miércoles, 24 de agosto de 2016
ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 8
Pedro
—¿Qué tal eso de vivir acompañado? —pregunta Elena.
¡Dios, qué cotilla es, no puede evitarlo!
—Sigo viviendo solo.
—Ya sabes a qué me refiero. ¿Qué tal es la chica?
—¿Cómo crees? Es la típica niña pija: vestida de marca de arriba abajo, con su melena de peluquería y unos aires de grandeza que dan ganas de vomitar.
Elena me mira y pone una cara rara, pero no sé por qué así que continúo.
—Es de las que se cree que el dinero cae del cielo y lo derrocha sin pensarlo.
La posadera sigue con su extraña expresión y parece nerviosa, pero no dice ni mu. Me llevo una cucharada de alubias a la boca y sigo con mi perorata. ¡Me estoy quedando más ancho que largo!
—Lo cierto es que es bastante guapa. Es lo único que puedo decir a su favor.
—Vaya, gracias.
La persona que me responde no es Elena sino mi adorada inquilina que me observa desde la puerta. Ahora entiendo las miraditas de la posadera. Ya podía haber sido menos disimulada y haberme avisado, ¡joder! Yo no estoy hecho para sutilezas.
Paula se acerca hacia mí muy seria y se sienta en la silla de enfrente, que está vacía.
—Un menú del día, por favor —pide.
—De primero tenemos alubias, macarrones, sopa de fideos o menestra.
—Menestra, por favor.
—Y de segundo tenemos pechuga empanada con patatas, filete de ternera, bacalao con huevo escalfado o merluza en salsa verde.
—Umm, tomaré la merluza.
—Veo que vas a cuidar la línea, ¿eh?
—No como tú. ¿Cuántas raciones de alubias has pedido? —exclama escandalizada al ver la fuente de alubias que tengo delante.
—Espera a ver tu plato de menestra —río—. Pero, ¿es que no sabes cómo se come en el norte? Esto es una única ración de judías.
Esta pobre no va a llegar al postre y yo, por el contrario, estoy deseando comerme un buen goxua
—¡Qué barbaridad! Eso no puede ser sano… —sentencia.
—¿Qué pasa? Que tú eres de esas que solo comen un platito de ensalada en todo el día y un café con leche desnatada, ¿no?
Yo ya conocí a una así y esta tiene toda la pinta de ser de las suyas. Bueno, no voy a caer dos veces en la misma trampa.
—Lo cierto es que no.
Su repuesta me sorprende, pero no termino de creerla.
—¿En serio?
—Sí, yo soy más bien de las que, o se contiene de vez en cuando, o no pasaría por la puerta.
—No me lo creo.
—Pues es así, no veas los atracones que me doy en verano a base de helados…
De pronto, la imagen de Paula tumbada en la arena de la playa, tostándose al sol en bikini y comiéndose un cucurucho invade mi mente. Solo de pensar en esos carnosos labios lamiendo con avidez…
Aparto los pensamientos de mi cabeza de un plumazo al darme cuenta de la reacción que van a provocar en mi cuerpo.
No es el momento ni el lugar.
La observo con detenimiento y no puedo evitar que se me escape una risita al ver su cara cuando le sacan la enorme fuente llena de verdura.
—Pero… ¿de verdad que esto es solo para mí? ¿No es para compartirlo con otra persona que haya pedido menestra? —pregunta incrédula.
—Ya te digo yo que no.
—¡Madre mía!
—Será mejor que vayas acostumbrándote porque, vayas donde vayas, por aquí estas son las raciones que te van a dar.
—Dónde fueres haz lo que vieres, ¿no? —murmura mientras empieza a comerse la menestra.
Comemos en silencio hasta que llega el momento de pedir el postre y Elena se acerca a la mesa para decirnos lo que tienen hoy.
—¡Ahí va la hostia! —exclama Elena al acercarse a nosotros—. Pues no decías tú que era una señoritinga de ciudad, ¡si se ha comido los dos platos enteros!
Joder, aunque a mí también me sorprende que haya sido capaz de terminarse las dos raciones no hace falta ser tan bocazas. Si no había escuchado antes mis groserías ya se las acaba de dejar claras Elena. Es que no sabe tener la puñetera boca cerrada…
—Pues nada, hija. Ahora a rematar la faena con el postre —le dice sonriente.
