martes, 23 de agosto de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 4




Pedro



Me retuerzo nervioso y recorro el caserío de arriba abajo una y otra vez. ¿Por qué me tuve que meter en la conversación de Juan Ignacio y mucho menos ofrecer una de mis casas para alojar a la nueva subdirectora de la oficina del pueblo? 


Si a mí lo que me gusta es vivir solo…


Que vale, que no va a vivir dentro de mi casa, pero vamos a estar puerta con puerta.


El caserío de mis padres es tan grande que, en su día, lo convirtieron en dos casas para que yo pudiera tener mi independencia, pero a la vez vivir con ellos. Es una casona inmensa de tres pisos: la planta baja, donde antiguamente estaban las cochiqueras y el establo, y la primera, se transformaron en una única vivienda. Ahí fue donde yo me críe y crecí.


La segunda planta, algo más pequeña que las otras dos, fue la que mis padres adecentaron para mí. Tiene dos entradas, una por un pequeño puente en el lateral que da a uno de los prados y la otra por el interior, desde las escaleras de la antigua casa de mis padres.


Lo cierto es que nunca he llegado a vivir en ella, Regresé a Navarra cuando ellos fallecieron y preferí instalarme en la que siempre he considerado mi hogar. Hasta hoy, la vivienda de la segunda planta ha permanecido vacía. Y pensé que siempre seguiría así, pero los créditos de la granja me están ahogando.


Sí, por eso me metí en la conversación Juancho. Porque vi la salida a todos mis males, pero ahora, mientras espero impaciente a que llegue la nueva habitante de mi morada, no sé si el pago en metálico va a compensar las molestias de tener una inquilina.


¡Una inquilina!


Porque, claro, para más inri, no podía venir de subdirector un tío… No. Una mujercita de ciudad, que seguro que será una pija de cuidado que odia el campo y cualquier cosa que no sea fundir su Visa en las tiendas de la ciudad.


Doy un mamporrazo sobre la mesa de madera maciza del comedor y me maldigo a mí mismo por haberme metido en este berenjenal. Ahora ya no hay marcha atrás. Miro la hora y compruebo que la chica debe estar al caer. Quién cojones me mandaría a mí abrir la bocaza…


Al cabo de un rato llaman al timbre y, como no queda otra, abro la puerta para encontrarme con que… ¡joder! ¿Esta es mi inquilina?


Vale, es una pija, tal y como yo esperaba. No hay más que verle el bolso de marca, las botas de tacón y la ropa que lleva en general. Es una presumida con todas las de la ley, pero ¡ahí va la hostia! ¡Menudo pibón!


No puedo evitar mirarla de arriba abajo. Tiene el pelo castaño oscuro y la frente oculta por un flequillo que enmarca su angelical rostro. Sus rasgos son dulces, como los de una niña, pero su boca… ¡ay, su boca!


Fijo la mirada en sus labios, carnosos y que lleva pintados de un provocativo rojo. Vale, me estoy pasando. Le estoy dando un repaso de los buenos, pero es que hacía mucho que no veía a una tía como esta. Vamos, desde que volví al pueblo.


Me obligo a reaccionar y acepto la mano que ella me ofrece.


Correspondo a su gesto. Menos mal que no me ha dado dos besos como es habitual, solo de pensar en sentir su cuerpo tan cerca del mío me han empezado a entrar sudores. Me asombra lo suave que tiene la piel, pero, claro, me juego el cuello a que es de las que se gasta un dineral en potingues.


No hay más que ver lo maquillada que va. ¿Adónde coño pensaba que venía?


—Encantado. Soy Pedro. Pasa, te enseñaré la casa —le digo mientras le miro disimuladamente las tetas.


Ahora me reafirmo, ¡qué buena está! Bah, pero ¿qué chorradas estoy pensando? Vale que está maciza, ¿y qué? 


Seguro que no es más que una señoritinga estirada. Desde luego, tiene toda la pinta. Bueno lo mejor será que la ayude con esa barbaridad de maletas que ha traído. Está visto que
lo de las mujeres y la ropa no tiene límite… Esta ha debido arrasar algún centro comercial para poder llenar el equipaje.


Mientras cargo las pesadas maletas y las meto en el interior de la casa refunfuño por lo bajo. Joder, es que todas son iguales. «Sí, pero qué buena está», pienso una vez más incapaz de apartar la mirada de cierta zona y, cuando se da la vuelta, dirigiéndola a otra igual de apetecible.


¡Qué culo!


¡Mierda! Menuda pillada me ha metido mirándole el culo. 


Pero, joder, ¡es que tiene un culazo! Por no hablar del resto… Me está sonriendo, ¿está ligando conmigo? No me da tiempo a averiguarlo porque su expresión ha cambiado a la velocidad de la luz y su semblante es ahora serio. Espero que no quiera nada porque por muy guapa que sea eso es del todo imposible. ¿Yo con una pija de ciudad? Ni soñarlo. 


Con una ya tuve bastante.


Antes soltero de por vida que con un espécimen de su clase. 


He dicho.


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