jueves, 22 de septiembre de 2016

MAS QUE VECINOS: CAPITULO 8





Durante el resto de la semana, Pedro y Paula tan solo se cruzaron en una ocasión. Pau salía a dar su cotidiano paseo nocturno con Milo cuando, al abrir la puerta del edificio, casi chocó contra una rubia despampanante que justo entraba en ese momento.


—Debería mirar por dónde va —le espetó la recién llegada en un tono gélido, mientras miraba el cabello revuelto de Paula y sus vaqueros rotos con desdén.


—Disculpe, iba distraída —contestó Pau, sofocada, tratando de sujetar al gigantesco perrazo, empeñado en saltar sobre Pedro, lo que provocó que la correa se liara en torno a las esculturales piernas de la enfurecida mujer, que perdió el equilibrio y estuvo a punto de caer al suelo.


—¡Quieto, Milo! —ordenó Alfonso con firmeza mientras sujetaba a Alicia por el codo, justo a tiempo. Por fin, Milo pareció reaccionar ante el tono autoritario del hombre y los tres consiguieron desenredarse de lo que parecía una trampa mortal.


—Perdone, por favor —repitió Pau, abochornada, al tiempo que le lanzaba una sonrisa de disculpa a la enojada rubia.


La mujer no respondió, sino que se quedó mirando a Paula como si fuera el bicharraco más despreciable con el que había tenido la desgracia de cruzarse jamás.


—Buenas noches, Paula —saludó Pedro, flemático.


—¿Os conocéis? —preguntó la rubia observándolos a ambos con repentino interés.


—Pepe es mi vecino —informó Pau alegremente.


—¿Pepe? —interrogó la otra alzando las cejas en una muda pregunta, pero Pedro se limitó a encogerse de hombros.


—Mira Alicia, esta es Paula Chaves, mi vecina. Paula, te presento a Alicia Parker.


—Encantada de conocerte —le dijo Pau tendiéndole la mano con entusiasmo, como si no se hubiera dado cuenta de que la tal Alicia estaba deseando perderla de vista—. Voy a aprovechar este agradable encuentro para invitaros a los dos a la inauguración de la exposición de mis chicos. —Paula rebuscó en el inmenso y desgastado bolso de cuero marrón que llevaba colgado en bandolera y, después de un buen rato, sacó un par de invitaciones bastante arrugadas y le tendió una a cada uno. —Si el sábado no tenéis otro plan, por favor, no dudéis en pasaros por la galería. Estarán allí todos mis alumnos, orgullosos como padres primerizos. 
Habrá un cóctel, bastante sencillo eso sí, pero os prometo que lo pasaremos bien. Todo el dinero que se recaude irá destinado a acondicionar el edificio en el que impartimos los talleres y... bueno, será mejor que me vaya o Milo me arrancará el brazo a tirones. ¡Buenas noches! ¡Que os divirtáis!


Como un torbellino, la caótica joven desapareció en la noche medio arrastrada por el enorme dogo. Pedro se quedó un rato en silencio, tratando de recuperarse del encontronazo con su apabullante vecina; algo le decía que a Alicia no le había hecho muy feliz conocerla.


—¿Pepe? Nunca había oído que nadie te llamase así.


—Como habrás observado, esa chica es algo así como un espíritu libre. A veces resulta tremendamente impertinente, pero no merece la pena enfadarse. Gracias a Dios no nos vemos mucho —dijo en un tono que procuró que fuera lo más indiferente posible.


Algo más tranquila por su explicación, Alicia se colgó de nuevo del brazo de su acompañante.


—Vamos, querido, estoy deseando tomar una copa.


Una vez en su piso, Pedro la condujo al salón, tocó un botón en una pequeña pantalla táctil que había en una de las paredes y, al instante, una suave melodía los envolvió. 


Mientras él traía las bebidas, Alicia se acomodó en uno de los inmensos sofás de líneas rectangulares y miró a su alrededor con aires de propietaria. Pedro regresó al rato con dos gintonics servidos en vasos altos llenos de hielo y con una rodaja de limón, y se sentó a su lado.


A pesar del ambiente íntimo y relajante del salón, Pedro se sentía un tanto inquieto. Alicia se había empeñado en ir a su casa y ahora él se estaba arrepintiendo de haber cedido a sus ruegos. La observó con detenimiento mientras daba un sorbo a su copa. No podía negarse que Alicia Parker era una mujer muy hermosa; su pelo era de ese tono rubio nórdico tan poco corriente, y los ojos, muy azules, tenían una mirada felina y sensual. Sobre su cuerpo incitante, lleno de curvas rotundas, lucía un breve vestido de un conocido diseñador que se ajustaba a él como una segunda piel. Sin embargo, a pesar de su aspecto voluptuoso y tentador, de repente la encontró tan fría como una diosa esculpida en mármol.


—¿Quieres que vayamos el próximo sábado a la exposición? —preguntó Pedro, procurando alejar de su mente esos pensamientos.


—¿Estás de broma, cariño? Nada me apetecería menos que ir al antro al que, a juzgar por su forma de vestir, seguramente nos está invitando tu querida vecina. Por lo que nos ha contado, sus chicos —resaltó la palabra sarcástica— parecen ser meros principiantes.


—No solo son principiantes, sino que también son discapacitados. Desde luego no creo que se trate de un evento social de primera magnitud, pero es un plan diferente. —El tono de Pedro era tranquilo, a pesar de que las palabras de Alicia le resultaron irritantes.


—Sin duda, sería diferente; solo de pensarlo me dan escalofríos. Además, recuerda que el sábado es la cena de gala de la Royal Opera House. Pero no hablemos más de tu molesta vecinita; no he venido aquí para eso —declaró en un tono sensual, al tiempo que le lanzaba una mirada insinuante bajo sus largas pestañas cargadas de rímel.


