miércoles, 14 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 21





Pedro llevaba muy inquieto toda la noche. Había ido a la casa y había descubierto que tanto Paula como Karen se habían ido a Winding River para reunirse con sus amigas. 


Esteban estaba trabajando en el papeleo del rancho, pero Pedro no sabía qué hacer. Por primera vez en muchos años, no le gustaba tener tiempo en sus manos.


Llevaba sentado en el porche de su casa desde hacía una hora, con las llaves de la furgoneta en la mano, pensándose si ir o no al Heartbreak a tomar una copa. Al final, decidió sacar una cerveza del frigorífico.


Se había bebido aquella y dos más, tratando de no admitir que lo que estaba haciendo era vigilar la entrada del rancho para ver si veía llegar el coche de Karen Blackhawk.


Cuando finalmente la luz de los faros cortó la negra oscuridad, se sintió muy aliviado. Sabía que Paula iba con ella.


El vehículo se detuvo frente a la casa principal. Las risas de mujer llenaron el aire. Al distinguir la de Paula, sintió que un escalofrío le recorría la espalda.


Tenía dos elecciones: seguir allí sentado o encontrar cualquier excusa para ir a la casa y verla antes de que se fuera a la cama, pero, ¿y si ella se daba cuenta de que la había estado espiando? Sin embargo, antes de que pudiera decidir lo que iba a hacer, oyó un ligero sonido. Entonces, se dio cuenta de que Paula se dirigía hacia su casa. Quedaba por ver lo que aquello significaba.


—¿Te queda algo de vino de la otra noche? —le preguntó ella, al llegar al porche.


—Sí. Tengo la botella en el frigorífico. Iré a traerte una copa. ¿Qué es eso? —añadió, señalando el paquete que ella llevaba entre las manos.


—Ya lo verás. ¿Qué te parece si voy yo por el vino? ¿Te apetece a ti otra cerveza?


—No, estoy bien —respondió Pedro, mostrándole la botella casi llena.


—Muy bien —murmuró ella, mientras se deslizaba al interior de la casa.


Pedro la miró muy intrigado. Estaba seguro de que Paula estaba tramando algo y que tenía que ver con el paquete que llevaba en las manos. El deseo de descubrirlo lo llenó de anticipación.


Cuando ella tardó en regresar, las sospechas de Pedro se incrementaron.


Por fin, oyó un ligero sonido y se volvió hacia la puerta.


El deseo se abrió paso a través de él con celeridad.


—Dios santo… —murmuró.


Paula estaba enmarcada por la puerta, con algo… bueno, suponía que se trataba de una prenda de vestir. Cada pálida curva de su cuerpo, incluso las aureolas de sus senos, resultaba plenamente visible a través de una delicada y transparente tela de color melocotón. Tenía un profundo escote en pico y casi ni le cubría los cremosos muslos. Estos eran tan hermosos como siempre había imaginado y, en cuanto al resto, las redondeadas caderas, los generosos pechos… Todo era la fantasía de un hombre. Tenía una erección firme como una roca y se sentía ardiendo. Tuvo que resistir la necesidad de limpiarse el sudor de la frente.


—¿Y bien? —susurró ella.


—Estoy sin palabras —musitó él por fin, con un hilo de voz.


—Espero que estés sin palabras en el mejor sentido de la expresión.


—¿De verdad tienes que preguntar?


—Dado que ni siquiera te has movido, creo que sí.


—Es mejor así. Si me muevo no respondo de mis actos.


—De eso se trata…


—No hasta que sepa a qué se debe esto —dijo él, resistiendo la tentación.


—Tú mismo lo has dicho. Llevamos dirigiéndonos hasta este punto desde el día en que nos conocimos. Acabo de decidir que es hora de ver lo que hay al otro lado de la carretera.


—¿Por qué ahora? ¿Por qué esta noche? ¿Qué ocurrió mientras estabas en Winding River?


Paula se encogió de hombros y dejó que la ligera hombrera del camisón se le deslizara por el hombro, permitiendo que se viera aún más carne. Ella no le prestó atención, pero parecía que Pedro no podía apartar la mirada. Sabía que le iba a ser imposible resistirse, pero quería presentar batalla.


Ella salió al porche. Pedro miró hacia la casa principal, rezando por que ni Esteban ni Karen vieran lo mismo que él veía.


—Tal vez deberíamos entrar…


Paula sonrió, sabiendo que había ganado la batalla.


—Durante un minuto, me tuviste muy preocupada —respondió, mientras atravesaba el umbral.


—Lo dudo. Tenías la situación bajo control desde el momento en que llegaste aquí.


En el interior, con solo una lámpara encendida, Pedro se atrevió por fin a acercarse a ella. Entonces, extendió la mano y la tocó, para ver si era tan cálida como parecía. Fue como tocar una llama.


—Todavía no me has respondido…


—¿A qué?


