sábado, 5 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 7





Pedro se quedó mirándola en silencio. Era irónico que su idea inicial hubiera sido exactamente esa, llevársela a la cama. Era divertida, sexy y original, pero cuanto más tiempo pasaba con ella, más se daba cuenta de que sus objetivos en la vida eran completamente diferentes. Tal y como ella misma había reconocido, Paula no era la clase de persona que se desligaba emocionalmente en una relación. Por su propio interés, Pedro decidió que tenía que mantener la cabeza fría.


–Es hora de que te lleve a casa.


En vez de sentirse defraudada, la noticia pareció alegrarla.


–Eso era lo que esperaba que dijeras. Te prometo que no te arrepentirás. Mi falta de experiencia la compenso con entusiasmo.


Era tan brillante como guapa, y sabía que su confusión era deliberada.


–Theé mou, no deberías decir cosas así a un hombre. Podría equivocarse al interpretarlas.


Pedro miró la botella de champán y trató de calcular cuánto había tomado Paula.


–No voy a llevarte a mi casa, sino a la tuya.


–Será mejor que no lo hagas. Mi cama es más pequeña que la de un gato. Además, tengo la impresión de que vamos a pasar calor y no tengo aire acondicionado.


La libido de Pedro se resistía a toda lógica.


–Te llevaré a casa y luego me marcharé.


–¿Marcharte? ¿No te resulto atractiva?


–Eres muy sexy, pero no eres mi tipo.


–Eso no tiene sentido.


–No me atraen las mujeres que buscan enamorarse, sentar la cabeza y tener muchos hijos.


–Creo que ya había dejado claro que no quiero nada de eso contigo. No cumples ninguno de los requisitos de mi lista, y es por eso por lo que quiero hacer esto. Sé que estaré a salvo. ¡Y tú también!


–¿Cuánto champán has bebido?


–No estoy borracha –contestó sonriendo y se echó hacia delante–. Una noche, eso es todo lo que pido. No te arrepentirás.


Pedro hizo acopio de fuerza de voluntad y apartó la vista de sus pechos.


–Tienes razón, no me arrepentiré porque no va a pasar nada.


–Practico yoga. Soy muy flexible. Puedo poner las piernas por encima de la cabeza.


–Deja ya de hablar.


–¿Cuál es el problema? Será una noche divertida. Mañana cada uno seguirá su camino y, si nos encontramos en la oficina, fingiré no conocerte. Llama a tu abogado. Firmaré un acuerdo prometiendo no enamorarme de ti. Lo único que quiero es que me lleves a casa, me quites la ropa, me metas en esa enorme cama tuya y practiquemos sexo en todas las posiciones posibles. Después, saldré por la puerta y no volverás a verme. ¿Trato hecho?


Pedro intentó decir algo, pero la mezcla de inocencia y sensualidad de Paula parecían haber provocado un cortocircuito en su cabeza.


–Paula, hazme caso, no es necesario que te lleve a casa, te desnude y te meta en mi cama.


–¿Por qué no? Es solo sexo.


–Has pasado varias horas contándome que no te gusta el sexo sin más.


–Pero esta vez sí. Quiero ser capaz de separar el sexo del amor. La próxima vez que un hombre se cruce en mi camino, no dejaré que el sexo me confunda. No entiendo por qué no quieres hacerlo, a menos que… –dijo y se quedó mirándolo unos segundos antes de echarse hacia delante–. ¿Tienes miedo?


–Estoy sobrio –contestó él tranquilamente–. Cuando juego, me gusta hacerlo con un oponente en igualdad de condiciones.


–Soy más fuerte de lo que parece –afirmó, y un hoyuelo apareció junto a la comisura de sus labios–. Tómate otra copa de champán y llama a Vassilis.


–¿Cómo sabes el nombre de mi chófer?


–Lo he oído. Tiene una cara afable. De veras no hay por qué ponerse nervioso. Si los rumores son ciertos, eres frío e insensible, y por eso no tienes que temer nada de alguien tan insignificante como yo.


–Si soy frío e insensible, ¿por qué ibas a querer meterte en mi cama?


–Porque, aunque eres tremendamente sexy, no eres mi tipo. Perfecto para el sexo por diversión.


Pedro miró aquellos ojos azules e intentó ignorar el arrebato de deseo sexual que lo había acompañado desde el momento en que había puesto los ojos sobre ella. Maldijo entre dientes y se puso de pie. Nunca antes hacer lo correcto le había parecido tan inoportuno.


–Nos vamos.


–Magnífica decisión –dijo ella tomándole de la mano y poniéndose de puntillas para hablarle al oído–. Seré suave contigo.


Pedro sintió que una oleada de calor se expandía por su cuerpo. Estaba tan excitado que se sentía tentado a arrastrarla tras cualquier puerta, arrancarle el vestido y recorrer cada centímetro de su cuerpo desnudo.


Vassilis estaba esperando fuera con el coche y Pedro se sentó lo más lejos posible de ella. Llevaba toda la vida evitando a mujeres que como ella creían en almas gemelas. Para él, el mito del amor se había desvanecido en su niñez, junto a Papá Noel y el Ratoncito Pérez.


