domingo, 1 de mayo de 2016

MI CANCION: CAPITULO 22





Pedro abrió un botellín de cerveza del minibar y bebió un buen trago. Se tumbó en la cama. Los ruidos de la ciudad se colaban a través de las cortinas verde oscuro. Las había cerrado por completo para no ver la noche. Las imágenes de la televisión cambiaban con rapidez.


Había bajado al volumen del todo, pero algo captó su atención momentáneamente. Era la imagen de dos amantes que se despedían en una estación de tren. Una sonrisa le tiró de las comisuras de los labios y un sentimiento cálido ascendió por su pecho.


Le resultaba imposible no pensar en Paula en ese momento. Su nombre tenía el poder de suscitar emociones con las que no sabía qué hacer. Verla posar con el resto de la banda esa tarde para la sesión fotográfica había sido como un viaje al infierno y al cielo al mismo tiempo. Con aquellos vaqueros negros entallados y la camiseta blanca ceñida, su silueta voluptuosa y sus pechos gloriosos, se había convertido en el centro de todas las miradas masculinas. El fotógrafo incluso la había hecho quitarse los zapatos y los calcetines de manera que apareciera descalza en las tomas.


–¿Alguien necesita hielo para enfriarse un poco? –había preguntado Raul durante la sesión.


Pero a Pedro no le había hecho mucha gracia el comentario. 


La sangre le hervía con solo pensar que Raul también fantaseaba con la chica que acababa de convertirse en su amante… la chica a la que no quería desear tanto.


Respirando profundamente, bebió otro trago de cerveza y volvió a mirar la televisión. De repente tenía ganas de agarrar el aparato y tirarlo por el balcón, pero tampoco quería darle ese gusto a la prensa. Con una sonrisa agria, se terminó lo que le quedaba de la cerveza, se puso en pie y tiró el botellín en una papelera cercana. Se puso la chaqueta y se marchó sin siquiera molestarse en apagar la televisión.


El estridente sonido de un timbre cercano retumbó junto al oído de Paula. Escondió el rostro contra la almohada, pero fue inútil. El ruido persistía.


Se incorporó como pudo y entonces se dio cuenta de que era el teléfono de la mesita de noche. Se apartó el cabello de la cara y trató de leer los dígitos que aparecían en la pantalla verde del reloj de alarma.


¿Las dos de la mañana?


–¿Hola?


–Paula. ¿Estabas dormida?


Pedro. Al oír esa voz de bajo, grave y profunda, el corazón de Paula se aceleró sin remedio.


–¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?


–No. No ocurre nada. Estoy abajo, en el vestíbulo. ¿Puedes bajar?


–Son las dos y media de la mañana.


–Lo sé.


–¿Por qué? ¿Por qué quieres que baje a esta hora? –mientras le hacía la pregunta se levantó de la cama y buscó los vaqueros y el suéter rojo que había dejado sobre una silla.


–Porque quiero verte.


Su tono de voz dejaba ver impaciencia, y sus palabras más bien sonaban como una orden.


–Puedes verme por la mañana, tras el desayuno. No soy persona hasta que me he tomado una taza de té.


–¡Maldita sea, Paula! Ponte algo de ropa y baja, ¿quieres?


Pedro le colgó sin más.


Paula se quedó perpleja durante un par de segundos y entonces se puso en marcha. Corrió hacia el cuarto de baño y se echó algo de agua en la cara. Se cepilló los dientes sin perder tiempo y se peinó un poco con los dedos.


Cruzando los brazos sobre el suéter de lana que se había puesto, salió del ascensor. Él la esperaba junto a las puertas. Le había salido una fina barba a lo largo de la noche y tenía el pelo alborotado.


Pedro… –su voz no era más que un murmullo.


–Ven a dar un paseo –le dijo él, agarrándola de la mano y llevándola hacia las puertas giratorias de la salida.


A medio camino, Paula se detuvo y le miró a los ojos.


–¿Quieres ir a dar un paseo? ¿Estás loco? Son las dos y media de la mañana.


Un músculo se tensó en su mandíbula, así que Paula prefirió no insistir más. Nada más salir al exterior, el viento la cortó como un filo helado. Pedro se quitó su chaqueta y se la puso alrededor de los hombros.


–¿Qué pasa, Pedro?


