martes, 6 de septiembre de 2016

ENAMORADA DE MI MARIDO:CAPITULO 12





Pedro estaba preocupado mirando la cara pálida de Paula.


—Ha sido un shock —dijo el médico—. Físicamente, está bien. Ha tragado un poco de agua, así que es posible que esté mareada, pero aparte de eso, no habrá efectos. 
Mentalmente es otro tema. Me da la impresión de que sufre fobia al agua. No ha sido buena idea tirarla a la piscina.


Pedro jamás se había sentido tan culpable como aquel día.


Acompañó al médico a la plataforma donde lo esperaba un helicóptero.


—¿Está seguro de que no es necesario que volvamos a Atenas? —preguntó Pedro.


—Lo que necesita es descansar —el médico le dio el maletín al piloto y miró a Pedro—. Creo que es mejor que se quede aquí esta noche, déle tiempo para que se recupere del shock. Y mañana, cuando ella se sienta mejor, regresen.


Cuando se fue el médico, Pedro deslizó un brazo por debajo de los hombros de Paula y le ofreció coñac.


—Bebe…


Ella sorbió, y tosió.


—Es horrible.


—Es un coñac muy bueno. Todavía estás bajo el efecto del shock. Por favor, bebe.


Ella obedeció.


—Lo siento… —dijo ella.


—No, el que debe disculparse soy yo… Pero, ¿cómo no me has dicho que no sabes nadar?


—Ni me acerco al agua.


—No me di cuenta de que le tenías miedo.



—Ahora ya no importa —contestó ella.


—¡No sé qué haría para que dejes de temblar! —exclamó él.


—Lo siento…


—Deja de decir eso. Yo soy el que lo siente, pero tú debiste decirme lo que sentías. Aquel primer día que tenías tanto miedo, creí que te daba miedo volar. Pero era el agua, ¿no?


Ella asintió.


—Soy una estúpida…


—No, sólo estás reaccionando a algo que te pasó en el pasado. Y quiero saber qué es.


Hubo un breve silencio.


—Yo estaba en un barco…


—¿Qué barco? —preguntó Pedro, poniéndose tenso.


—El barco de tu padre. El día que explotó. Yo estaba allí —dijo finalmente Paula—. Y casi me ahogo…


Pedro se quedó helado ante aquella confesión.


—No es verdad. No había niños invitados aquel dia.


—A mí no me invitaron —respondió Paula—. Sólo subí a bordo un momento antes de la explosión. Se suponía que yo me iba a quedar en Atenas, en el hotel, con una niñera. Pero yo estaba desesperada por mostrarle a mi madre una muñeca nueva que me habían regalado.


Los recuerdos asaltaron la mente de Pedro… Un niño pequeño muy herido…


—¿Estabas a bordo cuando el barco explotó?


—Apenas estuve en él. Y mis padres no sabían que yo había llegado —tragó saliva—. No recuerdo mucho, para serte sincera. Tenía sólo siete años. Sólo recuerdo estar un minuto de pie en la escalerilla de entrada y luego que alguien me arrojaba al agua. Había agua por todas partes. No podía respirar… Tenía mucho dolor… Y luego todo se oscureció.


—Alguien te rescató… ¿Sabes quién?


—No —sonrió débilmente Paula—. Era un empleado.


—¿Eras la única niña en el barco aquel día?


—Sí, supongo…


—¡Dios mío! No sabía… —Pedro se pasó la mano nerviosamente por el pelo.


—¿No sabías qué? ¿Qué importa ahora?


—¿Estabas herida? Y perdiste a tus padres…


—Ahora estoy bien —ella desvió la mirada, al sentirse culpable por no contarle toda la verdad.


Pedro la miró fijamente.


—¿Pedro, qué ocurre?


Pedro la miró frunciendo el ceño. Tenía la intuición de que no le estaba diciendo toda la verdad.


Pero, ¿por qué iba a mentirle después de haber confesado aquello?


—¿Pedro?


—¿Qué?


—¿Podemos irnos a la cama, simplemente?


Pedro la alzó en brazos.


—Podría caminar…


—Quizás sea mejor que no —la dejó encima de la cama.


—¿Vas a venir tú también?


—¿Quieres que lo haga? Yo te tiré al agua…


—No lo sabías… —dijo ella con una sonrisa.


—Pero ahora lo sé, y de ahora en adelante nada volverá a hacerte daño, ágape mou —le prometió Pedro desvistiéndose y acostándose a su lado.


La abrazó fuertemente.


—Es agradable —murmuró ella.