–¿Dónde vives?


–No hace falta que lo sepas porque vamos a volver a tu casa. Tu cama es tan grande que seguro que se ve desde el espacio.


–Paula… –comenzó Pedro, pasándose la mano por el mentón.


El teléfono de Paula sonó al recibir un mensaje de texto y lo sacó del bolso.


–Tengo que contestar. Debe de ser Belen para saber si estoy bien. Probablemente Spy y ella estén preocupados porque me vieron irme contigo.


–Tal vez deberías hacer caso a tus amigos.


–Estoy a punto de disfrutar de sexo sin ataduras –murmuró mientras escribía–. Hablamos mañana.


Pedro se sitió tentado de arrebatarle el teléfono y decirle a sus amigos que fueran a buscarla.


–¿Belen era la del vestido azul?


–Es la versión femenina de ti, pero sin dinero. No se implica sentimentalmente. Hoy me he enterado de que estuvo casada diez días cuando tenía dieciocho años. ¿Puedes
creerlo? No conozco los detalles, pero al parecer es el motivo por el que no quiera repetir la experiencia –dijo y apretó el botón de enviar antes de volver a guardar el teléfono en el bolso–. Pasé la infancia en hogares de acogida, así que no tengo familia. Creo que por eso son tan importantes mis amigos. Nunca tuve la sensación de pertenecer a ninguna parte. Es una sensación muy triste para una niña.


–¿Por qué me cuentas todo esto? –preguntó él, sintiéndose incómodo.


–Como vamos a tener sexo, pensaba que te gustaría saber algo de mí.


–Pues no.


–Eso no es muy cortés.


–No pretendo ser cortés. Soy así. No es demasiado tarde para pedirle a mi chófer que te deje en casa. Dale la dirección.


Paula se echó hacia delante y apretó el botón para cerrar la mampara que los separaba del conductor. Luego se deslizó en el asiento, cerró los ojos y alzó la cabeza hacia Pedro.


–Bésame. Sea lo que sea que haces, hazlo ahora.


Pedro siempre se había considerado un hombre disciplinado, pero estaba empezando a reconsiderarlo. Con ella, era imposible contenerse. Miró aquellas largas pestañas y la curva de sus labios rosados, e intentó recordar cuándo había sido la última vez que se había sentido tentado a practicar sexo en la parte trasera de su coche.


–No.


Pedro consiguió darle la debida convicción a la palabra, pero en vez de apartarse, Paula avanzó.


–En ese caso, te besaré yo. No me importa llevar la iniciativa –dijo acariciando el interior del muslo de Pedro.


Estaba tan excitado que no supo por qué se estaba negando y, en vez de apartarla, sujetó su mano con fuerza y giró la cabeza hacia ella.


Su mirada la hizo sonrojarse. Maldiciendo entre dientes, Pedro inclinó la cabeza y separó sus labios con la lengua, tomando su boca con una intensidad sexualmente explícita. Su intención era asustarla, así que no se contuvo ni disimiló su ímpetu. Sin embargo, en vez de apartarse, ella se acercó aún más, colocándose sobre su regazo. Su sabor era el de la dulce tentación, su boca suave e impaciente.


Pedro sintió el peso de sus pechos sobre el brazo y gimió, mientras le sujetaba la cabeza para saciar la demanda de aquel beso. La lengua de Paula se movía en su boca, a la vez que se enroscaba como un gatito, estrechando sus curvas contra él. Era un beso sin límites, una explosión de deseo en estado puro.


Pedro deslizó la mano bajo su vestido, por la suave piel de su muslo hasta los rincones de su entrepierna. Fue el gemido de placer de Paula lo que lo despertó.


Dios santo, estaban en el coche, en mitad del tráfico. La soltó como si quemara y la apartó.


–Pensé que eras inteligente.


–Soy muy inteligente –balbuceó ella, respirando agitadamente–. Besas muy bien. ¿Eres tan bueno en todo lo demás?


Su pulso estaba acelerado y estaba tan excitado que no se atrevía a moverse.


–Si de verdad quieres venir conmigo a casa, entonces no eres tan lista como pareces.


–¿Qué te hace pensar eso?


–Una mujer como tú debería mantenerse alejada de hombres como yo. No tengo vida amorosa, tengo vida sexual. Me aprovecharé de ti. Si te metes en mi cama, solo habrá disfrute y nada más. No me importarán tus sentimientos. No soy cariñoso ni considerado, quiero que lo tengas claro.


Se hizo un largo silencio. Luego, ella lo miró a los labios.


–De acuerdo, lo entiendo. Mensaje recibido. Espero que este coche pueda ir más rápido porque en mi vida he estado tan excitada.


No era la única. Su autocontrol estaba al límite. ¿Por qué quería evitar aquello? Era una mujer adulta, no estaba borracha y sabía lo que hacía. La lógica no se rendía a la libido, la destruía.


–Tienes que estar muy segura, Paula.


–Lo estoy. Nunca he estado tan segura de algo en mi vida. A menos que quieras ser arrestado por llevar a cabo actos indecentes en un lugar público, será mejor que le digas a Vassilis que se salte algún límite de velocidad.









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