viernes, 26 de agosto de 2016

ESCUCHA TU CORAZON: CAPITULO 14




Pedro


Son las dos de la mañana y no puedo dormir. Tengo los ojos como platos y un nerviosismo en el cuerpo que no me aguanto ni yo. La culpa la tiene el café de la posada de Igoa. 


Joder, yo no sé que le han metido a ese café pero no puedo relajarme. En contar ovejitas ni pensamos… si fueran vacas, a lo mejor.


Definitivamente, el café de Elena es muchísimo mejor.


Me doy la vuelta en la cama por enésima vez y maldigo a mi vecina del piso superior. Todo esto es culpa suya. Si no se hubiera apropiado de mi posada yo no habría tenido que ir a comer a otra. Porque ir a la misma ni me lo planteo. Ya tengo bastante con cruzármela por aquí o cuando voy al banco (y en eso no voy a ceder, no pienso coger el coche hasta Lekunberri para ingresar en la oficina de allí) como para compartir mesa con ella todos los días. ¡Ni en broma!


Ya ha trastocado demasiado mi vida. Tanto que, desde que la eché de casa a patadas me siento fatal. Tengo un sentimiento de culpa horrible pero sé que esto es lo mejor. 


He cortado por lo sano. Antes de llegar a sentir algo más fuerte por ella. Antes de enamorarme.


Sí, enamorarme. No tengo ninguna duda de que si no me hubiera alejado de ella eso es lo que habría pasado. Que yo me habría colgado de ella como un bobo y ella se hubiera reído en mi cara por pensar que podía haber algo más entre nosotros.


Ella es una niña bien y, las niñas bien, no se juntan con tíos como yo. Se lo pasan bien con nosotros una noche, unos días, quizás hasta unos meses pero luego nos dan la patada y se van con otro que tenga más estudios, gane más dinero y esté más bueno.


Anda que si lo sé.


Nosotros solo somos una aventurilla. El ligue campestre. 


Para anotarlo en la agenda y poco más.


La patadita de Lucía todavía me duele en el culo. Y en el corazón.


Así que ahora, paso de todo. Paso de ella. De su carita de ángel. De sus labios que besan como nadie. De su pelo sedoso. De su risa y ¡hasta de su pijo tono de voz! Paso de todo porque si no paso, sé que será ella la que pase.


Y me niego a tropezar dos veces con la misma piedra.


«Puedo mantenerme alejado de ella. No es tan difícil», me repito una y otra vez, aunque sé que no va a ser fácil. Esta mañana he tardado nada en presentarme en el banco para hacer un ingreso que no me urgía en absoluto.


En medio de mi desvelo, decido levantarme y asomarme a la ventana para que me dé un poco el fresco. Asomo la cabeza deseando que la fría noche me ayude a calmarme y pueda por fin dormir, y estoy a punto de cerrarla de nuevo cuando la vislumbro.


Apoyada contra la sólida pared de piedra del caserío y abrigada con un grueso plumas y un gorro de lana, Paula se está fumando un cigarro.


No me gusta que fume, no es bueno para la salud, pero lo cierto es que la imagen de Paula fumando, iluminada tan solo por la luz de la luna resulta de lo más sexy.


Sonrío al percatarme de que debajo del anorak y las botas de pelo de oveja sobresale un pantalón de pijama de cuadros. De esos de franela, de los de toda la vida.


Así que la señorita duerme con pijamas de franela… Vaya, vaya, vaya. Y de cuadros, ¡ni más ni menos! Yo que creí que dormiría con lencería de La Perla como poco. Bah, a mí que me importa. Yo paso.


Cierro la ventana de nuevo y regreso a la cama en peor estado del que he salido porque ahora invaden mi mente imágenes de Paula en ropa interior. Hoy no va a haber quién duerma.


«En qué mala hora alquilé mi casa.»



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