domingo, 21 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 33




—¿Qué significa que no puede encontrarla? —gritó Pedro al investigador a través del teléfono mientras se paseaba arriba y abajo en el salón de la casa.


Se maldijo a si mismo por haber dejado que Elena lo acordara los compromisos en televisión y radio que lo habían retenido dos días más en Nueva York.


Al meterse la mano en el bolsillo encontró el anillo de diamante que había comprado para Paula.


La había llamado desde Nueva York, le había dejado mensajes pero ella no le había contestado. Dedujo que debía de estar en el establo con Max o haciendo recados en el pueblo, pero lo cierto era que debería haber vuelto al no poder localizarla. Como estaba muy ocupado, no le había pedido que le devolviese la llamada, sino sólo que se quedaría allí unos días más. Algo había ocurrido. No tenía ni idea de qué podía haber sido, pero algo había hecho que se marchara de la granja.


La voz paciente del investigador interrumpió el curso de sus pensamientos.


—No he dicho que no pueda hacerlo, sino que llevará tiempo —el detective que Pedro había contratado sabía mantener la calma mejor que él—. Ella no usa tarjetas de crédito. No tiene cuenta bancaria ni teléfono móvil y, por lo que sabemos, tampoco tiene trabajo. Por ahora.


Estaba claro que había estado trabajando, pero Pedro quería más. Quería a Paula. Lo único que había podido decirle al detective era que Paula había llamado a su administrador y le había pedido el finiquito. Ni Sarah ni su madre sabían nada de Paula.


—En cuanto encuentre un trabajo o solicite una ayuda económica, la encontraremos.


Pedro le dio las gracias y colgó. Leyó la nota por enésima vez e intentó descifrar adonde podía haber ido.


Lo único que había dicho era que lo dejaba. Un hombre llamado Travers ocuparía su puesto de trabajo y cuando encontrara casa, se pondría en contacto con él para solucionar lo de Max, el gato y el perro. A continuación estaba su firma, una felicitación y le deseaba que fuera feliz. 


¿Feliz? ¿Cómo iba a ser feliz sin ella en la granja?


Dependía de ella y lo que más deseaba era verla cada mañana. La amaba.


Pedro se dejó caer en una silla de la cocina. La amaba, y a Emma también. Era curioso que no se hubiera dado cuenta de ello mientras discutía el acuerdo prenupcial y la adopción con su abogado. Se sentía como un idiota. ¿Habría sido aquél el motivo de su marcha? Realmente no lo creía. No podía ser. Al final de la nota había un críptico «enhorabuena», y aquello tenía que ser la clave. En ese momento oyó el ruido de un coche aparcando en la entrada y se levantó de un salto para correr hacia la puerta.


—¿Es usted el señor Alfonso? —dijo el hombre que se bajó del coche.


—Sí. ¿Viene por Paula Chaves?


El hombre lo miró con cara de extrañeza.


—No. Vengo por el trabajo de cuidador. Me llamo Travers.


Pedro recordó la nota de Paula.


—Señor Travers, ¿se encontró con la señorita Chaves?


—Claro que sí —sonrió el hombre—. Una mujer muy bonita. Las llevé a ella y a su bebé al pueblo en coche.


Pedro le dio un vuelco el corazón.


—¿Cuándo?


—Antesdeayer. Temprano. Me dijo que el puesto era mío y que necesitaba una ayuda.


—¿Adónde la llevó? —exclamó Pedro, impaciente.


Travers lo miró desconfiado, y por un momento Pedro temió que no fuera a responder.


—La dejé en un motel en la autopista, justo antes del campo de minigolf.


Pedro tuvo que contener su emoción. Tomó aire y con voz más calmada, preguntó:


—¿Le dijo por qué se marchaba?


—No puedo decirle. Estuvo muy callada todo el rato —dijo el hombre, rascándose la calva—. Me hizo prometer que me pasaría a dar de comer a los animales.


—Gracias por su ayuda.


—¿Le importa que eche un vistazo a la casa de piedra antes de atender a los animales?


—No, en absoluto —dijo Pedro, distraído, dirigiéndose a la casa para llamar al detective.


Le contó todo lo que Travers le había dicho y después le avisó que iba de camino al motel.


—Alfonso, espere. No sabemos si sigue allí ¿Por qué no deja que vaya yo a comprobarlo? —Pedro sabía que era lo más razonable, pero quería resolver las cosas él solo—. Lo llamaré en unos minutos. Siéntese y espere tranquilo —añadió antes de que hubiera acabado de decidirse.


¿Pero cómo iba a estar tranquilo?


—Llámeme al móvil.


Dos minutos después, sonó el teléfono.


—Ha pasado dos noches en el motel, pero se ha marchado en taxi esta mañana. Dejó sus cosas diciendo que volvería a buscarlas y ha vuelto esta tarde en otro taxi a por ellas. El bebé no estaba con ella y ha mencionado que había encontrado trabajo, así que no puede andar muy lejos. Ahora que tenemos por dónde empezar, creo que la encontraré pronto.


—De acuerdo. Llámeme si se entera de algo más —¿dónde habría dejado a Emma? ¿Con algún amigo? No recordaba haberla oído mencionar nada sobre amistades en la ciudad.


—No se preocupe. Estaremos en contacto —se despidió el detective.


Pedro salió al porche. Allí estaban el gato y el perro mirándolo fijamente, como preguntándole por Paula.


—¡No tengo ni idea! —gritó a los animales, y después se sintió como un idiota.


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