viernes, 18 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 21






Encontrar a Wesley Jenkins no era tan fácil como Paula había esperado. El cartel de “Salí a apostar” aún estaba colgado en la puerta de la capilla Rosa Amarilla de Texas. 


Miró por el vidrio, pero no pudo distinguir ningún movimiento.


Al igual que el abuelo de Paula, Wesley era viudo. Pero no era un apostador. Eso hacía que el cartel fuera bastante sospechoso.


Paula buscó el celular en el bolso.


—Creo que conozco a alguien que sabrá dónde encontrarlo —le dijo a Pedro. Buscó el número y lo marcó. Una breve conversación la llevó a marcar otro número y esa vez tuvo éxito. Con un agradecimiento sincero, finalizó la llamada y se dirigió a Pedro con voz triunfante—. ¿Te gustaría un paseo hasta el campo de tiro?


—Eso depende de a qué le tiremos.


La sonrisa de Pedro casi le debilita las rodillas. Cuando sonreía, se le hacían unas arrugas en el borde de los ojos. 


¿Tenía idea de lo atractivo que era? Paula lo dudaba. Guardó el celular en el bolso y se dirigió al auto.


—No es tanto tirar, sino cazar —comentó ella por sobre el hombro—. Vamos. Hagamos algo antes de que la presa desaparezca.


Paula había estado en el campo de tiro Dead Center varias veces, así que no necesitó consultar el GPS mientras salía de la ciudad. Si bien no se consideraba aficionada a las armas, había aprendido a manejarlas. Había olvidado que a Wesley le gustaba practicar tiro al blanco hasta que su sobrina le había recordado que, como era fin de semana, Paula tendría grandes posibilidades de encontrarlo en el campo.


El viaje transcurrió rápido mientras Pedro la acribillaba a preguntas sobre el paisaje. Ella observó el panorama monótono color arenisca.


—¿Nunca habías estado por el oeste antes de este viaje?


Él sacudió la cabeza.


—No había visitado Nevada, no. Solo Los Ángeles.


Ella lo miró. Él vestía una camisa escocesa verde y azul marino, y unos vaqueros. Los anteojos de sol ocultaban su expresión; en su lugar, Paula veía reflejado en los cristales el cielo azul brillante del desierto.


—Estás muy lejos de casa. No imagino que esto se compare con Inglaterra.


Él sonrió.


—Deberás venir y juzgar por ti misma.


Ellos pertenecían a dos mundos diferentes, y su tiempo juntos sería muy breve. Paula estaba demasiado apegada a Pedro y sabía que eso no era bueno para ella. Pero la velocidad con la que había sucedido era lo que más la desconcertaba.


Detuvo el auto frente al campo de tiro.


—Averigüemos si estamos casados.


Pedro no se movió. En su lugar, miró por la ventanilla. Paula no podía ver su expresión, pero era claro que no estaba tranquilo.


Paula apoyó la mano sobre el brazo de Pedro.


—¿Qué sucede?


Él se quitó los anteojos y los dejó sobre el tablero antes de girar hacia ella. Su expresión era una mezcla de enojo y de otro sentimiento que ella no pudo distinguir. Paula abrió la boca para hablar, pero la cerró. Era evidente que él tenía algo que decir.


—Se supone que debemos entrar allí, sin ninguna vergüenza, y exigir que nos digan la verdad sobre lo que sucedió cuando estuvimos en la capilla, ¿verdad?


Paula asintió.


—Básicamente.


Pedro la miró a los ojos.


—¿No te da un poco de vergüenza el hecho de que estuviéramos tan ebrios que no nos acordamos de nada?


—¿Un poco? Me da mucha vergüenza. —Paula desvió la mirada y se quedó observando a través del parabrisas—. Nunca había tomado tanto como para perder el control de mis acciones. Nunca había tomado tanto como para olvidar lo que había hecho o dejado de hacer. —Se entusiasmó con el tema y se volvió hacia Pedro —. ¿Cómo crees que me siento al tener que enfrentar a tu abuela? Hubiese echado fuego al conocerme en circunstancias normales, pero ¿creyendo que yo estaba tan ebria que me casé con su nieto y no lo recuerdo? ¡Ja! Me siento más que humillada. —Respiró profundo y continuó. Parecía que él no era el único que necesitaba decir algo—. Y también está mi abuelo. 
Nunca había hecho nada para avergonzarlo ¿y ahora esto?


El silencio invadió el automóvil.


—Entonces, ¿es un sí?


Paula rompió a reír. El divertido humor inglés de Pedro era algo más que adoraba de él.


—Sí, me da vergüenza.


—A mí también. —Pedro abrió la puerta y se bajó. Se dirigió hacia el lado de Paula y le abrió la puerta—. ¿Preferirías manejar esto sola? —preguntó.


—No. —Paula intentó poner las manos en los bolsillos traseros del jean, pero el diamante en su mano izquierda se lo dificultaba. Nunca se acostumbraría a utilizar semejante monstruosidad, sin importar lo costoso que fuera. Y no dudaba de que había sido terriblemente caro. Pero Pedro había insistido en que usara el anillo para contrariar a su abuela, o al menos para molestarla. El juego que parecía tan natural para ellos dos a Paula le daba la idea de purgatorio de relaciones.


—¿Paula?


Ella sacudió la cabeza para despejar los pensamientos. Era momento de sacarle la verdad al único hombre que la conocía.


—Lo siento. Creo que el señor Jenkins se mostrará más dispuesto si habla con alguien que conoce. Puedes acompañarme o aguardar aquí.


Pedro hizo una mueca.


