viernes, 8 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 17




Las tiendas con descuentos estaban llenas. Paula se aferró a la mano de Damy por temor a perderlo en la multitud. Las personas empujaban, la llevaban por delante y rara vez se disculpaban por entrar en su espacio. ¡Era un disparate!


—¿Cuánto tiempo tenemos que estar aquí, mami?


—El suficiente para comprarles algo a la tía Mónica y a la abuela.


Su madre era la persona más difícil a la que comprar un regalo. Lo que realmente necesitaba, Paula no lo podía pagar, y lo que quería, el amor de un hombre, no se podía comprar. No había ninguna garantía de que hubiera nada para ella en el centro comercial.


—¿Podemos comprar algo para la señora Ridgwall?


—¿La maestra?


—Sí.


Paula quería decirle que sí, pero tenía que conservar cada centavo.


—¿Qué tal si le hacemos algo en casa a la maestra? Apuesto a que le encantaría nuestro famosos turrón de cacahuete.


Damy asintió con entusiasmo.


—¡Sí, y también voy a hacerle una tarjeta!


Paula sabía que había escapado de una buena. En el futuro no sería tan fácil de convencer, pero le alegraba que aún lo fuera en ese momento.


Cada vez que pasaban por una juguetería, Damy quería entrar para ver qué debía poner en su lista de Navidad para Santa Claus. Paula le había explicado que Santa Claus tenía que ocuparse de una gran cantidad de niños y que debía darle una lista con unas pocas opciones, así los elfos acertarían fácilmente con su juguete favorito. Disuadirlo de las cosas más caras requería un cierto talento y no siempre daba resultado.


De camino hacia la tercera juguetería, Paula distinguió el sombrero de Pedro antes de reconocer al hombre que lo llevaba.


Pedro, con su atuendo típico, estaba apoyado contra el enorme escaparate de la juguetería con una sonrisa en el rostro. Era casi como si la estuviera esperando allí.


—¿Ese no es tu amigo? —preguntó Damy.


—Sí.


—¿Qué hace aquí?


—No lo sé.


Pero al verlo se le dibujó una sonrisa en la cara y se le puso la piel de gallina en los brazos.


—Hola, cariño.


Pedro se quitó el sombrero cuando ella se acercó a él.


—¿Qué haces aquí?


Hizo caso omiso de la pregunta y se inclinó para hablar con Damy.


—Oye, Damy. ¿Estás arrastrando a tu madre por todo el centro comercial?


Damy se rio.


—Es ella la que me está arrastrando —reveló.


—Te está arrastrando, ¿eh? ¿Por una juguetería? No sabía que tu madre jugara con muñecos.


Paula sintió el calor de la risita de Damy y no pudo contener una sonrisa.


—Mi mamá no juega, pero a mí sí me gustan los juguetes.


—Ah, entonces tú la has arrastrado a la tienda de juguetes.


—Puede ser. —Damy se encogió de hombros.


Pedro se levantó y le hizo un guiño. Su brillante sonrisa y sus hoyuelos encajaban con su estado de ánimo.


Paula alzó la mirada y sintió cómo la calidez de su sonrisa se deslizaba sobre ella. El centro comercial lleno de gente se desvaneció y la tarea de ir de compras entre el bullicio de las fiestas le pareció menos pesada.


—¿Cómo está tu amigo?


—Borracho como una cuba, pero vivirá.


—Me alegra que lo hayáis encontrado y que tu jefe haya tenido la amabilidad de permitirte ir a echarle una mano.


—Mi jefe me quiere. Siempre dejo a los clientes del hotel con una sonrisa. Debe de ser el sombrero.


Ella rio.


—El sombrero tiene un toque de algo que no vemos por aquí muy a menudo.


Pedro se acercó y le apartó un mechón de pelo de los ojos. La sonrisa de Paula vaciló, y se mordió el labio inferior.


—Vamos, mamá. Entremos.


Damy tiró de su mano, interrumpiendo una mirada intensa de Pedro.


—Vale, vale.


Pedro bajó la mano y les sostuvo la puerta antes de seguirlos hacia el interior de la tienda.


A Damy se le iluminó la cara cuando vio el expositor de los camiones y los trenes.


—Oh, genial. Mira este.


Paula miró el juguete por el que Damian suspiraba, mientras apretaba algunos botones y ponía el camión en movimiento dentro de la caja. Pronto se dirigió hacia otro juguete con ruedas muy colorido.


Paula sonrió al recordar cuando unos pocos minutos antes estaba cansada de las compras y lo único que quería era salir del centro comercial y volver a casa. La presencia de Pedro le hacía sentir un calor por dentro. Por la forma en que Damy miraba a Pedro, a él también le había gustado su visita inesperada.


Paula se puso a la defensiva ante las posibles demostraciones de afecto hacia su persona. Echó un vistazo a sus labios y se acordó de su beso. Sacudió la cabeza para disipar la idea y le preguntó:
—¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


—Compras de Navidad.


«¡Sí, claro!». Cuando Paula le miró las manos, vio que no llevaba ni una sola bolsa.


—Veo que no ha habido suerte.


—Tú tampoco tienes ninguna bolsa.


Cierto. Llevaban allí más de dos horas y no habían encontrado nada. El hecho de que el centro comercial estuviera atestado de gente no ayudaba.


—En esta época del año todo el mundo sale de compras. Este lugar siempre es un zoológico.


Damy la miró y le dijo:
—¿Qué pasa con el zoológico?


—He dicho que este lugar es un zoológico —dijo un poco más fuerte, por encima del ruido de los juguetes y los niños sobreexcitados.


—Oh, pensaba que habías dicho que íbamos al zoológico.


—No, no lo he dicho.


—Eh, eso es una buena idea —acotó Pedro—. Es mejor que este lugar.


Los ojos de Damy se iluminaron.


—¿Podemos, mami? Me encanta el zoológico.


—No sé.


—Yo invito —dijo Pedro antes de que pudiera pronunciar una sola palabra sobre el precio de la entrada.


—Queda un poco lejos —indicó Paula.


—Lo que significa que tenemos que salir ya mismo. —Pedro la tomó por el codo.


—Vamos, será divertido. Hace años que no voy al zoológico.


—Tu padre vive en un rancho. Seguro que ves animales todo el tiempo.


—Caballos y vacas. No leones, tigres y osos.


Pedro se mostraba tan entusiasmado como Damian. Paula detestaba jugar siempre el papel de aguafiestas, la voz de la razón financiera. La mala de la película.


—Vamos, mamá.


Pedro se arrodilló y se puso a la altura de Damy.


—Sí, vamos, mamá —dijo sonriendo—. Hace mil años que Damy y yo no vamos al zoológico.


Oh, Dios mío… Los hoyuelos de Pedro combinados con la sonrisa entusiasmada de Damy fueron su perdición.


—Vale, vamos.


Damy empezó a saltar, agarró la mano de Pedro, y corrió hacia la puerta.


Paula corrió para seguirles el paso.



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