miércoles, 7 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 15





—Yo sé que estás preocupada, pero quiero que esto me lo dejes a mí.


—No comprendes cómo es él. Tengo que estar con ella…


—Sé cómo es tu abuelo. Créeme que estoy más preparado que tú para esto.


—Pero…


—¡Dios mío! ¿Qué tengo que hacer para que confíes en mí? ¿Cuántas veces tengo que decirte que no haré daño a tu madre?


—Yo no sabía que vendría mi abuelo…


—Me alegro de que lo haya hecho. Así me evita ir a verlo. Aunque hubiera preferido evitar este estrés a tu madre —sonrió y agregó—: Coraje. Has sido muy valiente hasta ahora, sigue un poco más. Y diga lo que diga, Paula, quiero que te muestres de acuerdo conmigo. ¿Queda claro?


—¿No te ha dicho nadie que eres un chulo?


—Sí. ¿Me lo prometes, Paula?


—De acuerdo.


Cuando entraron en la habitación su madre estaba en la cama, mirando al hombre que había hecho un infierno de su vida.


—Me sorprende que vengas a visitar a alguien a quien negaste su existencia —dijo Pedro fríamente.


—Esto no es asunto tuyo —respondió Dimitrios.


—Se ha convertido en asunto mío desde que has unido las fortunas de nuestras familias. Y quiero aclararte algo: después de esta conversación, no quiero verte cerca de ningún miembro de mi familia. Sobre todo de mi esposa y de su madre.


—Ah, sí… ¿Cómo está tu esposa? —el viejo sonrió a Paula con gesto desagradable—. Te tendí una trampa, Alfonso.


—Y por ello estaré eternamente agradecido —Pedro rodeó la cintura de Paula con su brazo—. De no haber sido por tu malicioso plan, jamás habría conocido a Paula —sonrió a su esposa—. Y eso habría sido una pena porque ella ha enriquecido mi vida.


Paula se conmovió.


—Debe ser que no ves más que su cuerpo. Es hora de que sepas la verdad. No puede darte hijos. No habrá más descendientes de Alfonso —dijo Dimitrios.


Paula se encogió de dolor.


—Mis sentimientos por Paula no tienen nada que ver con eso. Y si insultas a mi esposa una vez más, te arrepentirás, Chaves. A diferencia de ti, yo sé proteger a los míos.


Paula contuvo la respiración. Nadie había luchado por ella ni la había protegido jamás. Toda la vida había sido ella la que había luchado por su madre. Había sido ella contra el mundo.


Se le hizo un nudo en la garganta. ¡Lo amaba tanto!


—Convéncete, Alfonso, he ganado. Te has hecho con la empresa. Pero a estas alturas ya sabrás que es imposible salvarla. Y aunque finjas que te da igual tener hijos o no, tú y yo sabemos que no es verdad. Tú eres griego. Está todo dicho.


Pedro miró al viejo con gesto serio.


—En primer lugar, la empresa ha vuelto a su dueño por derecho: la familia Alfonso. Has llevado a la empresa casi a la quiebra, pero mis esfuerzos harán que salga a flote. Y en cuanto a Paula… Ha demostrado ser leal, fuerte y cariñosa, las tres características más importantes en una esposa griega…


—No puede darte hijos. Y según el contrato no puedes buscar otra esposa.


—Entonces es una suerte que no quiera otra esposa —respondió Pedro.


Charlotte no salía de su asombro.


Pedro volvió a mirar a su enemigo y dijo:
—Creo que el disgusto de verte no le ha hecho bien a la madre de Paula. Así que quiero que te marches. Se acabó. No vuelvas a acercarte a mi familia.


—También son mi familia. Así que, si quiero, me quedo.


—No estoy de acuerdo. Has perdido el derecho a llamarlos familia al no darles lo que necesitaban, aunque el único pecado de Charlotte haya sido amar a tu hijo. Has perdido el derecho a llamarlos familia cuando usaste a Paula como instrumento para vengarte de mí. Ya no son tu familia, Chaves. Son mi familia. Y yo siempre protejo lo que es mío.


