martes, 13 de septiembre de 2016
EL ANONIMATO: CAPITULO 18
Pedro estaba de pie en los escalones traseros de la casa principal. Se había quedado helado al escuchar las acaloradas palabras de Paula, que salían del interior de la casa. Su esperanza por el futuro se vio destruida por la discusión telefónica de la que estaba siendo testigo.
—Guillermo, olvídate —espetó Paula, con un tono furioso de voz que Pedro no le había escuchado nunca—. Te he dicho al menos cien veces que no voy a regresar. ¿Por qué no se te puede meter en la cabeza que esa parte de mi vida se ha terminado?
Aquellas eran casi las mismas palabras que le había dicho a él la noche anterior, aunque sonaban muy diferentes.
—No —prosiguió ella—. Rotundamente no. Mira, fue estupendo mientras duró, pero ya está. Se acabó.
Escuchándola, Pedro pensó que, a pesar de lo que había dicho, había dejado a alguien atrás, a alguien que no le había gustado que lo abandonara, alguien que seguía molestándola. Le había mentido sobre los hombres con los que se había casado. No estaban fuera de su vida, tal y como ella le había asegurado. ¿Sería posible que uno de ello la estuviera acosando, que no hubiera superado el divorcio? ¿O podría ser algo completamente diferente, un tercer hombre que aspiraba a ganar su corazón?
«Que se presente en Winding River», pensó él, lleno de ira.
Pondría fin de una vez por todas a cualquier instinto de posesión que pudiera sentir aquel Guillermo hacia Paula.
Pensar que otro hombre podría ponerle las manos encima lo volvía loco.
Contuvo el aliento y trató de calmarse. No tenía derecho a nada y lo sabía, pero aquello no aligeraba la furia que le corroía el vientre. Se dio la vuelta y se dirigió al establo. A mitad de camino, lanzó una maldición y regresó a la casa.
Tenían algo de lo que hablar. Habían hecho una promesa en la cocina de su casa la noche anterior. Habían prometido que iban a dejar el pasado atrás. No pensaba empezar el día dejando que el de Paula se entrometiera en el presente. Un día, le haría las preguntas que de repente le estaban asaltando el pensamiento sobre si habría sido totalmente sincera a la hora de afirmar que se había librado de cualquier vínculo emocional con el pasado.
Cuando volvió a llegar a la casa, todo estaba en silencio.
Aparentemente, la llamada telefónica había terminado.
Llamó a la puerta y entró, cubriéndose el rostro con lo que esperaba que fuera una máscara completamente neutral.
Vio a Paula enseguida, sentada en la mesa, con los hombros hundidos y la cabeza descansando sobre los brazos. Parecía completamente derrotada. Pedro nunca la había visto así.
—¿Algún problema? —preguntó, cautelosamente.
No estaba seguro de querer saber lo que había ocurrido.
—No —respondió ella, levantando la cabeza enseguida—. Al menos nada de lo que no pueda ocuparme. ¿Me necesitabas?
—Esteban quería que los dos fuéramos al rancho de Grigsby hoy. Tiene un par de caballos a la venta. Según se dice, está pensando vender el rancho.
—Me acuerdo de Otis Grigsby —comentó ella, con tristeza—. Vaya, debe tener como unos noventa años. Me sorprende que haya podido mantener el rancho durante tanto tiempo.
—Esteban dice que el rancho ha estado muy descuidado en los últimos años, pero dice también que algo que nunca ha dejado de cuidar han sido sus animales. ¿Te apetece venir o me marcho solo?
—Claro que iré —dijo Paula, aunque sin mucho entusiasmo—. Déjame lavarme la cara primero. Me reuniré contigo en la furgoneta. ¿Te vas a llevar un trailer, por si acaso?
—Sí, creo que es mejor estar preparados. Por lo que he oído, ahora que ese Grigsby se ha decidido, tiene prisa.
—Tal vez sea su hijo quien la tenga. Otis Júnior nunca tuvo mucha paciencia en lo que se refería a su padre. Oí que se marchó a Phoenix hace unos años. Tal vez quiere llevarse allí a su padre, para poder cuidarlo mejor.
—Puede ser. Esteban no me ha dicho nada —replicó Pedro. Al ver que ella no hacía intención de moverse, entornó la mirada—. Está bien. ¿Qué te pasa? Y no me digas que no es nada. Parece como si hubieras perdido a tu mejor amiga.
—Lo siento, es que estoy teniendo una mañana algo mala —susurró, levantándose de la silla.
—Siéntate. Cuéntame qué pasa.
Paula le lanzó una mirada desafiante, como si fuera a responder. Entonces, suspiró y volvió a sentarse.
—Maldita sea, Paula —dijo Pedro, aunque había jurado no decir nada—. ¿Qué tiene que ver tu mal humor con esa llamada telefónica que tuviste hace unos minutos? ¿Tuviste una pelea de enamorados?
—¿Estabas escuchando? —preguntó ella, indignada.
—Era difícil no hacerlo. Llegué a la puerta y estabas gritando todo lo que te permitían los pulmones.
—Y te quedaste ahí a escuchar.
—No, maldita sea, me marché.
—¿De verdad? —replicó Paula, entornando la mirada.
—¿Qué diferencia hay en si lo hice o no? A menos, por supuesto, que ese hombre siga formando parte de tu vida. ¿Era uno de tus ex maridos?
Paula se dispuso a responder, pero luego cerró la boca con una expresión culpable en el rostro.
—¿Y bien? —añadió él—. ¿Quién era Guillermo?
—Alguien a quien conocí en California —respondió ella, tras un momento de duda—. No es ninguno de los hombres con los que estuve casada.
—¿Un amante?
—No. Era un socio de negocios. Nada más.
—¿Y eso es todo lo que tienes la intención de decirme? —replicó él, sin creer ni una palabra de aquello.
—Sí. Créeme. Guillermo ya no importa.
Pedro debería haberse sentido aliviado, pero, en vez de eso, se sentía muy irritado por la negativa de Paula de contarle más detalles. ¿Se desharía de él tan cortésmente cuando su relación terminara? Pensándolo bien, ¿cómo podía estar seguro de que su relación con ese tal Guillermo había terminado? A pesar de lo que Paula le había dicho, había parecido que los dos tenían asuntos sin concluir. Perdió la paciencia a la hora de tratar de averiguarlo. Resultaba evidente que ella no le iba a decir nada.
—Bien, lo que sea —replicó Pedro, de repente—. Te espero en la furgoneta. No tardes mucho. Ya hemos perdido demasiado tiempo esta mañana.
Con eso, salió al patio. Se sentía furioso. ¿Por qué había permitido que ella le afectara de aquella manera? ¿Qué diablos le importaba a él con quién hubiera estado o los secretos que estuviera ocultándole? Paula estaba con él.
Bueno, al menos tenía razón para creer que podrían estar juntos muy pronto… A menos que, mientras tanto, ella lo volviera completamente loco.
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