—Eres muy amable. —Sin aguardar a que ella marcara el camino, él se dio vuelta y caminó hacia la entrada.


Paula se apresuró para alcanzarlo. Entonces, él estaba tan harto de toda esa farsa como ella. Bien.


Una vez adentro, ella hizo una pausa para que sus ojos se acostumbraran a la semioscuridad que había en el interior. 


Paula aguardó su turno para registrarse detrás de dos hombres. Una mujer joven atendía en el mostrador. Tenía el pelo platinado atado en una cola de caballo alta, y sus uñas eran de un rosa chillón. Tenía estampado “Dead Center” con cristales brillantes en el frente de su remera.


—¿En qué la puedo ayudar? —preguntó cuando llegó el turno de Paula. Las palabras estaban dirigidas a Paula, pero su mirada estaba clavada en Pedro.


Paula se acercó un poco más a él con la esperanza de entrar en el campo de visión de la recepcionista.


—Mi marido y yo buscamos a alguien que tal vez esté aquí.


En favor de la recepcionista, la palabra “marido” pareció despertarla del trance inducido por Pedro. De mala gana, lamentablemente, se volvió hacia Paula.


—¿Son policías?


Paula echó un vistazo a Pedro. Su expresión permaneció imperturbable, aunque ella podía jurar que sus ojos brillaban. Ella volvió a mirar a la recepcionista.


—No. Pero tenemos un amigo que tal vez esté aquí, con el que necesitamos hablar. ¿Podemos ingresar al área de tiro?


—Lo siento, pero no creo que sea buena idea. —Señaló hacia unas sillas plegables en la esquina de la sala—. Pero pueden aguardar allí si quieren.


Paula comenzó a protestar, pero se detuvo cuando Pedro apoyó suavemente la mano sobre el hombro de ella.


—A mi esposa le preocupa que nuestro amigo no se entere de la noticia por nosotros. No es el tipo de cosa que un hombre debería oír en el contestador, si sabe a qué me refiero. —La sonrisa de Pedro era afable—. Sería un gesto de amabilidad hacia el señor Jenkins si pudiera guiarnos hasta él.


La rubia asintió, con los ojos bien abiertos.


—Entiendo completamente. Si pudiera dejarme una identificación, los llevaré hasta donde está Wesley. —Después de haber tomado la licencia de conducir de Paula, se agachó detrás del mostrador y sacó dos auriculares protectores. Salió del mostrador de vidrio y les hizo señas para que la siguieran por el corredor que llevaba a la galería de tiro. Deslizó la tarjeta de acceso y mantuvo la puerta abierta para que ellos pasaran. Una vez adentro, los guio por una hilera de líneas de tiro. Había mucho ruido para oírse entre ellos, así que señaló al hombre que buscaban y se retiró.


Paula observó mientras Wesley tiraba un cartucho de municiones al blanco. Era difícil saber, desde donde estaba ella, si los tiros eran precisos, pero ella sabía que en algún momento se detendría para recargar el arma. Cuando lo hizo, ella le indicó con una seña a Pedro para que no se moviera.


—Señor Jenkins —dijo después de que él había dejado el arma sobre el estante—, ¿puedo molestarlo un momento?


Sobresaltado, miró a Paula con sorpresa.


—Ah, hola, Paula. —Miró a su alrededor antes de volver a dirigirse a ella—. Me sorprende verte aquí. Tu abuelo nunca mencionó que te gustara tirar al blanco.


—No me gusta precisamente. Vine a buscarlo a usted. ¿Me permite un momento?


Él levantó las cejas y luego frunció el ceño.


—No le pasa nada a tu abuelo, ¿no?


—Él se encuentra bien. ¿Podemos salir a un lugar más silencioso para que le pueda hacer unas preguntas? —Ya era malo tener que hablar sobre el tema con alguien, y definitivamente no quería gritar para que la oyera.


—Este no es un buen momento, Paula. —Cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro—. ¿No deberías estar de luna de miel?


Paula miró por sobre el hombro hacia donde Pedro estaba parado observándolos.


—Por favor, señor Jenkins, necesito hablar con usted.


Wesley asintió.


—Dame unos minutos para guardar las cosas y te veré afuera.


Paula sonrió en agradecimiento y regresó adonde estaba Pedro. Le hizo una señal para que la siguiera por donde habían entrado. Una vez que devolvieron la protección auditiva y ella recuperó su licencia de conducir, salieron para aguardar a Wesley.


Ella se apoyó sobre el auto.


—Creo que estamos perdiendo el tiempo, Pedro. Si Wesley nos está mintiendo por alguna razón, ¿por qué de repente dirá la verdad solo porque le hagamos unas preguntas? —Aguardó a que Pedro le respondiera, pero él permaneció en silencio. Ella suspiró—. Tal vez deberíamos haber esperado hasta el martes para averiguar si existe una licencia matrimonial válida registrada en nuestro nombre en lugar de andar persiguiendo arcoíris.


Pedro tampoco dijo nada. Paula se mordió el labio. No era el momento de comenzar una discusión con él. Ambos estaban estresados. Ella observó las nubes durante varios minutos antes de mirar el reloj.


—¿Por qué el señor Jenkins demora tanto? —se preguntó en voz alta.


Pedro se volvió hacia ella con expresión adusta.


—No importa.


Paula abrió más los ojos.


—Creo que el sol de Nevada está empezando a afectarte. Entremos y busquémoslo antes de que se vaya sin hablar con nosotros.


—No importa —repitió. Sus miradas se cruzaron—. El hecho de ver a Jenkins debió haber activado algo porque ahora me acuerdo. Sé lo que sucedió esa noche en la capilla.





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