—¿Y eso qué se supone que quiere decir? —preguntó Dimitrios.


—Tú has culpado a mi familia de la explosión. Pero tú y yo sabemos que esa explosión fue responsabilidad tuya. Tú has sido el responsable de la muerte de tu propio hijo.


Hubo un silencio espeso en la habitación. Y Paula oyó a su madre exclamar por el shock.


—¿Crees que he querido matar a mi propio hijo?


—No. Creo que querías matar a mi padre porque estuvo intentando convencer a Costas de enterrar el ridículo odio entre las familias para siempre y aliarse en los negocios.


—¡Es ridículo! Mi hijo no debería haber estado en ese barco.


—Provocaste la explosión contra mi familia, pero las circunstancias cambiaron, y cuando ellos finalmente subieron a bordo, tu hijo y su esposa estaban con ellos. Y fue tu hijo quien murió junto con mi tío. Y tú fuiste responsable. ¿No crees que es hora de acabar con este asunto, Chaves?


Con la respiración agitada, Dimitrios corrió hacia la puerta, pero varios hombres le bloquearon el paso.


—Las autoridades griegas quieren hablar contigo —dijo Pedro—. Están interesados en varios sucesos que tuvieron lugar, incluidas algunas inversiones que has hecho últimamente.


Dimitrios se detuvo en la entrada y miró a Pedro.


—Te va a costar una fortuna tu mujercita.


—Le insisto en que use mi tarjeta de crédito y no lo hace… Paula es única. Nuevamente, gracias por presentármela. Yo había perdido las esperanzas de encontrar una mujer como ella.


Cuando Dimitrios fue sacado de la habitación, Paula se hundió en una silla, temblando.


—¿Es cierto que fue él quien puso la bomba? —preguntó Charlotte, abatida.


Pedro asintió.


—Siempre hemos sospechado que fue él quien la puso. Pero, no ha habido pruebas. No obstante, se ha metido en algunos negocios sucios… Me parece que lo esperan unos años entre rejas, sea como sea.


Charlotte cerró los ojos.


—Es un hombre muy malvado, realmente. Yo creo que hasta Costas lo veía. Era el motivo por el que quería asociarse con tu padre. Quería empezar de nuevo. Yo intenté convencerlo de que no lo hiciera. Siempre me daba miedo lo que pudiera hacer Dimitrios. Y tenía razón.


—Ha pagado un precio muy alto, señora Rawlings —dijo Pedro.


—Y tú has tenido que pagar un alto precio también —dijo Charlotte, abriendo los ojos—. Tuviste que casarte con Paula para recuperar la empresa de tu padre.


—No ha sido ningún sacrificio —sonrió Pedro—. Se lo aseguro. Su hija es deslumbrante en todo sentido. Bella y valiente.


Charlotte lo miró un momento y dijo:
—¿Éste es el trabajo que has conseguido, Paula? ¿Te has casado por dinero?


—No había otro modo de pagar la operación —dijo Paula con desesperación.


—Paula hizo lo que debía hacer. Y le pido que no se preocupe por nuestra relación. Amo a su hija, y me alegro de que se haya querido casar conmigo.


Paula lo miró, agradecida. Aunque supiera que Pedro lo decía para tranquilizar a su madre, y no porque la amase.


—Y ahora, debe descansar… Creo que hoy ha mejorado mucho. Quiero que sepa que en cuanto esté mejor, la llevaremos a Atenas, a mi casa. El sol es muy bueno para la salud, y en Londres no hay mucho.


—¿A Grecia? —preguntó Charlotte—. No creí que volvería a Grecia, aunque fue mi hogar hace tiempo…


Pedro se acercó y le dio un beso en la frente, un gesto que sorprendió a Paula.


—Volverá a ser su casa —le dijo.







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