Pedro descubrió lo que era tener sentimientos de protección hacia alguien, y se quedó quieto, temiendo que si se movía ella volviera a temblar.


No era extraño que Paula odiase a su familia, pensó Pedro


Y no se extrañaba de que Dimitrios Chaves culpase a la familia Alfonso de todo. No sólo se había muerto en su yate su único hijo, sino que también su esposa. Y el resto de la familia, su preciada nieta, había resultado herida.


¿Sería por eso que la había educado en Inglaterra?, se preguntó.


Evidentemente, había juzgado mal a Dimitrios Chaves, reflexionó, quitando un mechón de pelo de la cara de Paula, y notando con alivio que iba recuperando el color.


Con la unión entre ellos, se estaría curando una herida para las dos familias.


Y una vez que Paula se curase de su fobia, serían un verdadero matrimonio. Una verdadera familia.


Paula intentó concentrarse en la conversación de Pedro para olvidarse de que estaban volando sobre el mar. Se sentía conmovida por la ternura y cuidados que le dispensaba él.


Se alegraba de haberle contado a Pedro el episodio del barco. En cierto modo, le había revelado una parte importante de su vida. Estaban muy unidos, y ella sabía que lo amaba con una pasión desesperada.


Por primera vez se sentía feliz en su vida. Y no dejaría que nada enturbiase esa felicidad.


Cuando estaban aterrizando sonó el teléfono móvil de Pedro.


—Se terminó la paz… —comentó.


Paula sonrió. No le importaba que atendiera sus negocios.


Cuando Pedro terminó de hablar, Paula notó una expresión extraña en su rostro y preguntó:
—¿Qué sucede? —se relajó al ver que estaban en tierra.


—De la oficina… Hay un problema…


—Entonces, debes marcharte…


—No quiero dejarte. Ayer estuviste muy mal, y yo me siento responsable.


Paula sonrió. Era una novedad para ella que alguien se preocupase por su estado.


—Estoy bien —le dijo—. Descansaré y esperaré a que vuelvas a casa.


—No tardaré. Si te sientes mal, llámame al móvil.


—No sé el número.


Él se sorprendió de que hasta entonces ella no hubiera tenido modo de comunicarse con él.


—Te conseguiré un móvil y te meteré mi número. Al menor problema, quiero que me llames.


Reacio, volvió al helicóptero que lo estaba esperando sin molestarse en cambiarse de ropa.


Ella aprovecharía su ausencia para hablar con su madre, y para probarse la ropa y el maquillaje que Pedro había traído el día del club nocturno.


Pero al llegar, notó que ya no estaba la ropa. Tendría que contentarse con el atrevido vestido de la otra vez. Primero cenarían, y luego tal vez él la llevase a otro club nocturno, donde podrían bailar y bailar…


Bajó a hablar con el chef sobre la cena y volvió al dormitorio a maquillarse.


Cuando estuvo lista, se sentó a esperar a Pedro.


Esperó y esperó. Estuvo tentada de llamarlo por teléfono al móvil. Pero no quería agobiarlo.


El tiempo siguió pasando y ella estaba cada vez más nerviosa. Pero de pronto, oyó pasos fuera del dormitorio y se abrió la puerta.


Pedro estaba allí, con gesto intimidante y remoto.


—No… No tienes aspecto de haber tenido un buen día… —dijo ella.


Él entró y cerró la puerta de un portazo.


Ella hizo un gesto de dolor y siguió diciendo:
—Si tienes hambre…



—No tengo hambre —Pedro se acercó a ella mirándola, contrariado—. ¿No me vas a preguntar si he tenido un día interesante en la oficina, ágape mou!


Ella se estremeció al oír el tono de su voz.


—Has venido muy tarde, así que supongo que has estado muy ocupado…


—Muy ocupado. Ocupado enterándome de muchas cosas interesantes de mi esposa. Hechos que ella no me ha contado aunque hemos pasado dos semanas conociéndonos.


Paula se puso pálida.


Pedro


Parecía otro hombre. Había perdido la calidez y la ternura y en su lugar mostraba desprecio y frialdad.


¿Cómo había sido tan tonta como para pensar que aquel cuento de hadas continuaría?


—Será mejor que me digas de qué estás hablando —dijo ella.


El se rió cínicamente.


—¿Para qué? ¿Para qué calcules lo que sé y no me digas más? No te preocupes. Ya veo que guardas muy bien los secretos. Hoy me he enterado de unas cuantas cosas interesantes sobre tu vida. ¡Como que no veías a tu abuelo desde que tenías siete años! ¡Hasta quince días antes de nuestra boda no volviste a verlo! —fijó sus ojos en ella—. Así que, ¿quién pagó esas escuelas caras a las que fuiste?


