lunes, 28 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 13





A la mañana siguiente, el despertador de Paula sonó a la hora habitual. Cuando entró en la habitación de su hija encontró la cuna vacía y el pánico se apoderó de ella. 


Después recordó que Pedro estaba allí. Se puso el albornoz y se dirigió al salón. Pedro estaba leyendo el periódico mientras se tomaba un café, y Juliana estaba en su sillita comiendo cereales.


Cuando la niña balbuceó algo, Pedro levantó la vista. Al ver a Paula la miró de arriba abajo y ella se ajustó el cinturón del albornoz.


—Buenos días —dijo él.


—Hola. Has madrugado mucho —dijo ella.


Pedro miró a Juliana.


—Estaba hablando con el móvil que tiene en el techo y pensé que era mejor que hablara conmigo.


Paula sonrió y saludó a su hija. Después fue a la cocina por café. Cuando regresó se sentó frente a Pedro y recordó los sueños que había tenido. En todos aparecía él. Pedro en peligro, Pedro entrando en casa, Pedro convirtiéndose en alguien imprescindible.


—Tengo que darme una ducha —dijo ella.


—Tranquila. Tienes tiempo. Juliana ya ha desayunado. ¿Tienes hambre? —le preguntó, y dejó el periódico a un lado.


—No, por la mañana no puedo comer nada. ¿Qué tal el sofá?


—Solitario.


Pedro.


Él sonrió. «Me gusta estar aquí por la mañana», pensó, y se preguntó cómo se las arreglaba Paula para prepararse para el trabajo y estar con el bebé a la vez.


—¿Diana viene a estas horas?


—No, no viene hasta que estoy a punto de marcharme. Juliana no lleva muy bien que no le haga caso por las mañanas.


Pedro arqueó las cejas.


—Ahora parece que está bien.


—Sí, bueno, desayuna con Diana. Juliana no está de muy buen humor por las mañanas… —Paula miró a su hija y frunció el ceño—. Bueno, normalmente.


—¿Algo que decir respecto a que tenga a un padre alrededor?


—Aunque estuvieras aquí siempre, también tendrías que marcharte temprano a trabajar.


—Lo sé. Pero yo tardo diez minutos en prepararme.


—¡Bravo por el agente secreto! —dijo ella, y él se rió.


—Bebe más café —dijo él.


Paula se tomó otra taza y jugó un ratito con su hija.


—Será mejor que me prepare para ir a trabajar —dijo al fin.


La idea no era nada atractiva.


Pedro se percató de que Paula no tenía ganas de marcharse, y tomó a la niña en brazos. Ella se dirigió a su dormitorio y apareció treinta minutos más tarde vestida con un traje azul oscuro y una blusa blanca.


Cuando la veía así vestida, Pedro solo podía pensar en que debajo llevaba ropa interior de seda y encaje.


—Mira a mamá, July —dijo, y silbó con suavidad.


Paula se sonrojó y agarró el maletín. Juliana se movió y se lanzó a sus brazos. Pedro se fijó en la cara de culpabilidad que ponía Paula. Ella sujetó al bebé durante un momento, después miró al reloj y se la devolvió a Pedro. Él trató de calmar a su hija mientras Paula se ponía los zapatos de tacón.


—Te veré esta noche —dijo ella.


—¿No puedes escaparte para comer?


—No lo sé hasta que no vaya a la oficina. Te llamaré.


—Inténtalo. Estoy seguro de que a July le gustaría ver a su madre para algo más que para bañarse y cenar.


Pedro sabía que era un golpe bajo, pero era la verdad.


—Tengo que trabajar, Pedro, y no, no me digas que el matrimonio lo cambiaría todo. Sé que lo haría. Pero no puedo casarme por cuestiones económicas, y lo sabes.


—No te casarías por un nombre, por más tiempo libre, ni por ti. ¿Qué necesitas?


Una vez fuera de la casa, lo miró.


—Amor, idiota —dijo ella, y cerró la puerta.


Pedro suspiró. Amor. Sin duda le gustaba Paula, y la deseaba, pero ¿que sabía él acerca de amar a una mujer para toda una vida? Abrazó a Juliana y la meció para calmarla. Pasó el resto del día tratando de descubrir lo que sentía por Paula y preguntándose si llegaría a amarla, y si se lo decía, si ella lo creería o pensaría que solo lo hacía para conseguir que su nombre apareciera en la documentación de su hija.










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