—¿Qué tenéis? Estaba todo delicioso —replica muy educada y con una sonrisa encantadora. Como si no hubiera roto un plato en su vida. ¡Ja! Yo ya sé que no es ningún angelito. No hay más que ver el numerito que me montó anoche.
—Tenemos flan, natillas, cuajada, fruta y, si te atreves, goxua.
—¿Qué es el goxua?
—Es un postre típico de Navarra y el País Vasco. ¡Está muy rico! Yo te lo recomiendo.
Elena no sabe lo que hace. La pobre va a reventar. Vale que solo ha comido verdura y pescado, pero, ¡en cantidades industriales! Al menos para lo que seguro está acostumbrada a comer. Ahora cuando lo riegue con la mezcla de nata, bizcocho, crema pastelera y caramelo ya veremos si sigue siendo igual de valiente.
Lo cierto es que tiene su orgullo. Estoy convencido de que no se ha dejado ni una migaja por darme a mí en las narices.
Se nota que es cabezota.
—Ponme otro a mí también, Elena. Me espera una tarde larga y necesito tener energía. ¿Tú también necesitas energía? ¿Mucho trabajo en el banco?
—En realidad no.
Hace una pequeña pausa en la que parece pensarse si comenzar una conversación amigable conmigo o no y, al fin, responde:
—La verdad es que los días aquí son demasiado tranquilos para mí. Soy una chica de ciudad. Me va la marcha. Estoy acostumbrada a mañanas ajetreadas en las que no puedo ni mirar el móvil, jornadas en las que enlazo clientes, llamadas y emails de trabajo. Largas colas, reuniones con el director y el resto de compañeros para enfocar la venta de productos y aquí… ¿cómo decirlo? ¡Estamos en medio de la nada!
—¿Ah, sí?
—Sí —replica convencida—. Creo que tú has sido uno de los que más trabajo me ha dado… A ver, déjame que lo piense —cuenta con los dedos de la mano—, cuatro, cuatro han sido las personas que han pasado esta mañana por la ofi. —No puedo evitar enarcar una ceja al escucharla llamar al banco con ese diminutivo pijo—. Tú, una señora de mediana edad que ha venido a sacar dinero, el cura a ingresar los donativos del domingo y la mujer del director que —prudente, baja el tono de voz— ha venido a reprenderlo porque parece ser que anoche llegó más tarde de la cuenta y con algún vinito de más.
—Típico de Juancho.
—¿Juancho?
—Juan Ignacio para ti, pero aquí todos lo llamamos Juancho. Es un buen hombre, pero su mujer tiene mucho carácter y él es un pelín cobarde, así que cuando sabe que le va a caer una buena se va de juerga por ahí. Lo que pasa es que al final le cae doble por haber salido.
Paula abre los ojos con expresión de asombro y disgusto.
—No es mal tipo —le digo—. Solo trasnocha y se bebe unos vinitos. Quiere a Maria, pero ya no se acuerdan de cómo llevarse bien. Eso sí, él es un tipo fiel.
—¡Vaya por Dios!
Elena interrumpe nuestra conversación para servirnos los postres. Yo devoro el goxua en un santiamén mientras que a mi estirada compañera le cuesta un poquito más. Espero paciente a que diga que no puede más, que está llena, pero a pesar de que noto que está a punto de reventar ella sigue comiendo. Despacio. Cucharada a cucharada. Hasta que, por fin, deposita el cubierto sobre el cuenco vació y reluciente.
—¡Voy a vomitar! —exclama mientras yo no puedo evitar soltar una carcajada.
—Mujer, ¿para qué te lo has comido todo?
—Yo no soy ninguna niñita pija con aires de grandeza.
¡Vaya, está claro que sí que me ha escuchado! Lo lamento de verdad. Es simpática, pero eso no hace que deje de ser una chica de ciudad que nos mira a todos los que somos de campo o pueblo por encima del hombro.
—¿Y creías que ibas a demostrar que no lo eras por engullir toda la comida? ¡Menuda bobada!
—Eres de lo más antipático que he conocido nunca. Aquí el único que va juzgando a la gente y criticándola eres tú —sisea ofendida.
De pronto, se levanta y se lleva una mano al estómago.
—Elena, ¿dónde está el baño?
—La primera a la derecha, hija, no tiene pérdida. ¿Te encuentras bien? —pregunta al ver el tono verdoso de su cara.
—Me temo que el goxua ha podido conmigo —exclama mientras se tapa la boca y sale corriendo hacia los lavabos.
¡Empate! Hombretón del norte 1–Chica de asfalto 1.
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