—Conseguí una beca para estudiar música —dijo Paula con voz débil—. No hubo que pagar.


—Y, según las fuentes que me han informado, en la época de la universidad, tenías tres trabajos por lo menos. Trabajaste como camarera dos veces, y tocabas el piano en un bar. ¿Cómo conseguiste el título? ¿Cuándo estudiabas?


—Siempre estaba agotada, es verdad —sonrió levemente, pero al ver los ojos amenazantes de Pedro se puso seria—. No me asusta el trabajo.


—Bueno, eso al menos, es algo a tu favor… Muchos estudiantes trabajan para ayudarse, y yo comprendo que necesitabas dinero porque no tenías padres que te mantuviesen, y tu abuelo negaba tu existencia, pero, ¿por qué tres trabajos? ¿Qué hacías con el dinero? Toda la ropa que tienes te la he comprado yo, excepto el vestido de novia. No vas de tiendas…


—La vida cuesta…


—¿Es por eso por lo que has aceptado este matrimonio? Es mejor no luchar para sobrevivir, ¿verdad?


Nuevamente hablaba de ella como si fuera un monstruo. Ella quería contarle lo de su madre, pero no podía.


Pedro siguió caminando de un lado a otro.


—Pero lo que quiero que me contestes es por qué tu abuelo quería este matrimonio —gritó—. Como sospechaba al principio, él no estaba jugando a las familias felices con nuestro matrimonio. Claramente tu bienestar no le interesa. Tú eres una pieza en su juego, aunque una pieza deseosa de jugar. Y ahora quiero saber cuál es el juego, Paula. Quiero la verdad por una vez.


Paula lo miró. Su vida se estaba derrumbando delante de sus ojos. Si se lo contaba, arruinaría lo que habían construido en esos quince días. Él era un hombre justo y con un gran sentimiento de familia. ¿Cómo iba a contarle que lo había engañado de aquella manera?


Unas lágrimas se resbalaron de sus ojos. Lo amaba. Y debía confesarle la verdad.


Pedro


—Me parece que no va a gustarme lo que vas a decirme. Lo veo en tus ojos… Sabía que había algo detrás de este acuerdo. Pero mi padre es un hombre viejo y quería terminar esta enemistad de una vez. Y yo fui en contra de mi intuición y decidí confiar en él.


Paula cerró los ojos y deseó esfumarse.


—Como tu abuelo no se ha preocupado por ti, supongo que no le habrá importado tener nietos tampoco. Y como ésa era la razón supuestamente de nuestro matrimonio, se me ocurre que su venganza está ligada de algún modo a ese hecho. ¿Me equivoco?


Paula sintió náuseas.


—¿Paula?


—La explosión me hirió gravemente. Y los médicos dijeron que no podría tener hijos.


Pedro se puso rígido al oírlo.


—¿Qué estás diciendo?


—No puedo darte hijos, Pedro. Jamás. No es posible.


Pedro respiró profundamente.


—¿Y tu abuelo lo sabía?


—Mi abuelo lo sabe todo…


Pedro se rió con desprecio.


—O sea que ésta es su última venganza. Privar a mis padres de los nietos que tanto desean y privarme de hijos —caminó una vez más por la habitación—. ¿Y tú estuviste de acuerdo? Tu abuelo es conocido por su malicia y manipulación; es un hombre sin moral alguna. Pero, ¿tú? ¿Por dinero has sido capaz de seguir con este engaño?


¿Qué podía decir ella? No estaba en posición de decirle lo importante que era el dinero para ella.


—Sea lo que sea lo que mi familia le haya hecho a la tuya, no hay excusa para este nivel de engaño —dijo con rabia contenida—. ¿Cómo he podido pensar que esta relación era posible? No sólo eres una mujer codiciosa, sino una mentirosa.


—Puedes divorciarte de mí —susurró ella.


—No puedo divorciarme de ti. Tu abuelo lo ha dejado todo atado. El contrato que firmamos nos une hasta que tengamos un hijo.


—Sé que he obrado mal, pero tienes que comprender…


—¿Comprender qué? ¿Qué me he casado con una mujer sin escrúpulos? Debí tener más cuidado con tu linaje. Tienes sangre de Chaves y has heredado su falta de moral.


Pedro salió de la habitación y cerró la puerta con un golpe.





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