viernes, 16 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 27





—Quiero vender a Medianoche —le dijo Pedro a Esteban aquella misma noche, mientras estaban sentados a la mesa de la cocina.


Paula y Karen estaban cenando como hacían todas las semanas con sus amigas.


—¿Por lo que ocurrió esta mañana? —preguntó Esteban, con expresión sombría.


—Por supuesto. Ese caballo podría haber pateado a Paula hasta matarla, pero ella es demasiado testaruda para admitir que su vida estuvo en peligro. Si depende de ella, mañana mismo volverá a entrar en el corral.


—Porque se dedica a eso —le recordó Esteban—. Y se le da bien. No va a apreciar nada que le quites esta oportunidad. Su trabajo con Medianoche podría darle una excelente reputación como experta en la dorna de animales perturbados.


—Al menos, seguirá viva.


—Si accedo a esto, y no estoy diciendo que sea así, ¿se lo dirás antes de venderlo? Se lo debes.


—Supongo… —susurró, temiendo ya la conversación—. Tendré que encontrar algún modo de que lo comprenda.


—No te envidio esa conversación. Medianoche es un gran caballo, uno de los mejores que he visto. Tiene un gran corazón y sería una pena perderlo, pero si crees que eso es lo que tienes que hacer para quedarte tranquilo, ponlo en la próxima subasta que haya en Cheyenne. Y hazme saber el resultado de tu conversación con Paula. Me gustaría ser mosca para poder escucharla.


Pedro no se sentía tan agradecido por el permiso de Esteban como había esperado. Después de todo, le estaba dando vía libre para vender un magnífico semental solo por un capricho. Si la seguridad de Paula no hubiera estado por medio, Pedro nunca lo habría vendido. Y si él hubiera estado en aquel corral con el caballo, lo habría considerado parte de su trabajo. Además, sabía que Paula se pondría furiosa con él.


—Gracias. Te debo una, Esteban.


—Efectivamente.


—Si no te importa, creo que esperaré a Paula en el porche. Creo que es mejor que tengamos esa conversación esta misma noche.


—Buena idea. Además, estoy seguro de que no podrá encontrar nada que tirarte a la cabeza si habláis ahí fuera.


—¿De verdad crees que va a ser tan mala su reacción?


—Sí. De hecho, no me sorprendería si fuera peor.


—Gracias por los ánimos.


—De nada, compañero. Si necesitas a alguien para vendarte las heridas, llámame. Me aseguraré que tengas el botiquín bien repleto.


—Muy gracioso —musitó Pedro, mientras iba al porche a esperar.





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