martes, 30 de agosto de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 28





Pedro


Es curioso lo rápido que ha pasado el tiempo desde que Paula llegó a mi vida. Parece que fue ayer cuando apareció para ocupar el piso de arriba del caserío allá por febrero.


Estábamos en pleno invierno, en temporada de sidrerías y ya tenemos los sanfermines a la vuelta de la esquina.


La primavera ha sido fría y Paula está como loca por empezar las vacaciones y bajar unos días a Valencia. Dice que aquí ni hay primavera, ni verano, ni nada… que siempre está nublado y hace frío.


—Si no puedes ponerte sandalias sin que se te congelen los pies, ¡no es verano!


—Pero si esto es lo ideal, un clima suave y templado. Allí os achicharráis.


—¡Es que eso es lo que quiero! —protesta—, tostarme al sol y sudar como un cerdo.


—Mira que eres bruta.


—Estoy harta de pasar frío. Quiero ponerme vestidos de tirantes, sandalias, estar morena y comer arroz —explica—. Me gusta la comida del norte pero necesito un poquito de dieta mediterránea.


Estoy a punto de protestar cuando me interrumpe.


—Y, además, podrás hacer surf. Las playas de allí no serán como las de aquí, pero, por ejemplo, la del Dosel es más que suficiente para que te quites el mono. Allí hace mucho viento, podemos hacer kite surf.


—Está bien, está bien —acepto, dando la batalla por perdida—. ¿Cuándo te dan las vacaciones?


—Juancho me ha dado el mes de agosto para irse él en julio. ¡Justo lo contrario de lo que pasaría en una oficina normal! El director siempre se va en agosto…


—¿Y por qué ese cambio? —inquiero con curiosidad.


—Maria y su viaje prometido. Como agosto es temporada alta y le parece que va a haber mucha gente se van a ir en julio. Aunque si quieres saber la verdad, tampoco es que haya una gran diferencia.


—¿Así que en agosto voy a conocer a mis suegros y a mi cuñada?


—La segunda semana de agosto.


—¿Por qué la segunda? —Creí que estaba deseando largarse de aquí.


—Pues… —se sonroja—, es que quiero quedarme aquí la primera semana para ver el mercado medieval de Lekunberri. Juancho me ha dicho que es una pasada.


—¡Acabáramos! ¿Y se puede saber qué es lo que te atrae a ti de un mercado medieval? Ahí no hay nada de marca que puedas comprar.


—Lo sé —admite—. Pero me encantan las mermeladas caseras, los quesos y todas esas cosas. ¡Por no hablar de las pulseras, collares y demás abalorios que hay en los puestecillos más hippies!


Desde luego, en eso no ha cambiado en estos meses, es una loca por las compras.


—Bien, en ese caso, si vas a estar aquí hasta la primera semana de agosto…


—Vamos —me interrumpe con el ceño fruncido—. Vamos a estar. Después tú te vienes conmigo a Valencia.


—Que sí, mujer, no te preocupes. Ya sé que me vas a presentar en sociedad.


—Lo dices como si te fuera a llevar al matadero.


Mientras mantenemos esta conversación, Paulaa y yo estamos sentados en la hierba frente al caserío. Ya ha oscurecido y contemplamos las estrellas. Le encanta y es una de las cosas que más le gusta de vivir aquí. Así que ahora que ha llegado el buen tiempo, cada noche, después de cenar, cumplimos nuestro ritual y salimos a buscar constelaciones.


—Ahí está el cinturón de Orión —señalo.


Pedro no me cambies de tema. Estábamos hablando de la visita a Valencia.


Apoyo mi mano sobre la suya y mantengo la mirada fija en el cielo.


—Mmm.


Entonces, se gira hacia mí y me aparta la mano de un manotazo.


—¿Se puede saber qué pasa? ¿Tanto problema te supone pasar unos días con mi familia y amigos? —espeta enfadada.


No es que me suponga un problema. Es más, me apetece ver cómo era su vida antes de venir aquí y estoy seguro de que me llevaré bien con su familia pero tengo más dudas con respecto a su círculo de amigos. A veces pienso que sería más fácil que se fuera sola de vacaciones y que nos viéramos a la vuelta. Sería un alivio y me quitaría un peso de encima. Además de ahorrarme tener que dejar a alguien a cargo de la ganadería.


