miércoles, 17 de agosto de 2016

MI MEJOR HISTORIA: CAPITULO 18



Paula estaba cargando la secadora cuando oyó que Pedro la llamaba. Dejó la ropa y salió corriendo hacia las escaleras, hasta que se dio cuenta de que la voz venía del exterior.


Al sacar la cabeza por la puerta, una bocanada de aire helador la saludó. Pedro estaba frente a la puerta, junto a un hombre de mediana edad con un brillante todoterreno rojo.


Cuando la vio, le hizo un gesto para que saliera.


—Agarre su chaqueta y salga.


Paula asintió preguntándose quién sería aquel hombre y por qué la habría llamado Pedro.


Mientras se ponía la chaqueta hizo un inventarío mental: el café estaba recién hecho, podría preparar más sándwiches si Pedro quería invitar al hombre a comer y al salir le había echado un ojo a Emma, que seguía dormida. Se guardó el aparato de escucha en el bolsillo de la chaqueta y salió por la puerta. En ese momento llegaba una furgoneta que aparcó justo detrás del todoterreno.


Aparte del contratista, Pedro no había tenido visitas desde su llegada, y ahora tenía dos. Si esos hombres iban a empezar a trabajar en la casita, se preguntó para qué la querría Pedro a ella.


El hombre que estaba junto al todoterreno le dio algo a Pedro, le estrechó la mano y después fue hacia la furgoneta. Pedro la vio y le hizo un gesto para que se acercara. Cuando estuvo a unos cinco metros le preguntó:
—¿Qué le parece?


Ella lo miró mientras los dos hombres se marchaban en la furgoneta.


—¿El qué? —preguntó, sin saber qué pensar de aquella escena.


Él levanto la mano y dejó ver una brillante llave colgando bajo sus dedos.


—El todoterreno. Lo he comprado para la granja. Puede usarlo para bajar al pueblo, a la compra.


Paula se quedó mirando a la llave como si él estuviera hipnotizándola con ella. Había comprado aquel coche para que lo usara ella. Era lo más dulce que había hecho alguien por ella.


Pedro pareció alarmado y dio un paso atrás.


—¿Va a echarse a llorar?


Al ver que el color rojo del coche se volvía borroso, ella se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.


—No… es sólo… que no sé qué decir —«no llores», se dijo a sí misma con firmeza.


Él siguió mirándola desconfiado mientras abría la puerta. Ella se asomó al interior, acarició los asientos de cuero beige y aspiró el agradable olor. Era la primera vez que entraba en un coche nuevo. Era maravilloso. De hecho, era uno de los mejores olores que conocía. Sintió como si se le estuviera subiendo a la cabeza.


En el asiento trasero había una sillita para bebés.


Paula se enamoró de él en aquel preciso instante, mientras miraba el interior de su coche nuevo. ¿Cómo no iba a querer a un hombre que hacía eso por ella? No le importaba que fuera gruñón e inalcanzable, iba a amarlo y sería su pequeño secreto.


Pasó la mano por la tela nueva de la sillita y se volvió hacia Pedro.


Pedro, ahora sí que voy a llorar.


Él pareció aterrado. Era justo lo que necesitaba ella para detener sus lágrimas y hacer que se diera cuenta de lo tonta que había sido por quererlo. Mientras se subía al asiento, se echó a reír.


El coche estaba genial, pero los pies no le llegaban a los pedales.


—Parece que está hecho para chicos grandes —dijo ella, sonriendo.


Él pareció aliviado al ver su sonrisa.


—El asiento y los pedales son ajustables —le tomó la mano y la llevó hasta la palanca que había a un lado del asiento—. Tira de la palanca para levantar el asiento y hacia delante para acercarte al volante.


Cuando ella hubo comprendido el manejo de la palanca, él tiró de otra que había bajo del salpicadero y le colocó un pie sobre el freno.


—¿Qué tal?


«Maravilloso», hubiera querido decir ella. Le encantaba el tacto de sus manos sobre su pie, pero él le estaba preguntando por los cambios que había hecho.


Ella se sentó recta y agarró el volante.


—Está muy bien. Veo perfectamente y llego a los pedales.


—Ten —y le ofreció la llave—. Llévatelo a dar una vuelta.


Sorprendida por la oferta, empezó a bajarse.


—No, no puedo. Está completamente nuevo.


Él pareció irritarse y le colocó la mano sobre el brazo para detenerla.


—Claro que está nuevo. Acabo de comprarlo.


—Pero… nunca he conducido un coche nuevo —¿y si lo arañaba o si tenía un accidente?


—Es más o menos igual que conducir uno viejo —dijo él con expresión sombría.


—¿Pero y si lo araño o…?


—Paula, lo he comprado para la granja. Se va a arañar y a abollar.


—Pero…


—¿Quieres que lo conduzca yo y le haga el primer abollón? ¿Te sentirías más cómoda conduciéndolo después de eso?


Ella no sabía si estaba molesto o de broma. Dejó escapar un suspiro.


—Piensas que estoy siendo una tonta.


—Sí, algo así —dijo él, asintiendo.


—Es que nunca he estado en un coche nuevo antes. Tengo permiso, pero no he conducido mucho.


En ese momento salió un crujido del aparato de escucha.


—Emma se está despertando —ella se aferró a ello como excusa y saltó del coche.


El único problema fue que Pedro no se retiró y cayó encima de él. Él la agarro para evitar que los dos cayeran al suelo y la sujetó un largo rato. Después la soltó, cuando sus pies tocaron el suelo.


A Paula le latía el corazón con tanta fuerza que la sorprendía poder respirar.


Él se apartó un poco y cuando quiso hablar tuvo que aclararse la garganta.


—Ve a por Emma —dijo por fin—. Iremos a dar un paseo.


Paula deseaba tanto tocarlo que dio tres pasos atrás para evitar la tentación.


—Pero…


Él hizo un gesto de frustración con la mano.


—Paula, ve a por Emma.


A ella no le gustaba que él tuviera que esperarla.


—Tardaré un poco. Tengo que cambiarla y…


Él se echó a reír, la agarró por los hombros, la giró hacia la casa y le dio un suave empujón.


—Vamos…


Paula echó a correr hacia la casa y cuando llegó junto a la cuna Emma tenía una terrible expresión de ultraje en el rostro, pero al verla, sonrió. Paula le acarició la mejilla.


—¿Pensabas que te había dejado sola? —tomó al bebé en brazos para ver su preciosa carita mejor—. Nunca te dejaré sola. Nunca, nunca —dijo con decisión.


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