domingo, 21 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 32




Paula estaba dándole el pecho a Emma sentada en la cama, recordando todos los detalles de la noche anterior. Sarah aún dormía en su cama cuando Pedro llamó a la puerta.


—¿Queréis que pida el desayuno?


Ella vio que se sentía incómodo, así que se cubrió el pecho desnudo con una sábana. La divertía que un nombre de mundo se sintiera incomodado por algo tan natural.


—Podemos esperar. Sarah se despertará pronto.


—No voy a comer con vosotras. Tengo que atender unos asuntos que surgieron anoche.


Él parecía distraído y a ella la contrarió el no desayunar con él.


—Puedo pedir yo el desayuno cuando estemos listas. ¿A qué hora volverás? —estaba pensando en volver a salir de visita antes de marcharse a la granja.


—Me voy a quedar un día o dos más. Freddy os llevará a casa tan pronto como hayáis desayunado y recogido vuestras cosas —seguía sin mirarla y Paula empezó a sentirse incómoda.


Se acordó de Elena y eso la molestó.


—Podemos estar listas en un par de horas.


—Freddy os estará esperando —echó a andar hacia ella, sonriendo, pero en ese momento Sarah empezó a despertarse y eso lo hizo detenerse—. Nos veremos en la granja. Probablemente, el martes por la tarde.


Parecía que faltaba una eternidad hasta el martes. Quería levantarse y besarlo, pero tenía el camisón desabotonado hasta casi la cintura, Emma seguía aferrada a ella y Sarah los estaba mirando.


—Sí. Nos veremos allí —él se giró y salió de la habitación.


—¿El señor Alfonso no va a volver con nosotras?


—No. Tiene cosas que hacer aquí. Nosotras nos marcharemos tan pronto como hayamos hecho las maletas.


—Sigo sin creerme que esté en Nueva York, en el Plaza… Cuando se lo cuente a mis amigos… —Paula sonrió—. Cuéntame lo de la fiesta otra vez. ¿Qué tomasteis para cenar?


Paula luchó contra su desilusión y la sospecha de que Pedro ocultaba algo y le contó todo a Sarah de nuevo.



****

El lunes por la mañana Paula se sentía tan sola sin Pedro en la casa que colocó a Emma en su mochilita y fue a ver cómo iba la reforma de la casita de piedra.


Los obreros habían reparado el tejado, aislado las paredes y estaban poniendo muebles en la cocina, así que apenas reconocía el sitio. No quiso molestar a los obreros y no se quedó mucho tiempo. Después fue al establo a ver a Max, pero oyó un coche acercándose y al creer que era Pedro, su corazón se volvió loco de contento.


Al acercarse vio que no era el coche de Pedro, sino el de Elena, y que era ésta la que se estaba bajando del vehículo. 


¿Acaso no sabía que Pedro estaba aún en Nueva York?


—Hola, Paula… Qué gracioso —dijo, señalando a Emma—. Así puedes pasearla contigo —dijo en su habitual tono condescendiente.


A Paula le bastó con que dijera su nombre correctamente.


La mujer le dio la espalda y echó a andar hacia la puerta delantera.


Pedro me envía a por su traje negro. Lo necesita para acudir a un espectáculo esta noche —se detuvo en el umbral y le sonrió—. Esto será más fácil cuando nos traslademos al apartamento de Nueva York. Nos ahorraremos estos viajes a la naturaleza tan penosos.


Paula se quedó helada y le costó respirar. ¿Pedro se trasladaba a Nueva York? ¿Con Elena? Esperó a reponerse un poco y después la siguió al piso superior. Tenía que haber oído mal. A Pedro le encantaba la granja y la apreciaba. Le hubiera dicho si se pensaba marchar. ¿O no?


Una vocecita le decía que aunque la apreciara, ella no era el tipo de mujer que necesitaba. Nunca se enamoraría de ella, porque ella no provocaba amor en los demás. Tenía que haber aprendido la lección de sus padres, que en otro caso no la hubieran abandonado. El dolor la estaba ahogando.


Se quedó frente a la habitación de Pedro, intentando recomponerse. No perdería el control delante de aquella mujer.


Mientras Elena seleccionaba la ropa de su armario, Paula pudo ver el diamante en su dedo.


—¿Me necesita para algo más? —dijo, preguntándose por qué no sentía más dolor.


—No —dijo, como sorprendida de verla allí—. Está todo controlado.


Paula estaba segura de ello: Elena lo tenía todo bajo control y ella no tenía nada.


No podía quedarse allí. Tenía miedo de echarse a llorar delante de Elena, así que se fue al establo y se acurrucó tras una bala de paja junto a la cuadra de Max, abrazada a Emma.


Max asomó la cabeza por encima de la puerta de su cuadra y la saludó con un relincho. Cuando oyó el coche de Elena alejarse, soltó sus emociones y lloró sobre la cabeza llena de rizos de su hija hasta que no le quedaron lágrimas. Menos mal que no se había comportado como una idiota y le había dicho a Pedro que estaba enamorada de él.


En ese momento oyó el ruido de otro coche que se acercaba. Si era Elena de nuevo, no podría enfrentarse a ella y se quedaría allí escondida, pero por la ventana vio que no era ella. Se trataba de un hombre mayor en un todoterreno y decidió salir a su encuentro.


—¿Puedo ayudarlo en algo?


—¿Es usted la señora Alfonso?


—No. Soy Paula Chaves.


—Me llamo Jack Travers —se presentó él—. Vengo por el trabajo de guarda de la finca.


—¿Cómo?


—Sí, respondí al anuncio del agente de la propiedad del señor Alfonso. ¿Está él aquí?


—No. Aún está en Nueva York. Llegará mañana.


—¿Ésa es la casa del guarda? —preguntó el señor Travers señalando la casita de piedra, su hogar. Paula asintió—. ¿Le importa si echo un vistazo? Volveré el martes a hablar con el señor Alfonso.


—Muy bien —se dio la vuelta bruscamente y se fue hacia la casa. No quería volver a perder el control.


Si tenía más preguntas, tendría que hacérselas a Pedro, porque ella no iba a quedarse allí mientras Pedro dormía con otra mujer.


Cuando Pedro llegó a la granja, a ella la preocupaba perder su hogar. Ahora sabía que podía perder algo más valioso que eso. Su corazón.






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