De nuevo, Pedro pensó que, a veces, Alicia resultaba un tanto insensible. Sin embargo, aceptó la invitación de sus bellos ojos y bajó la cabeza, atrapando con los suyos los labios de ella. La boca femenina se abrió ansiosa bajo su contacto y, de pronto, Pedro se sorprendió pensando en otro beso y en otros labios. Maldijo por dentro y trató de apartar esa inoportuna comparación de su cabeza, pero era consciente de que esa noche los expertos besos de Alicia, que hasta entonces siempre habían sabido pulsar la tecla adecuada, no estaban produciendo ningún efecto. A pesar de todo, siguió besándola hasta que notó que las manos femeninas se introducían bajo la tela de su camisa. Sin saber por qué, de pronto Pedro sintió que no tenía ninguna gana de continuar con aquello, así que paró en seco y, con suavidad, se apartó de ella.


—Perdona, Alicia. Debo estar más cansado de lo que pensaba, pero creo que no ha sido una buena idea invitarte. 
—Un relámpago de furia llameó por un instante en los ojos azules pero, casi de inmediato, la mujer se dominó y Pedro admiró, una vez más, el control que Alicia ejercía sobre sus emociones.


—En ese caso será mejor que me marche —declaró en tono comedido. Decidida, se levantó del sillón y cogió su bolso y el abrigo que había arrojado sobre el otro sofá.


—Lo siento, te llevaré a tu casa.


—No hace falta, Pedro, será suficiente con que me pidas un taxi.


—¿Estás segura? —preguntó él sintiéndose algo culpable; después de todo, la situación no resultaba agradable para ninguno de los dos.


—No te preocupes, querido, tampoco a mí me vendrá mal dormir un poco. La verdad es que con la operación Fleetwork, últimamente el ritmo de trabajo resulta agobiante.


—Me alegro de que seas una mujer capaz de comprender estas cosas —declaró Pedro complacido, mientras se inclinaba sobre su mano y la besaba con galantería.


Halagada por su comentario, Alicia olvidó un poco lo humillada que se había sentido unos minutos antes. Pedro llamó al taxi, que llegó enseguida, y la acompañó al portal para despedirla. Justo cuando el vehículo se alejaba, apareció Paula con Milo o, quizá sería más correcto decir, Milo arrastrando a Paula de vuelta a casa.


—Caramba, ¿ya se va? ¿Tan pronto? ¿Qué pasa? ¿Os habéis peleado? —preguntó la joven, curiosa.


—No sé si eres consciente, Paula, de lo indiscreta que resultas muchas veces —respondió Pedro, molesto por su falta de delicadeza.


—Tienes razón, mi madre me lo dice a menudo —suspiró como si se le partiera el corazón, pero enseguida repitió—: Vamos, dímelo, anda, ¿os habéis peleado?


Pedro contestó muy enojado:
—No es asunto tuyo.


—Creo que a tu despampanante novia no le ha hecho mucha gracia conocerme. ¿Aún no le has dicho que me consideras una chica irritante y entrometida? —le preguntó con una mirada maliciosa.


Poniendo los ojos en blanco, el hombre la interrumpió:
—Estás equivocada —respondió en un tono poco amistoso.


—¿Sobre lo que piensas de mí? —Paula siguió provocándolo.


—No, sobre que Alicia te considere un peligro —respondió, agresivo, perdiendo al fin los estribos.


Sin embargo, en cuanto pronunció esas palabras se arrepintió. A él le horrorizaba la mala educación y acababa de ser terriblemente grosero con esa chica. Confundido por su extraño comportamiento, observó como Pau se agachaba para acariciar a Milo con el rostro oculto por su larga melena.


—Disculpa —se excusó con rigidez, notando que su enfado con ella aumentaba de forma paralela a lo mal que le estaba haciendo sentir. Paula siguió acariciando a Milo como si no le hubiera oído y Pedro percibió que sus hombros temblaban. Horrorizado, se acuclilló junto a ella y, con suavidad, posó la mano sobre su espalda—. Paula, perdóname, por favor. Siento haber insinuado que me parecías irritante y entrometida, te prometo que no es así.


Pau apartó la larga melena de su cara con mano temblorosa y volvió hacia él su rostro congestionado por la risa.


—Te perdono, Pepe —afirmó soltando una carcajada—. Pero no sé por qué, no te creo...


Pedro no podía soportar que una joven insignificante como Paula Chaves se burlara de él y, de repente, toda la ira acumulada en su interior estalló por fin.


—¡Te comportas como una mocosa insoportable! Haces bien en no creerme, en realidad, pienso que eres la chica más irritante, entrometida, mal educada y...


Pau alzó una mano y la apoyó con delicadeza contra su áspera mejilla, y ese leve contacto hizo que el hombre se callara en el acto.


—Perdóname, Pepe. Pero no puedo resistir las ganas de hacerte rabiar, es superior a mis fuerzas. Siempre aparentas tenerlo todo tan controlado que da gusto cuando te saco de tus casillas; de alguna manera te hace parecer más humano —confesó la joven sonriéndole con simpatía.


El hombre apartó la cara como si el ligero roce de los dedos de la muchacha le hubiera quemado y, reprimiendo un fuerte deseo de zarandearla, se puso en pie despacio intentando tranquilizarse.


—Cómo me alegra resultarte tan divertido. Será mejor que vuelva a mi casa. Buenas noches, Paula. —Con mucha dignidad, entró en el portal y, sin dejarse llevar por las enormes ganas que tenía de dar un portazo, cerró la puerta a sus espaldas con suavidad.


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