miércoles, 10 de agosto de 2016

BAJO AMENAZA: CAPITULO 31





Paula estaba subida en una silla, sacando los adornos de Navidad del maletero del armario. No había parado desde que se había levantado. La noche anterior apenas había podido conciliar el sueño. Y cuando había conseguido quedarse dormida, había tenido terribles pesadillas. Por la mañana, al levantarse de la cama, estaba exhausta.


Desde entonces había hecho muchísimas cosas. Casi todos los enseres de la cocina estaban ya empaquetados. Había salido temprano y conseguido algunas cajas en un supermercado cercano. Había buscado en las páginas amarillas direcciones de guardamuebles y el número de una empresa de mudanzas.


A pesar de cómo se sentía, seguía funcionando a toda máquina. Superaría todo aquello; no le cabía duda de que sobreviviría. Lo que de vez en cuando le hacía llorar era darse cuenta de que aquellas últimas semanas habían sido solo un espejismo. ¿De veras había pensado unos días antes que podía tener hijos con Pedro? ¿Cómo había podido estar tan ciega?


Se bajó de la silla y sacó las cajas del dormitorio. Este empezaba a parecerse a un almacén. Apenas veía la cama entre tantos paquetes.


Se sobresaltó al oír el timbre. No esperaba visita. ¿Quién sabía que estaba allí? Se estremeció. Quizás el hombre que la acosaba. O quizá se lo había inventado, como le había dicho Pedro. Tal vez estaba tan trastornada que se había imaginado lo de los anónimos con el propósito de llamar la atención. Al fin y al cabo, nadie parecía tomarla en serio.


El timbre sonó otra vez y Paula se preguntó si finalmente habría cruzado la línea de la locura. En vez de especular sobre quién podía ser, lo mejor sería que abriera la puerta y lo averiguara.


—Ya voy —dijo abriéndose paso entre las cajas. Se detuvo a mirar por la mirilla.


Al ver quién estaba al otro lado de la puerta, resopló. Quitó el cerrojo y abrió:
—Qué sorpresa. Pasa.




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