lunes, 11 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 28








Sus cuerpos seguían abrazados después de la tormenta. 


Paula temblaba con la fuerza del orgasmo, que todavía le nublaba la mente.


Deslizó los dedos por el pelo negro de él y tocó su suavidad, en un esfuerzo por crear otro recuerdo sensorial que pudiera llevar siempre consigo. Él la miró a los ojos un buen rato. 


Después se colocó de lado apoyado en un codo y preguntó:
–¿Te importa decirme lo que estás pensando?


Ella se mordió el labio inferior. Cuando él extendió la mano, ella salió de la cama, llevándose la sabana consigo. Se la puso delante como un débil escudo y se obligó a decir lo que no quería decir.


–Me marcho, Pedro.


Él frunció el ceño, confuso.


–Sí. Nos vamos los dos en cuanto termine la muestra.


–No –ella negó con la cabeza–. Yo me marcho ahora.


–¿Ahora? –él se sentó en la cama y la miró de hito en hito–. ¿Y por qué vas a hacer eso?


–Porque es lo único que puedo hacer –dijo ella, aunque no esperaba que lo comprendiera–. Intento decir que esto se acabó. Jean Luc se ha ido y ahora que sabe que estamos juntos, estará en guardia y jamás recuperaremos el Contessa.


Él salió de la cama sin molestarse en taparse.


–Te dije que recuperaría el collar y lo haré.


–Sé que lo intentarías.


–¿Intentar? –repitió él–. Soy Pedro Alfonso. Si te digo que haré algo, lo haré.


–Te estoy diciendo que no quiero que lo hagas. Creo que es mejor que los dos volvamos a nuestras vidas y… olvidemos que nos hemos conocido.


Pedro se quedó sin habla. No tenía nada con lo que combatir la tristeza que expresaba la cara de ella. Sus ojos se lo dijeron todo. Ella se había despedido ya, con su cuerpo, mientras hacían el amor, y volvía ya a su vida, lejos de él.


Pero él no estaba preparado.No quería verla marchar. 


Todavía no.


–Ven conmigo a Londres –dijo–. Nos quedaremos en mi casa hasta que se nos ocurra un plan para recuperar el collar.


Ella negó con la cabeza y eso lo irritó. ¿Cómo se atrevía a rendirse y alejarse? Se acercó un paso más y notó que ella retrocedía.


–Entonces iremos a Mónaco juntos –dijo–. Como dijo Rico, hacemos un buen equipo. Juntos le quitaremos a Jean Luc las joyas que ha robado. Juntos, querida.


Una sonrisa triste asomó brevemente a los labios de ella.


–Londres. Mónaco. Tú. Todo suena maravilloso.


–Pues quédate –pidió él.


–No, no puedo.


–Dime por qué –él le puso ambas manos en los hombros y, cuando ella intentó alejarse, la atrajo hacia sí–. Dímelo.


Ella echó atrás la cabeza para mirarlo a los ojos.


–Porque si te pillaran intentando robar el collar que yo te pedí que consiguieras y te enviaran a prisión, jamás me lo perdonaría.


Él soltó una carcajada.


–¿Pillarme? A los Alfonso nunca nos pillan.


–Siempre hay una primera vez .


–Hay algo más que no dices –murmuró él, mirándola a los ojos.


–Sí –admitió ella, soltándose–. Pedro, tú eres un ladrón. Sí, sí –dijo con rapidez–, exladrón. Pero sigues siendo un ladrón en tu corazón. Igual que yo siempre seré policía en el mío.


–¿Qué significa eso?


Ella respiró profundamente.


–En la última semana han cambiado muchas cosas para mí. El mundo que conocía ahora me resulta extraño después de haberos conocido a tu familia, a ti, este lugar… –movió la cabeza y suspiró–. Pero esto no es real. No es mi mundo. Me educaron con el respeto a la ley. Yo soy así. Llevo eso en mi ADN. Si pierdo eso, ¿quién soy?


–¿Por qué vas a perder lo que eres? –preguntó él con voz tensa.


Ella miró el anillo que llevaba en el dedo, se lo quitó despacio y lo sostuvo en la palma.


–Este anillo lo dice todo. Pertenece a una mujer a la que no conozco. Se lo robaron, lo conservaron como trofeo y me lo dieron a mí para fingir una vida que no existía –miró con tristeza a Pedroi, le tomó la mano y le puso el anillo en ella–. Ha sido todo un cuento de hadas. «Vivir el momento», como dices tú.


Él sintió el peso del anillo en la mano y tuvo ganas de aplastarlo.


–El momento no tiene nada de malo –dijo.


–No –ella empezó a alejarse y él no intentó detenerla–. Peor antes o después, el momento se vuelve pasado y solo nos queda su recuerdo.


Pedro apretó los dientes y miró el anillo. Por primera vez desde la noche en que lo había robado, la joya no contenía ninguna belleza. Podría haber sido un trozo de cristal. Frío. Sin vida.


Pedro


Él la miró.


–Te daré las fotos de tu padre. No quiero que te preocupes. Nick no irá a la cárcel por causa mía.


Entró en el baño y él se quedó solo en el crepúsculo del dormitorio. Le avergonzaba admitir que, mientras ella se despedía, él no había pensado en su padre ni por un momento






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