—A lo de por qué ahora.


—Me pareció el momento adecuado. Si seguimos esperando, estaremos analizándolo hasta el día del juicio final. Yo creo firmemente en la espontaneidad.


—Así que te decidiste por actuar…


—¿Te importa?


—Claro que no —le aseguró, bajando la cabeza para besarla.


Aquella vez ya no hubo marcha atrás. Los dos sabían que el beso era un preludio a algo más. A mucho más. Pedro se tomó su tiempo, saboreando, aunque, deliberadamente, no la tocaba. Cuando volviera a sentir la cálida piel de Paula, cuando las caricias empezaran a apartar la ligera gasa que lo separaba de ella, ya no habría marcha atrás. Era mejor tomarse las cosas con calma, concentrarse en conseguir que aquel, beso fuera memorable.


Por el momento, solo el beso…


El tiempo pareció detenerse. Era sorprendente que en lo único que él pudiera pensar fuera en los muchos matices que podía tener un beso. Dulce y apasionado. Oscuro y peligroso. Lánguido y ardiente… Los descubrieron todos y ninguno de ellos les pareció mejor que el resto. Todos juntos hicieron que el corazón latiera de pasión.


Paula gemía suavemente, lo que lo volvía loco. La tomó con fuerza entre sus brazos, acariciando suavemente su sedosa piel. Entonces, el freno que había puesto hasta entonces se perdió para siempre.


Empezó a acariciarla por todas partes, explorando curvas, buscando lugares secretos, llenos de calor y humedad, convirtiendo así sus suaves gemidos en imperiosas órdenes. 


Era la amante más apasionada que había conocido nunca. 


Se abría ansiosamente para él, compartía su placer con gozo y lo tentaba con caricias desesperadas que llegaban a Pedro hasta el centro de su deseo.


Seguían en el salón, de pie, aunque Paula se había rendido sobre él. Pedro hizo que se incorporara y la miró tiernamente a los ojos.


—Supongo que esta vez no lo vamos a dejar en tablas, ¿verdad? —le preguntó.


—Si lo haces, tendré que matarte —replicó ella, con tan ferviente desesperación que a Pedro no le quedó más remedio que sonreír.


—Eso no puedo consentirlo.


Entonces, la tomó en brazos y la llevó al pequeño dormitorio que había en la casa. Era muy pequeño, con poco más de lo imprescindible: una cama, una cómoda, una silla, una lámpara y poco más. A él le venía bien, pero no era el lugar más apropiado para un encuentro romántico. Sin embargo, ya no podía echarse atrás.


Delicadamente, colocó a Paula encima de la cama. Sobre la colcha azul, parecía una diosa. La delicada tela que le cubría la piel hacía más tentador aún un cuerpo que estaba completamente hecho para amar. Era toda suya.


Pedro se desnudó y se tumbó a su lado. La pasión que había entre ellos se vio incrementada por las caricias que compartieron. Poco a poco, entre gemidos de placer y movimientos urgentes, fue apartando la delicada tela y la dejó caer sobre el suelo. Por fin, se arrodilló delante de ella y la penetró.


La humedad aterciopelada que lo rodeó era exquisita. 


Aquello no tenía nada que ver con las uniones aceleradas de las que había disfrutado en el pasado.


La besó y capturó así un grito de placer cuando el cuerpo de Paula se convulsionó con un violento orgasmo que provocó el de él. Abrazados juntos, dejaron que la marea de placer fuera desapareciendo lentamente.


Pedro permaneció inmóvil hasta que sintió que volvía a experimentar una erección dentro de ella. El deseo era tan fuerte como la primera vez. El clímax, cuando lo alcanzaron, fue igual de satisfactorio. La sorpresa y el gozo que vio en los ojos de Paula resultó tan delicioso como cualquier regalo que acabara de recibir.


Se puso de espaldas, con ella encima y sonrió.


—Creo que lo has conseguido de todas maneras.


—¿El qué?


—Matarme.


—No —susurró ella. Entonces, le tiró de un pelo del pecho, lo que provocó un agudo grito de Pedro—. ¿Ves? Sigues vivo.


—Me alegro de saberlo. Supongo que estarás muy satisfecha de ti misma al ver que has venido aquí esta noche y que te has salido con la tuya.


—¿Es eso lo que crees que ha ocurrido?


—Lo sé.


—¿Y te quejas?


—Aunque tuviera aliento para hacerlo, no lo haría nunca —le aseguró —Fuiste todo lo que había imaginado y mucho más.


—¿Significa eso que podemos seguir haciendo esto?


—No veo por qué no —susurró él, con una sonrisa en los labios—. ¿Ahora?


Pedro fingió un gemido.


—¿Me estás rechazando? —preguntó ella, haciéndole cosquillas.


Al ver que su cuerpo volvía a responder, se echó a reír.


—Supongo que no…



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