domingo, 16 de octubre de 2016

SUYA SOLAMENTE: CAPITULO 21






—Eres más de lo que habría soñado jamás —susurró Pedro con sinceridad mientras le ponía los zapatos cuando ya la luz del alba se posaba sobre las colinas de la Toscana. Le agarró las manos y se las acercó a los pies—. Entiende, amata mia, que ahora no hay razón por la que no debas casarte conmigo —inclinó la cabeza para besarla entre los ojos—. No he usado protección alguna. Podrías estar embarazada.


Al ver que ella se estremecía, frunció el ceño. ¿No encontraría desagradable la idea de tener un hijo suyo? No sería por eso, ¿verdad? ¡No después de aquel momento perfecto que habían compartido!


Usó la lógica y sonrió aliviado. El aire de la mañana era frío y ella tenía frío. Le echó su chaqueta por los hombros para protegerla y rodeó posesivamente su cintura mientras salían de nuevo al jardín.


Él no había querido que aquello sucediese, su pretensión había sido respetarla y esperar a la noche de bodas. Pero ¿cómo podía arrepentirse de un solo segundo transcurrido aquella noche?


Era un hombre de mucho mundo, algunos lo llamarían cínico incluso, pero nunca se le había pasado por la cabeza la estúpida idea de enamorarse. ¡Y había ocurrido! El corazón se le ensanchó tanto que pareció explotarle en el pecho y apretó su cintura hasta que ella ralentizó el paso y se detuvo.


Dio mió! ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Se había ido enamorando de ella todo el tiempo, y su propuesta, sus manipulaciones, no tenían nada que ver con contentar a Mamma, sino con su propia felicidad. Y el primer indicio claro que se introdujo en su cabeza fueron los tremendos celos que había sentido al ver como Orfeo la manoseaba.


Sorprendido por la fuerza y la profundidad de sus sentimientos hacia Paula, por el generoso regalo de su virginidad, su voz se tornó ronca conforme la atraía hacia él.


—Pensaba llevarte unos días a la casa que tengo en Amalfi. Pero he aplazado ese plan hasta más adelante, hasta después de la boda —le dijo acercando la boca a sus cabellos—. Estaré ocupado todo el tiempo con los preparativos para asegurarme de que se celebra cuanto antes. De pronto posó las manos en sus hombros, alejándola de él. Las reacciones suaves y enternecedoras de Paula se habían tornado rígidas. Él sintió un nudo en su interior. Por primera vez en su vida, se sintió inseguro. ¡Y odiaba sentirse así!—. ¿No dices nada? —su voz sonó más dura de lo que esperaba. También se odió por eso.


Paula se apartó con la respiración entrecortada. Su mención de un posible embarazo la había dejado literalmente aturdida. Los genes italianos de Pedro no le permitirían apartarse de su hijo, y en cuanto a dejar que ella lo criase sola y conformarse con visitas ocasionales, en lo que a aquel macho italiano concernía eso sería algo impensable.


Sintió que se encogía dentro de los pliegues de la chaqueta y que tenía la boca petrificada cuando dijo:
—¿Y si no estoy embarazada?


Pedro sonrió, aliviado. ¿Aquélla era toda su preocupación? 


Cierto: a posteriori se daba cuenta de que su primera propuesta de matrimonio no había sido muy halagadora, con todo aquello de contentar a Mamma cuando, en realidad, con paciencia y el paso del tiempo, podía haberse manejado con la decepción de su madre.


Pero Paula no lo sabía entonces. No sabía que él podía hacer cualquier cosa que se propusiese. Y eso incluía romper un compromiso que había empezado como una mentira piadosa sin causar un daño excesivo a su madre. 


Maldijo su antigua reputación, ya que podía ser que en aquel momento ella estuviese sufriendo, convencida de que, habiendo probado las delicias de su cuerpo, él había perdido todo interés y sólo insistiría en casarse en caso de embarazo.


—Eso no cambia nada —la tranquilizó—. ¡Nos casaremos!


Y tomándola sin esfuerzo la llevó en brazos hasta la villa. 


Más bien, como pensó Paula, aturdida, como un guerrero que lleva a casa el botín de guerra.


También notó que él parecía encantado, con el pelo negro revuelto, una sonrisa en su boca sensual y los ojos brillantes y vivos. Perdía el aliento cada vez que lo miraba. Y nunca olvidaría lo ocurrido aquella noche. Nunca se arrepentiría de haber conocido un éxtasis tan increíble.


Sus ojos se humedecieron al recordar su primera vez, la primera de muchas, cuando él había llegado hasta el límite, el límite de su pequeño grito de dolor, y se había detenido, retirándose cortésmente. Ella había arqueado la pelvis, latiendo de deseo, y le había rogado:
—¡No te pares? ¡Sigue!


Nunca se culparía a sí misma por haber admitido sin reparos su descarado comportamiento. Nunca. Había sido maravilloso. Lánguidamente, se preguntó si podría culparse por dar el siguiente paso.


Casarse con él sería romperse el corazón, porque lo inevitable ocurriría y él pasaría a otra cosa en cuanto se acabase la novedad. Buscaría los placeres de alguna tonta rubia, satisfecho al comprobar que la mujer con quien se había casado para contentar a su madre se conformaba con quedar en un segundo plano.


¿Era eso lo que había ocurrido en su primer matrimonio? 


¿Su esposa había descubierto una infidelidad y lo había dejado? ¿Había preferido, como había sugerido Renata, morir de una sobredosis a enfrentarse a la vida como mujer desdeñada?


¿Se atrevía a correr ese riesgo?


¿Soportaría ver a su tía abuela y a Fiora decepcionadas si no lo hacía?


¿Podría soportar rechazar al hombre del que estaba perdidamente enamorada?




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