domingo, 11 de diciembre de 2016

ENAMORAME: CAPITULO 24




Apenas termino mi ducha recibo una llamada al celular proveniente de un número desconocido.


—Diga —respondo.


—Pau—la voz sonaba muy apagada y afligida, pero me fue imposible no reconocerla al instante.


—Ricardo… ¿estás bien?


La charla no duró mucho tiempo, pero si lo suficiente para hacerme replantear muchas cosas. Sin pensarlo dos veces tomé mi bolso, las llaves de la camioneta y sin mirar atrás me marché.


Con la frente empapada en sudor y el corazón a mil bajé a la cocina, rezándole a todos los santos no cruzarme en el camino con Pedro.


Me siento una mierda al huir de esta manera después de todo lo que él hizo por mí. Y no me perdonaré nunca lo que estoy a punto de hacer. Pero creo que esta es la mejor forma, menos preguntas y menor riesgo a planteos.


Una vez en el auto conecto a Manola «mi GPS» y marco la ubicación de donde tengo que ir. El trayecto no es muy largo según puedo ver. Conduzco hacia las afueras de la ciudad y la camioneta da pequeños brincos cuando 20 minutos más tarde tomo una calle de tierra campo adentro.


Esto no me gusta nada. No entiendo cuál es el sentido de traerme a una zona tan rural y alejada de la ciudad. Temo lo peor.


Temo que Ricardo atente contra su vida. Siempre lo afectaron mucho este tipo de temas, y encontrarse él mismo con una situación de este tipo no será fácil. En un momento de paz mental, tomo mi teléfono y llamo a Samantha. Si bien estamos distanciadas hace meses, necesito que alguien me ayude. Y si esa ayuda viene de una alianza con el enemigo, sin duda alguna lo haré.


—Pau —responde al segundo y parece asombrada —¿Cómo estás? —agrega rápidamente.


—No muy bien Samantha, realmente no sé cómo se encuentra la relación entre tú y Ricardo… y sinceramente tampoco es algo que me interese, pero acabo de recibir una extraña llamada de él que no puedo dejar pasar por alto.


Con pocas palabras narro lo sucedido y la que en su momento fue mi amiga escucha en silencio.


—Samantha… ¿me escuchas? —¡no entiendo cómo puede permanecer tan tranquila!... después de todo ellos se aman, o se amaban en todo caso, pero no entiendo tanta frialdad de su parte.


—Sí —responde luego de una larga pausa —escuché todo, pero…


—Pero ¿qué? —increpo.


—Pero nada es lo que parece, Pau—remata finalmente antes de cortar la comunicación y apagar su móvil tras mis insistentes llamadas.


Ahora sí, que no entiendo nada.


A metros de llegar al lugar, y en un instante de lucidez, envío un breve mensaje de texto a mi madre antes de guardar mi teléfono móvil en la guantera de la camioneta.


Unos cien metros aproximadamente me separan del lugar donde debería encontrar a mi ex marido. Es una vieja edificación algo despintada y con los pastizales muy crecidos. Mi corazón comienza a latir fuerte y aceleradamente en cuanto llego, puedo ver el automóvil de Ricardo estacionado fuera, pero, ni rastros de él.


Apago mi coche y solo se escucha el trinar de los pájaros y mi corazón desbocado. La mañana se encuentra algo nublada y al parecer los grises del cielo amenazan con que pronto lloverá.


Finalmente, junto coraje y salgo de mi camioneta. Decido dejar mi bolso dentro de ella, teniendo la esperanza de que no nos quedemos mucho tiempo en este lúgubre sitio. Llego hasta la entrada y misteriosamente ahora la puerta se encuentra abierta.


—Hola… ¿Ricardo?... ¿hay alguien aquí? —Dentro de la casita se encuentra todo muy oscuro y partículas de polvo flotan en el espeso y rancio aire.


Las deshilachadas cortinas impiden que la claridad ingrese, por lo que solo puedo distinguir un par de sillas junto a una pequeña mesa redonda, y un cigarrillo encendido sobre ella.


En ese instante es cuando confirmo que algo no está bien… pero no puedo hacer mucho. La puerta se cierra de golpe y el dolor que siento en mi nuca me nubla la vista. El silencio me invade y siento el calor de un líquido caliente colarse por mi cuello.


—¿Qué hiciste estúpido? —escucho a lo lejos.


—¡Silencio abogado!


—¡No habíamos quedado en esto Michael!, dijimos sin violencia.


—¡De ahora en adelante las reglas las pongo yo! Usted solo preocúpese de conseguir el dinero.


—Ella no tiene un centavo, solo debemos usarla como señuelo… apenas Alfonso pague el rescate la dejaremos libre


—Sí, abogado, sí... luego la dejaremos libre.



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