosa por saber cómo lo había pasado Juliana sin ella. Pedro no anhelaba saber cómo se las arreglarían sus mujeres sin él.
Pero cada vez le quedaba menos tiempo, su permiso estaba a punto de acabarse. Pronto, la patria lo llamaría.
****
Paula se incorporó sobresaltada y, cuando se dio cuenta de que no tenía que cuidar de su hija, volvió a tumbarse. Se desperezó y, respiró hondo. Al ver que estaba sola en la cama, recorrió la habitación con la mirada hasta que encontró a Pedro. Estaba sentado en el balcón, leyendo el periódico y tomando café, y cuando pasó cerca de él, levantó la vista y sonrió.
—Que vista tan agradable de buena mañana.
Ella sonrió y se puso el albornoz.
—Vaya.
—No creo que la ciudad esté preparada para el nudismo.
Él sonrió otra vez y ella se sentó a su lado. Le sirvió una taza de café mientras ella disfrutaba del calor de los rayos del sol sobre su rostro.
—¿Qué te apetece hacer hoy?
—Tengo que llamar a mi madre.
—Ya lo he hecho yo. La princesa está a punto de irse al parque, después a la playa y después de compras.
Paula sonrió, tratando de no echar de menos a su hija y de centrarse en Pedro.
—¿Tenías algo pensado para hacer hoy? —la miró de arriba abajo y ella dijo: —Aparte de eso —la noche anterior habían explorado sus cuerpos. Y Paula pensó, «no va a marcharse a una misión. Todavía voy a tenerlo cerca unos días».
—¿Navegar? ¿Hacer un tour? ¿Ir de compras?
Ella sonrió al ver la cara de horror que ponía solo de pensar en la última posibilidad.
—Ni se me ocurriría obligarte a ir de compras. Además, no necesito nada.
—Teniendo en cuenta tu género, es una prioridad.
—Machista.
Pedro sonrió, y sintió que se le encogía el corazón al ver que Paula se retiraba el cabello de la cara y el sol iluminaba los brillantes de su alianza. La última vez que le había hecho el amor, tuvo que salir de la cama temprano para marcharse a Asia. Nunca se olvidó de ella.
De pronto, era su esposa. Miró el anillo que ella le había colocado durante la boda. «Para siempre», pensó.
—No puedes llevarlo en las misiones, ¿verdad?
—No. No podemos llevar marcas identificativas. ¿Te importa?
—No, no me gustaría que te hirieran por un anillo, y no creo que un anillo te convierta en casado. Es más que eso —bebió un sorbo de café y se comió un pedazo de magdalena.
—Continúa.
—Es el compromiso, la compasión, la sinceridad. La confianza. Esas cosas se sellan con una ceremonia y un anillo, pero no es esto último lo que hace que existan. Lo aprendí por la vía dura.
Él le sujetó la barbilla y la besó en los labios.
—La escuela ha terminado, cariño.
—Lo sé —dijo ella mientras le acariciaba el rostro—. De verdad, lo sé —continuó con voz temblorosa.
—Háblame —dijo Pedro al ver temor en la expresión de su rostro.
—No quiero decepcionarte, Pedro. Has hecho tanto por mí…
—Eh, no se trata de ver quién hace más, Paula. Yo salgo ganando… una esposa, una hija… una amiga.
—No has dicho una amante.
Él sonrió.
—Bésame otra vez, teniente.
—Sí, señora.
Paula sintió que su interior se ponía tenso en el momento que sus labios se rozaron.
—Quiero hacer esto siempre —susurró él, y la hizo sentarse en su regazo.
Paula sentía lo mismo que él. No se habría casado con él si no hubiera estado segura de que entre ellos había algo más que puro sexo y un bebé. No podía reconocer que lo amaba.
Todavía no. Su corazón ya la había engañado antes. Hubiera jurado que amaba a sus prometidos, pero esta vez era diferente. Pedro era diferente, fuerte, paciente, poderoso.
Pedro metió la mano bajo su albornoz y Paula perdió el hilo de sus pensamientos. Le acarició los pechos, y le contó lo mucho que le gustaba sujetarla.
—Estás haciendo algo más que sujetarme, Alfonso, y será mejor que pares o que te pongas manos a la obra —bromeó, y él llevó la mano entre sus piernas.
Se las separó e introdujo dos dedos en su interior.
—¿Te parece suficiente?
—Oh, sí —gimió ella, y se acurrucó junto a Pedro mientras él la acariciaba con pasión.
Cuando Paula comenzó a mover las caderas, Pedro se puso en pie y la llevó hasta la habitación.
Paula estaba encendida y se apresuró para quitarse el cinturón.
—Deprisa —dijo ella—. Ahora, Pedro.
El se quitó el albornoz y dejó al descubierto su potente masculinidad.
—Ya voy, ya voy, señora —dijo él.
Le separó las piernas y la poseyó.
—Oh, Pedro —dijo ella mientras se movían acompasadamente y se besaban hasta devorarse.
Con cada movimiento, Pedro hacía que aumentara su excitación, y cuando pensaba que le había hecho daño, ella le pidió más. Y él se lo dio. Pedro la penetró con fuerza y ella lo atrapó con las piernas hasta que ambos llegaron al clímax.
La explosión hizo que ella gimiera. Pedro se mordió el labio para no gritar de placer y su cuerpo comenzó a temblar.
Una vez saciados y relajados, Paula se rió.
—¿Te estás riendo? ¿Te ríes cuando yo apenas puedo respirar?
—No, me reía porque recordé por qué fui contigo a la habitación del hotel la primera vez.
—¿Por mi encanto?
—Sabía que iba a ser muy emocionante.
—Lo tomaré como un cumplido.
—No lo hagas. Ya eres bastante presumido —se puso en pie y él observó cómo llegaba hasta el baño.
Segundos más tarde, oyó correr el agua de la ducha.
—Eh, Alfonso —lo llamó ella—. ¿Esperas una invitación o qué?
«Estoy esperando para recuperar el aliento y. volver a la carga», pensó él. Sonrió, salió de la cama y se fue al baño. A través de la mampara la vio en la ducha, mojada y enjabonándose. Solo hizo falta que Paula arqueara una ceja y se enjabonara el pecho para que Pedro estuviera preparado para poseerla de nuevo.
Se metió bajo el chorro de agua y murmuró:
—Vas a matarme, mujer —la levantó contra los baldosines y la poseyó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario