miércoles, 11 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 25





Dos horas después de que Pedro recibiera la frenética llamada telefónica de Paula ya estaba preparado para ponerse delante de las cámaras de Midnight Hour. Casi preparado.


–No sé qué me pasa. No dejo de sudar.


Paula agitó una revista frente a su cara.


–Vas a tener que encontrar la manera de parar. Con fuerza de voluntad o algo así.


A juzgar por su expresión, estaba tan horrorizada como él por su estado físico.


–Tal vez si me hubieras avisado con más tiempo… –lamentó sonar tan molesto, pero seguía enfadado por las cosas que Paula le había dicho unas cuantas noches atrás en Flaherty’s.


Sí, había cometido errores cuando se prometió. Ahora era más sabio, aunque nadie parecía creerlo. Y la sugerencia de Paula de que podría llegar a aburrirse resultaba absurda. 


En parte se sentía tan atraído hacia ella porque nunca le aburría.


–Relájate –dijo Paula intentando calmarle–. Todo va a salir bien.


–No lo entiendes. Yo nunca me pongo nervioso –Pedro se pasó una mano por el pelo.


–Deja de revolverte el pelo.


Pedro gimió entre dientes


–¿Te das cuenta de que voy a salir en un programa que ven millones de personas? Personas que esperan que los invitados sean divertidos, inteligentes y encantadores. Y yo no sé actuar si me dan órdenes.


Paula sonrió.


–No me gusta verte pasarlo mal, pero sí me gusta ver una abolladura en la armadura de vez en cuando –le puso firmemente las manos sobre los hombros–. En primer lugar, tienes que hacer diez respiraciones profundas. En segundo lugar, necesitas otra camisa. No voy a dejarte salir en televisión con esa que llevas –se acercó al perchero del minúsculo vestidor y escogió la de repuesto–. Quítate la camisa.


Pedro se la desabrochó y se distrajo con la visión de Paula. Cada centímetro de su cuerpo acariciaba la idea de hacer aquello mismo con ella, desnudarse de verdad. En su fantasía era ella quien le desabrochaba la camisa.


Pero Paula no le tomaba en serio sentimentalmente hablando. Su trabajo y su empresa eran su prioridad.


Paula agarró un desodorante de la cómoda y se lo lanzó.


–Esto me recuerda que debemos decidir qué vas a llevar en la gala. Necesitamos algo que quede perfecto en las fotos y en televisión. Podemos verlo mientras repasamos tu discurso.


–Eh… sí, claro.


–¿Señor Alfonso? –la regidora entró en el vestidor portapapeles en mano–. Cinco minutos para entrar –entonces pareció darse cuenta del problema–. Tiene treinta segundos para ponerse esa camisa. Maquillaje viene en camino para los últimos retoques.


Paula le tendió la camisa.


–Yo te abrocho la pechera y tú los puños.


La maquilladora entró a toda prisa. Le puso dos pañuelos de papel en el cuello y le pasó una esponja cosmética por la
cara.


–Está usted sudando –afirmó apretando los labios–. Tiene que dejar de hacerlo.


–Todo va a salir bien –intervino Paula ladeando la cabeza–. Es tan guapo que la cámara le adorará aunque sude a chorros.


Pedro sabía que solo estaba tratando de distraerle, pero sintió el corazón más ligero al escucharle decir aquello. No
pudo evitarlo.


La maquilladora le quitó los pañuelos de papel del cuello.


–Esto es lo máximo que puedo hacer.


Paula le estiró la camisa.


–Dices que estás nervioso, pero en realidad no lo estás. Tengo clientes que se ponen mucho peor que tú. Lo vas a hacer de maravilla, te conozco. Te los vas a meter en el bolsillo a todos.


¿Cuándo fue la última vez que alguien le dijo algo así?


–Eres increíble. Creo que nadie tiene conmigo tanta paciencia como tú.


–Confío plenamente en ti. Nunca he dudado de tu habilidad para hacer lo que te propongas.


Pedro se inclinó hacia delante, la agarró suavemente de los codos y la besó en la sien.


–Gracias.


La regidora asomó la cabeza en el vestidor.


–Señor Alfonso, ya es la hora –los guio por un pequeño pasillo hasta la entrada del plató.


Pedro aspiró con fuerza el aire. Si no dejaba de pensar en Paula tendría que explicar algo más que un escándalo sexual en televisión. Trató de conjurar pensamientos desagradables para cortar la marea de sangre que le llegaba a la entrepierna.

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