–Vamos. Demos un paseo. Hace demasiado frío como para quedarnos parados.


Se dirigieron hacia los muelles. Pedro la agarró de la mano como si fuera lo más lógico y natural. La noche era cerrada, pero había luz suficiente. Había muchos letreros de neón en las calles y los faros de los coches que pasaban de vez en cuando daban algo de luz adicional.


Pedro permaneció en silencio durante toda la caminata. Al llegar a la orilla del mar, se detuvo, y atrajo a Paula hacia sí. 


Mantenía la vista al frente.


–Has estado increíble esta noche.


Se volvió hacia ella.


–Gracias… Yo lo he pasado muy bien. El grupo estuvo genial. Sobre todo me gustó…


Pedro la hizo callar con un beso caliente y fiero que la hizo tambalearse contra él.


–Me volveré loco si no te hago el amor pronto –le confesó.


–No podemos. ¿Recuerdas que…?


Pedro masculló un juramento y se mesó el cabello con impaciencia.


–Ya sé lo que acordamos. Sé lo que debemos hacer. Pero la verdad es que, cuando posaste con los demás para las fotos, terminé odiándoles a todos porque te miraban, porque seguramente estaban imaginando cómo sería hacerte el amor. Nadie tiene derecho a mirarte así, nadie excepto yo.


Nerviosa, Paula se humedeció los labios.


–¿Pero qué significa todo esto, Pedro? ¿Qué es lo que me estás diciendo?


–Te estoy diciendo que quiero que seamos amantes. No estoy diciendo que espere que sea para siempre, pero quiero que estemos juntos.


–Lo que me estás diciendo es que, si estamos juntos, ¿no esperas que sea algo permanente?


–Sí…


La expresión de sus ojos se oscureció de repente.


–¿Eso te asusta?


–Es que los compromisos a largo plazo no suelen funcionar. Mira los ejemplos que he tenido yo.


–¿Quieres decir que no vas a cambiar de opinión? Todos hemos sufrido, Pedro… yo también. Después de lo de Sean, se me hizo muy difícil volver a confiar en un hombre. Si yo soy capaz de planteármelo, ¿por qué no puedes tú?


Pedro suspiró.


–Me gustaría decirte que puedo, pero, sinceramente, no albergo mucha esperanza al respecto. Me conozco demasiado bien –sacudió la cabeza–. Mira, ¿por qué tiene que ser todo tan serio? ¿No podemos divertirnos un poco juntos sin más?


–Entiendo que estás hablando de sexo, ¿no? ¿Es así como ves las relaciones, Pedro, como una oportunidad de disfrutar del placer del sexo sin ningún tipo de compromiso?


–¡No! Lo estás entendiendo todo mal. Mira, Paula, yo te respetaré y cuidaré de ti durante todo el tiempo que dure nuestra relación. Disfrutaremos de todo el tiempo que pasemos juntos. Eso es todo lo que quería decir. Solo sé que quiero que la gente lo tenga todo claro respecto a nosotros. Es mejor eso que jugar a un juego de intriga y misterio con la gente y fingir que no pasa nada entre nosotros. En definitiva somos adultos, ¿no?


Parecía muy seguro de que la relación entre ellos no podía durar. Su pasado le había hecho rechazar cualquier posibilidad de compromiso, pero… ¿Acaso no quería cambiar eso? Por mucho que le quisiera, no podía conformarse si él no albergaba la esperanza de que las cosas pudieran cambiar.


–Lo siento, Pedro –se quitó la chaqueta de los hombros y se la dio–. Si todo lo que me ofreces es una aventura, algo de diversión hasta que te canses de mí y te vayas con otra, entonces voy a tener que decirte que no. Una vez me preguntaste si estaba segura de mi compromiso con este grupo y yo te dije que sí sin dudarlo. Ahora mismo lo único que me interesa es el grupo. Bueno, si me disculpas, tengo que irme a la cama. Si no consigo descansar al menos seis horas, no estaré en condiciones de hacer nada mañana. Buenas noches, Pedro.


Justo antes de darse la vuelta, experimentó una satisfacción agridulce al ver una expresión de dolor e incredulidad en sus ojos, pero, a medida que se alejaba de él, el dolor que sentía al saber que nunca más volverían a ser amantes se hizo intenso y lacerante. Era como si le hubieran hecho un agujero de lado a lado en el corazón







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