martes, 23 de agosto de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 5




Paula


No puedo evitar admirar el interior de la casona. Pese a que todos los muebles de la casa son de un estilo absolutamente opuesto al mío no puedo negar que el conjunto tiene cierto encanto. Mullidos sofás, cálidas y coloridas alfombras y muebles de madera que parecen de otro siglo. O que igual lo son. Todo muy hogareño y con un toque rústico. A mi mente vienen mis muebles blancos y modernos, de líneas rectas y detalles metálicos. Aquí todo parece abarrotado… cuadros, fotografías y láminas llenan las paredes de piedra. Uf, me estoy agobiando con tanto trasto.


Me giro disimuladamente hacia el dueño de la propiedad pensando que, aunque no es un dechado de modernidad no parece que este sea tampoco su estilo. Pero qué digo, este tío es un ganadero… probablemente no tiene ni estilo, a buen seguro esto lo ha decorado su madre, ¡o su abuela!


De repente, al girarme me doy cuenta de algo que me hace sentir incómoda. ¡Me está mirando el culo!


Se percata al instante porque aparta la mirada, disimula y se centra en colocar las maletas junto a la puerta. Se mete la mano en el bolsillo y saca unas llaves que me tiende con la cabeza agachada.


—Ten, estas son tus llaves.


Las cojo sin apenas tocarlo. ¡Pero bueno, qué se ha creído este tío! Estoy un poco indignada de pensar que me ha estado comiendo con los ojos… aunque por otro lado… casi me siento halagada. Hacía tiempo que nadie no me miraba así. Claro que, pensándolo bien, no creo que haya muchas chicas de mi edad en este pueblo. Seguro que la más joven está ya rozando los cincuenta, así que es comprensible que al verme se hayan desatado sus más bajos instintos.


Porque oye, yo no estoy nada mal.


De repente, no sé qué cable se me cruza y le sonrío coqueta. No puedo evitarlo. Ya no me acordaba de lo que era ligar. Vale, no creo que yo haya ligado mucho más que este tipo en los últimos tiempos. Santi es mi único desahogo y lo cierto es que con él no hay mucha emoción porque los dos sabemos muy bien lo que hay.


Veo que me observa sorprendido por mi reacción y un poco descolocado. Igual me he pasado. Creo que lo he violentado. 


Pero oye, que el que me estaba mirando el culo con un descaro que para qué era él. Yo solo le he sonreído y le he puesto ojitos.


Tampoco es para tanto, ¿no?


Me paso la mano por el pelo y cambio de golpe la expresión, tratando de ponerme seria porque en el fondo la situación me parece de lo más divertida… Lo que pasa es que en realidad, si lo pienso bien, no lo es tanto porque este tipo es mi casero y voy a verlo todos los días. ¡Menuda vergüenza voy a pasar! ¡Solo faltaría que creyese que quiero algo con él! Ni loca.


Yo, ¿con un ganadero? Eso es algo que nunca se me pasaría por la cabeza.


Ni loca.


Es mi primera noche en el caserío y me siento como un león enjaulado. Recluida.


Enclaustrada. No es que no tenga ningún sitio al que ir —hay kilómetros y kilómetros de prados y bosques por los que podría caminar—, pero para mí eso es igual a la nada. 


Vamos, que esta casa es el único sitio en el que me siento más o menos a gusto.


Pese a no ser de mi estilo está lo suficientemente equipada como para que esté cómoda y ¡a Dios gracias! el dueño no está tan anticuado y tiene internet. Wifi, para ser más exactos. Pensándolo bien, yo contacté con él por email así que no debería sorprenderme tanto.


Lo que sí me sorprende es lo guapo que es. No puedo evitar que algo se remueva en mi interior cuando recreo mentalmente sus rasgos y lo recuerdo observándome con esa expresión en sus ojos… Esos ojos azules…


Uf, mejor no pienso en eso o no podré quedarme dormida y mañana es mi primer día en la nueva oficina.


Decido que una ducha calentita me ayudará a conciliar el sueño. Entro en el baño y dejo correr el grifo del agua caliente mientras me desnudo. Me entra un escalofrío. La calefacción está puesta, pero aun así tengo frío. No debe estar puesta a más de veintiún grados, como recomienda el gobierno, pero para mí, una casa no está caldeada si no puedo ir en mangas de camisa. Salgo del baño y subo el termostato a la temperatura que considero adecuada, o sea, mucho más elevada. Luego, regreso al interior, me meto en la ducha, dejo que las ardientes gotas desentumezcan mis músculos, me relajo y me olvido de todo.


Veinte minutos más tarde escucho que alguien aporrea la puerta y da voces sin cesar. ¿Qué demonios pasa?


Salgo corriendo de la ducha, me enrollo una toalla y, descalza y con el cabello chorreando, me dirijo a la entrada.


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