—Pues…


—No me fastidies. Todos van a estar encantados de conocerte. Mis padres, mi hermana, mis amigas, Santi… —se calla de pronto al ver que ha metido la pata.


Vale, si me apetecía poco bajar a la «terreta» como lo llama ella, ahora todavía me apetece menos. Si por algo me caracterizo es por mi sinceridad y estoy seguro de que el tal Santi me va a caer como el culo. Me niego en redondo a reírle las gracias a un pijo que ha estado beneficiándose cuando le ha dado la gana a la que es mi novia. Me niego.


—Mira, Paula —digo en tono suave pero firme—. Voy a ir a Valencia y voy a conocer a tu familia y a tus amigas, pero en lo que respecta a…


Entonces, de pronto, en medio del silencio sepulcral del campo, la canción Always empieza a sonar y veo que Paula rebusca en su bolsillo y saca el móvil. Antes de que descuelgue no puedo evitar quedarme parado con una de las frases de Bon Jovi: And I will love you, baby, always.


—¿Santi? ¿Pasa algo? No es habitual que llames a estas horas… —hace una larga pausa—, ¿para San Fermín? Pues… no, no, claro… —una nueva pausa y Paula me mira incómoda—. Muy bien, pues ya concretamos.  Hablamos a lo largo de la semana. Un beso —y, como quién no quiere la cosa, cuelga y se queda callada.


—¿No vas a decirme nada?


—¿De qué?


—Pues para empezar, de por qué llevas esa canción de tono de móvil para tu amiguito Santiago y, en segundo lugar…


—Santi va a venir de visita para San Fermín —me interrumpe.


—¿Cómo? ¿Qué tu ex y amigo con derechos va a venir a pasar en mi casa las fiestas? ¡Ni hablar! —me cruzo de brazos y frunzo el ceño. ¡Lo que me faltaba!


Pedro, es mi casa —lo dice conciliadora, pero no me gusta su tono y mucho menos que el tipejo ese esté bajo el mismo techo que ella—, todavía te pago el alquiler.


—¡Pues ya puedes dejar de pagármelo hoy mismo! No lo quiero cerca de ti.


—¡No me seas antiguo! Santi solamente es un amigo. Llevo más de medio año aquí y es normal que quiera visitarme.


A mí no me la da. Sé que quiere convencerme de lo que dice pero noto en su voz que ni siquiera ella se cree del todo lo que está diciendo. Por lo que he oído del tal Santiago, es un conquistador nato y, esos, no van solo de visita… Nunca.


—Está bien —acepto—. Os quedaréis los dos en mi piso. Y tú dormirás conmigo.


—Pero, a ver, ¿tú con quién te crees que iba a dormir yo? No me puedo creer que seas tan celoso.


Paula se acerca a mí y me besa con ternura, luego me empuja para que quede tumbado sobre la fresca hierba y se tumba sobre mí. Sonrío al sentir su cuerpo sobre el mío y sonrío todavía más al ver que empieza a desabrocharme la camisa.


—Estoy harta de tanto cuadro —murmura entre beso y beso—. Quiero la camisa fuera.


Yo me dejo hacer.


—Ves como el campo no está tan mal —digo con voz ronca al sentir que Paula me baja la cremallera y toma mi miembro con sus manos.


—Tienes razón. —Se separa de mis labios y se centra en proporcionarme las mismas caricias en otra parte de mi cuerpo—. Es cuestión de aprovechar las posibilidades.


Joder, qué bien lo hace. Me estoy volviendo loco y no puedo pensar en otra cosa que no sea estar dentro de ella.


Y, así, en medio del prado y con la única luz que nos proporciona el cielo estrellado, hacemos el amor hasta que caemos rendidos y ya no podemos más.


Paula tiene razón, no tengo motivos para estar celoso. Aun así, me toca los cojones que el tal Santi vaya a estar bajo el mismo techo que ella.


Hay que joderse.






No hay comentarios.:

Publicar un comentario